Capítulo 8

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El peor ángel del Beta

Haziel

Siempre tiene que haber un problema cuando estoy en la Tierra. Claro, jamás me había pasado algo tan grave, pero ahora mismo puedo afirmar que bajo presión se toman decisiones acertadas; y cabe destacar que la decisión de un ángel no es igual que la decisión de un humano. Ellos no saben nada sobre tomar decisiones.

―¡No pueden hacer eso! ―grita una voz distorsionada y sujeto con fuerza al que una vez convivió en el Beta al igual que yo.

―Lo siento mucho, Uziel ―jadea Ahilud acercándose con un andar afanoso.

Mi brazo hace presión alrededor del cuello de Uziel mientras que el otro está sujetando su brazo izquierdo con tanta fuerza que si se mueve podría partírselo, y eso le dolería mucho, pues puede sentir dolor desde el instante que el fuego fue sacado de él.

―Tiene dos opciones, hacer un juramento o pasar por el proceso de recuperación de piel y huesos. ―Le informa y Uziel dice algo ininteligible.

―Muévete ―lo apremio con voz rasposa y Ahilud saca una daga.

―¡Espera! ¡Espera! ―chilla Uziel con terror. Él sabe lo que le espera si no hace el juramento―. ¿Me picarán? ¿En serio? ¡Yo era uno de ustedes! No pueden.

―A penas te hiera con esta daga sabrás por qué los humanos son cuidadosos con los cuchillos ―le informa Ahilud con cierto aire malicioso.

Él tiene razón. Esa daga le pertenece a un ángel. Puede que sea de un ángel del Beta, pero puede rebanar a un ángel caído con facilidad.

―Eh... ustedes... ¿Saben cómo les llaman por aquí? ―le pregunta Uziel.

Sólo está ahorrando tiempo, Ahilud. Empieza ahora.

―¿Cómo nos llaman? ―le dice y evito poner mala cara. Ahilud siempre ha sido un curioso de pacotilla.

Si yo estuviera en su lugar, desde hace mucho que hubiese utilizado esa daga.

―Hmm. Ángeles casi-caídos ―responde con cierta burla―. ¿Acaso no es cierto? ―escupe―. La diferencia entre los caídos y ustedes es que todavía conservan el color blanco en sus alas.

―Y que Dios no nos condenó. Vivimos en el Beta. No nos llegamos a las hijas del Hombre. No procreamos. No seguimos al querubín. No incitamos el mal ―Ahilud enumera todo con aburrimiento―. Ah, y somos inofensivos ―añade y se arrepiente al instante―: Inofensivos para los humanos ―agrega.

―¡Yo tampoco sirvo al querubín! ―brama Uziel intentando moverse pero yo aplico más fuerza a mi agarre―. No le sirvo a nadie. ¡A nadie! ―tose y luego suelta una corta risa―. Y... ¿no se llegan a las humanas? ―ríe más fuerte, pero aprieto más haciéndole toser.

―Como sea, no queremos que vayas diciéndoles a todos que tenemos una humana por estos lados.

―Lamento desilusionarlos... pero hay tres más. Puedo sentirlos, aunque estén lejos ―gorgotea mi oponente y yo miro a Ahilud, el cual hace un corte en la garganta de Uziel antes de que yo parpadee.

Dejo caer el cuerpo del que una vez fue mi hermano y dos segundos después encuentro a Niamh corriendo hacia la cabaña. Bueno, al fin hace algo coherente. Ella se detiene cuando yo me atravieso en el camino.

―¡Casi me parten en dos y no hiciste nada! ¡Te odio! ―exclama y me cruzo de brazos.

Mis sentidos se activan en busca de otros intrusos cerca, pero sólo percibo a Ahilud y a Uziel. Quizás éste último mintió acerca de los otros tres que también están interesados en mi Jephin, o quizás estén muy lejos.

Deseo de arcángel[Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora