Capítulo 9. Vortyruq (I)

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En las profundidades de la tierra duerme la furia que los deseos sanguinarios acabarán por despertar. Lo entienden los divinos y los humanos sabios. Oraq, dios de muerte y guerra, dormita entre los tiempos, sosegado por las voces de quienes conocen el dolor de la destrucción. Si sus pasos empiezan a oírse bajo los abismos, temblarán tierras y cielos, se oscurecerán las almas y arderán todos los bosques. Sólo los mares podrán apagar su fuego de muerte. Sólo los mares y quien aprenda a cabalgar sus olas incansables.

*

Castillo de Sol, Qermaruq, Región de Sol

Las amenazantes armas de aguzado filo que adornaban las paredes de la enorme estancia parecían vigilar los movimientos del fornido individuo que caminaba sin cesar de un extremo al otro con paso lento pero seguro. Su mirada de azabache se movía nerviosamente por la habitación, mientras su mente vagaba por senderos que ni siquiera su padre sospechaba.

Vortyruq, príncipe heredero de la Región de Sol, se había sentido profundamente aburrido durante demasiado tiempo. La idea de eliminar de los libros de historia el nombre de Tarhhak, denominación de la capital de su reino en el idioma de Luna, llevaba años formándose en su pensamiento. Se había prometido a sí mismo honrar el nombre de Qermaruq, Noble Ciudad de Sol, y grabarlo con sangre en el futuro de los tiempos. El príncipe de Sol consideraba el nombre de Tarhhak como un imperdonable insulto hacia sus gloriosos antepasados, que debían ensalzar por siempre el nombre del dios Ruq en idioma de Sol. Cuando yo sea rey, el habla de Luna y el absurdo idioma común serán aniquilados y todos serán obligados a hablar la lengua verdadera, se dijo.

De pronto, unos fuertes golpes en la puerta interrumpieron su continuo paseo y lo invitaron a dirigirse hacia la gran mesa de sólida madera que ocupaba el centro de la habitación.

—Entra —ordenó con voz firme.

De inmediato, una sombría figura de impecable uniforme negro con adornos dorados avanzó hacia la mesa frente a la que Vortyruq se encontraba sentado. El soldado se detuvo a pocos metros del príncipe y colocó la palma de su mano derecha sobre su hombro izquierdo al tiempo que bajaba la cabeza en señal de respeto ante su futuro soberano.

—Dime —apremió Vortyruq—, ¿cómo van esas expediciones de reconocimiento por los caminos de Luna?

—Muy bien, Karuq, descendiente del dios —respondió el soldado, empleando el título que correspondía a reyes y herederos al trono—. Nuestro ejército se está familiarizando muy pronto con el terreno y su desagradable oscuridad.

El príncipe sonrió para sus adentros y añadió:

—¿Entiendes que la operación debe realizarse en grupos pequeños, con armamento muy ligero para no levantar ninguna sospecha?

—Entiendo, Karuq —confirmó el soldado.

Vortyruq guardó silencio unos instantes, como si escogiera cuidadosamente las palabras que iba a pronunciar.

—Y también espero que comprendas que esta misión no debe llegar a oídos del rey —dijo mientras se levantaba y se acercaba al soldado—. Tal vez no tarde mucho en convertirme en regente y entonces te recompensaré bien por tus servicios. Creo que el título de jefe superior de mi ejército sería muy adecuado para un valeroso militar que me haya demostrado su fidelidad y discreción.

Los ojos del soldado brillaron ante las palabras de su señor, pero se limitó a asentir con un marcado gesto de la cabeza a modo de reverencia. No era la primera vez que entraba en aquellos aposentos, aunque nunca antes se había atrevido a apreciar con la mirada el lujo que los adornaba. Eran las armas de perfecta pulcritud dorada las que llamaban su atención, más que el sólido mobiliario o los tapices de intenso color rojo.

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora