Capítulo 1. Zykbar (III)

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Cabaña del paraje olvidado

La preocupación se había apoderado de la mujer desde hacía largo rato y cada objeto que tomaba caía inevitablemente de sus manos aumentando aún más su intranquilidad.

—Ayan, ¿has visto la daga dorada?

El niño de lacio cabello rubio miró a su alterada madre.

—Shakbaah se la llevó.

La mujer negó repetidas veces con la cabeza antes de decir:

—Sus paseos se están haciendo más largos. Tarda demasiado tiempo en volver. Tendré que hablar con ella.

Ayan no respondió. A pesar de su corta edad, había aprendido a permanecer callado cuando su madre se mostraba tan nerviosa y así se evitaba reprimendas innecesarias. Durante la hora siguiente, Neishah caminó con evidente angustia de un lado a otro de la pequeña estancia y se asomó un sinfín de veces por la ventana. Un incipiente sol había empezado a aparecer en el horizonte.

En aquel momento, la puerta de la cabaña se abrió de golpe y una adolescente de estilizada figura entró con un pequeño gato en los brazos.

—Madre... —empezó a decir, pero fue interrumpida de inmediato.

—Shakbaah, ¿dónde pasas todo este tiempo?

Neishah miró entonces los pies de la joven y añadió:

—¿Otra vez descalza? Me vas a matar de angustia... ¿y qué traes ahí?

—Madre —insistió la joven—, he visto soldados de Sol en el camino.

Ante las palabras de su hija, el pálido rostro de la mujer se iluminó por un momento para después ensombrecerse de nuevo con una mueca de ansiedad.

—¿Daqhan?

—No pude distinguirlos, pero llevaban armaduras doradas. Seguro que está con ellos.

Ayan observaba a su madre y a su hermana sin decir nada, pero sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Tampoco el niño había olvidado la última visita del soldado.

—Está bien, hija. Él prometió que iba a volver.

Los ojos de la joven, de un azul demasiado oscuro para una mujer de Luna, se abrieron al máximo.

—¿Y quieres que vuelva? ¿Ya se te olvidó cómo se comportó la última vez?

Neishah notó que sus manos empezaban a temblar, pero se limitó a decir:

—¿Y qué podemos hacer? Se quedará sólo unas noches y luego se irá de nuevo.

Mientras hablaban, el pequeño felino se retorcía en las manos de la muchacha y logró morderlas varias veces, pero Shakbaah no pareció inmutarse. Estaba demasiado inmersa en la conversación con su madre.

—Lo admitiste la primera vez porque te recordaba a mi padre.

Enseguida la joven se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras. Sabía que aun después de tanto tiempo cualquier mención sobre su padre afectaba profundamente a la mujer de Luna. Al sentir que sus ojos empezaban a llenarse de inevitables lágrimas, Neishah se dio la vuelta.

—Tu padre era muy distinto —replicó con voz temblorosa.

—Precisamente, madre.

—Pero Daqhan no era así al principio. Era amable conmigo —se justificó Neishah.

Shakbaah no quiso seguir torturando a su madre y guardó silencio. Ayan se había acercado a ella y estaba intentando acariciar al animal.

—Cuidado, es fiero —le advirtió su hermana mostrándole las manos llenas de arañazos—. Lo encontré en el bosque, ¿podemos quedarnos con él? —añadió dirigiéndose a su madre.

La mujer se volvió de nuevo hacia ellos y se acercó enjugándose la cara con su vestido algo raído. El animal que su hija sostenía parecía tener tan sólo unos pocos meses, pero sus rasgos resultaban inequívocos. Era de un color dorado con rayas en la cara y manchas en el lomo. Sus patas, sin embargo, eran absolutamente negras en su parte inferior y en las delanteras el pelaje oscuro se extendía hasta dar la impresión de que llevaba guantes. Su cola parecía más larga de lo habitual.

—¡Por Shak! No es un gatito cualquiera. ¿Estás segura de que estaba solo?

—Completamente solo —respondió la joven, sorprendida ante las palabras de su madre—. ¿Qué ocurre?

—Es un gato zykbar y lo último que queremos es que su madre venga a buscarlo.

—¿Por qué? —preguntó Shakbaah desconcertada.

—Porque esos gatos son salvajes y de gran tamaño, como pequeños leopardos. Son muy poco comunes. No sé de dónde habrá salido, pero no podemos tener a esa fiera aquí.

Shakbaah observó al animal, que no paraba de lanzarle pequeños zarpazos.

—La verdad es que sí es un poco salvaje —admitió con una rápida mirada a sus lastimadas manos—, pero está solo.

Neishah sacudió la cabeza con desesperación ante la obstinación de su hija y explicó:

—Esos animales no se pueden domar ni mantener encerrados, pero si lo alimentas tal vez vuelva contigo de vez en cuando. Sólo espero que su madre no aparezca.

Los claros ojos del niño se iluminaron casi tanto como los de su hermana cuando ésta lo apremió:

—¿Has oído, Ayan? Corre, trae algunas sobras. Seguro que está hambriento.

Todos sabían que en aquel hogar no sobraba la comida, pero Neishah no quiso empañar la presente alegría de sus hijos ante un futuro tan incierto como el que se cernía sobre ellos.

—¿Cómo dices que se llama? —preguntó Shakbaah.

—Es un gato zykbar.

—Así lo llamaré entonces. Zykbar —decidió la joven con firmeza.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora