Capítulo 3. Ayan (II)

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Viajaron durante días y noches interminables, y lo único que Shakbaah y su madre sabían sobre su destino era que se dirigían hacia la Región de Sol porque los días eran cada vez más largos y los períodos nocturnos se iban reduciendo. Shakbaah intentaba mantenerse lúcida, comer cada vez que les ofrecían alimento y no pelear abiertamente con aquella fuerza que era sin duda más poderosa que ella. Sin embargo, era testigo del progresivo debilitamiento mental y físico de su madre y eso la perturbaba incluso más que la situación en la que se encontraban. Neishah parecía haber perdido toda esperanza o incluso deseo de recuperar su vida. Casi no se comunicaba ya con su hija y permanecía callada o dormida la mayor parte del tiempo, lo cual desesperaba terriblemente a Shakbaah, que era consciente de que la mujer de Luna no resistiría mucho más tiempo aquel funesto viaje ni lo que su final les deparara.

La joven comprendía que la pérdida de Ayan había sido demasiado para ella, y aunque no podía medir en su corazón lo que significaba perder a un hijo, sí conocía el dolor abismal ante la muerte de un hermano menor. Ni siquiera era capaz de asumirlo todavía. No había visto su pequeño cuerpo inerte y, por lo tanto, su ser no podía asimilar aquella atrocidad. Después de que Neishah le contara lo sucedido, ninguna de las dos había vuelto a hablar sobre ello durante su encierro. De alguna forma, Shakbaah no podía perdonarse a sí misma el no haber estado consciente y tratar por cualquier medio, incluso a costa de su propia vida, de impedir el horrendo asesinato. Su mente no encontraba el valor de imaginar cómo había ocurrido. Intentaba mejor mantenerse ocupada planeando la forma de huir de sus captores, a pesar de que sentía cómo sus fuerzas iban mermando día a día.

También pasaba largos ratos mirando por la rendija de su prisión, a veces como simple distracción y otras para ir advirtiendo los cambios en el paisaje. Poco a poco, la vegetación a su alrededor se había ido tornando más verde, más densa. Shakbaah no había estado nunca en la Región de Sol, pero sabía que en esa parte del mundo los bosques eran más frondosos y la vegetación distinta. Había visto árboles altísimos con formas desconocidas que parecían perderse en el cielo. Sobre sus ramas, cantaban pájaros de colores vivos y largos picos puntiagudos. Sus voces eran potentes, como si emitieran gritos desesperados en lugar de las melodías suaves de las aves que conocía. Al oírlos, deseaba poder gritar así y volar lejos de todo. En la Región de Luna, aun cuando la lluvia era frecuente durante cuatro meses al año, la flora había evolucionado en un tipo más sombrío que nunca le había inspirado el deseo de trepar a las ramas más altas para gritarle al mundo, como hacían aquellos pájaros de Sol.

Una mañana, poco después del amanecer, Shakbaah vio una pradera llena de flores y su corazón se alegró por primera vez en mucho tiempo. Nunca antes había visto un espectáculo semejante. Las flores eran de distintos colores, a cuál más intenso, y el carro, que había abandonado el camino, avanzaba lentamente entre ellas.

—Madre —llamó—. Mira, es hermoso.

Pero Neishah abrió los ojos y los volvió a cerrar sin decir palabra. Además de su profunda tristeza, la mujer también sufría el intenso calor del sol sobre el carro durante los días, que parecían prolongarse de forma interminable. Sólo cuando la oscuridad las cubría por completo reunía las fuerzas suficientes para ingerir algún alimento y pronunciar algunas palabras. Pero su consuelo era demasiado breve porque eran frecuentes las ocasiones en que, algunas horas después de ponerse el sol, debían soportar la agresión de los soldados.

Aquella noche, mientras observaba a los dos hombres junto al fuego, Shakbaah notó un reflejo que provenía de uno de los árboles que los cubrían. No pudo identificar su origen con claridad, pero habría podido asegurar que se trataba de unos ojos felinos.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora