Capítulo 14. Jyamara (II)

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Paraje olvidado, Región de Luna

Era una daga magnífica. Ya no las fabricaban así en la Región de Sol. Sin duda, había sido otorgada en recompensa a alguna acción heroica, pero ahora estaba en sus manos. Daqhan observó el objeto con detenimiento y se dio cuenta de que no lo había hecho antes. La hoja era de gran calidad y el sol grabado en la empuñadura era probablemente de oro, pues no se había deteriorado con el tiempo. Era además muy ligera, de fácil manejo. Perfecta para un jefe superior, pensó. Se imaginó sosteniendo también en sus manos la Noble Espada de Sol, concedida a los que tenían el honor de ostentar el cargo.

Después de guardar el arma de nuevo en su cinturón, Daqhan montó en su caballo. Hacía ya un par de lluviosas noches que recorría los caminos de Luna junto con algunos hombres, entre los que se contaba Arún. Pero se había separado temporalmente de ellos para llevar a cabo, según había informado, una misión especial. Arún se había ofrecido a acompañarlo, sin embargo, Daqhan había rechazado el ofrecimiento, dado que confiaba cada vez menos en la discreción de su amigo. Es algo que debo hacer solo, mejor quédate al mando, le había ordenado. Daqhan no contaba aún con ningún cargo de autoridad, pero Vortyruq le concedía el mando en aquel tipo de misiones secretas y el soldado sabía que ninguno de sus compañeros se opondría a la voluntad del príncipe de Sol. Daqhan ordenó que lo esperasen ocultos en algún punto del bosque conocido como paraje olvidado. Arún entendió que se dirigía hacia la cabaña, aunque no estaba seguro de lo que su amigo pretendía hacer allí.

El soldado de Sol avanzó con precaución por el sombrío territorio. Decidió hacerlo bajo la luz del día, poco después del amanecer, puesto que eso le ofrecía ventaja sobre cualquier obstáculo que pudiera encontrar. En realidad, no tenía idea de lo que podría hallar. Tal vez Wanuy estaba simplemente esperando, como le había ordenado. Era muy posible que Shakbaah estuviera muerta y nunca apareciera por allí. No obstante, no deseaba dejar esa circunstancia al azar. Si estaba viva, no iba a permitir que se escapara otra vez. Tanto si se atrevía a volver a buscar a su madre como si decidía acercarse al paraje olvidado que había sido su hogar, él estaría preparado.

Se llevó la mano a la fea cicatriz que le cubría casi toda la parte derecha del rostro. Si algo sé sobre esa niña es que no es inofensiva, se dijo. En el fondo, esperaba que el asesino tuviera buenas noticias y estaba ansioso por llegar junto a él. Espoleó al caballo y se lanzó al galope.

*

La lluvia había empezado a caer de nuevo, apagando las últimas llamas, pero Shakbaah no se movió. Había decidido que la cabaña completa debía arder y desaparecer con todo lo que contenía, en lugar de irse deteriorando con el tiempo, las fieras y los posibles ladrones. Aquél había sido su hogar y el de su familia, pero ya no volvería a serlo nunca, y era mejor que permaneciera vivo únicamente en su recuerdo. No había renunciado a la idea de rescatar a su madre, pero cuando lo hiciera, deberían buscar otro lugar para vivir. Aquella humilde vivienda debía quedar en el pasado, en el recuerdo, como su padre... como Ayan.

Kyalen sabía que no debían continuar allí mucho tiempo porque era probable que el soldado de Sol llegara en cualquier momento, pero no quería apresurar a la joven. Era consciente de lo que aquellas lánguidas llamas que se extinguían ante sus ojos significaban para ella. Aun así, no la vio derramar ni una sola lágrima, lo cual era tan admirable como triste. Momentos antes, en el interior de la cabaña, había sido testigo de su rabia más que de su duelo ante lo poco que quedaba de su hermano. Ni siquiera al arrancar el medallón plateado de Luna que colgaba aún del pequeño cuello, había titubeado ni expresado su dolor. Después, sin poder soportarlo más, había salido de la cabaña de forma arrebatada para toparse con aquella situación en la que había acabado por matar a un hombre. No, resolvió que no la apresuraría. Que la vida decidiera lo que iba a ser de ellas.

Shakbaah permaneció en silencio, la vista fija en el agonizante fuego hasta que no quedaron más que cenizas mojadas. Luego, volvió sus ojos de profundo azul oscuro hacia Kyalen y le dirigió una mirada que pareció casi suplicante al principio para acabar transformándose en una expresión fría, vacía.

—Debería esperarlo aquí —dijo entonces— y averiguar qué ha sido de mi madre, pero no te expondré a eso. Vamos.

Aquellas palabras sorprendieron a la joven doctora. Ella no pretendía convertirse en obstáculo para los planes de Shakbaah, pero en aquella ocasión se alegró de ser la causa de que pudieran abandonar aquel lugar de inmediato. No quería imaginar el posible encuentro entre la joven y el desalmado soldado. No obstante, era evidente que el hombre no había desistido en su idea de acabar con ella y si llegaba a descubrir lo sucedido con el asesino que había enviado, la buscaría aún con más ahínco. Ese encuentro sería probablemente inevitable algún día, pero Kyalen deseó con fervor que ese día no llegara pronto. De cualquier forma, comprendió que Shakbaah estaba anteponiendo su seguridad a su propio interés por averiguar sobre su madre y eso la conmovió.

Los caballos con la comida, el agua, la ropa de abrigo y los remedios medicinales que transportaban no estaban ya donde los habían dejado. Pensaron que seguramente el asesino los había soltado para que huyeran. Buscaron sin éxito la montura de aquel hombre y sólo encontraron los cuerpos de los desdichados soldados de Luna que de tan desafortunada manera habían encontrado la muerte. Colocaron los pesados cadáveres en la mejor posición posible y los cubrieron con algunas ramas.

—La lluvia no nos permitirá quemarlos ahora —convino Shakbaah—. Tendremos que dejarlos así.

La doctora asintió con mirada compungida e iniciaron la marcha bajo la fría lluvia. Sabían que a pie el viaje les tomaría demasiadas noches con sus días, y eso si no se perdían, que era lo más probable. Shakbaah era además consciente de la presencia cercana de Daqhan, que se cernía sobre ella como una amenazante nube de muerte. Por largo y cansado que fuera el viaje de regreso que estaban emprendiendo, la joven se daba cuenta de que no podría concederse ningún descanso que dejara a Kyalen sin protección. Debía conseguir que llegara al Palacio de Luna sana y salva a cualquier precio. Después, ella tendría que tomar alguna decisión con respecto a la liberación de su madre y a aquel monstruo que se había propuesto tan firmemente destruir su existencia.    

Shaktarha, de Luna y de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora