Durante las semanas siguientes, el viejo sirviente se encargó de visitar por turnos a las dos prisioneras. Neishah vivía en una especie de letargo, como si no fuera capaz de asumir lo que le estaba ocurriendo. Había incluso dejado de preguntar por su hija, tal vez porque no creía que continuara con vida y tampoco se atrevía a enfrentar esa sórdida realidad. En cuanto a Shakbaah, parecía alegrarse levemente ante las visitas de Rasshul. La presencia de un ser que pronunciaba palabras amables y serenas dentro del horror en que se veía sumida le proporcionaba unos momentos de alivio. El anciano se ocupó también de que el pequeño calabozo estuviera lo más limpio posible para evitar la presencia de roedores u otras alimañas, y de que a Shakbaah no le faltaran agua ni paños para poderse lavar y ahorrarle así enfermedades que empeoraran su ya deplorable situación.
Muchas veces el viejo se preguntaba cómo era posible que aquella muchacha pronunciara aún palabras coherentes después de tantos días de aislamiento y oscuridad. Después de observar su agonía durante algún tiempo, el hombre había decidido soltar el grillete de la joven varias horas al día, a riesgo de que Daqhan pudiera descubrirlo y descargar su furia contra él. Sabía que de otra forma las heridas en su muñeca llegarían a ser irreparables, así como el daño en sus articulaciones. Durante los tiempos en los que se veía libre de su cadena, Shakbaah se dedicaba a pasear por su prisión y a mover sus músculos. El sirviente era consciente de que la joven, liberada de su cadena, podía lanzarse contra él e intentar huir, a pesar del trato que había hecho con ella. Asumía esa posibilidad y a veces incluso deseaba que lo hiciera. No obstante, para su sorpresa, Shakbaah nunca lo atacó.
—¡Por todos los muertos del Oraqhaym! —profirió Daqhan un día al entrar en la casa.
Rasshul estaba acostumbrado a las exclamaciones de su amo y no se sobresaltó, pero se dirigió hacia él para ver en qué podía ayudar.
—Una bestia salvaje me atacó. Todavía no acabo de sanarme y mira —dijo señalando unos profundos arañazos en su rostro y cuello—. Una especie de gato que salió de los arbustos y luego huyó. Ni siquiera pude verlo bien.
—Traeré unos ungüentos —respondió el sirviente.
Rasshul fue a su aposento y regresó enseguida con algunos utensilios y productos.
—Me atacó de repente y ni me pude defender. Debí haberle retorcido el cuello. ¡Maldito animal!
Después de proferir improperios durante algunos minutos más, Daqhan cambió de tema.
—Y dime, viejo, ¿qué tal anda mi mujer?
Rasshul supuso que se refería a Neishah.
—Está descansando, señor. Pronto estará repuesta y fuerte.
Daqhan esbozó una rápida sonrisa y se limitó a decir:
—Bien.
En aquel momento la puerta de la casa se abrió y Arún apareció en el umbral.
—Entra, amigo —invitó Daqhan.
El soldado observó a su compañero en evidente proceso de curación.
—¿Qué te ha ocurrido?
—Un gato salvaje.
Arún soltó una sonora carcajada para desagrado de Daqhan.
—Debe ser ese pequeño felino que nos estuvo siguiendo todo el camino —dijo.
—¿Pequeño? No creo que fuera tan pequeño como dices —respondió Daqhan, molesto ante la burla de su amigo.
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Shaktarha, de Luna y de Sol
FantasyShaktarha, de Luna y de Sol nos traslada a un mundo mítico de leyendas y secretos, marcado por un enigmático desequilibrio entre el día y la noche, donde una joven se convertirá en la única vía de reconciliación a través de la antigua sabiduría de l...