Capítulo 62

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Abominación

      Los cortos entrenamientos se mantienen en silencio, nada de discusiones, quizás eso llena de tensión todo a nuestro alrededor pero prefiero llevar la fiesta en paz y tratar de sacarme a Blay de la cabeza y no he podido. He dejado de hacer preguntas y me he limitado a dejar que Haziel me entrene como su soldado personal. No me mete presión como el primer día, y hasta he llegado a pensar que es como un pasatiempo que se está tornando aburrido.

―Que hayas aprendido algo no significa que ya no vayas a ponerlo en práctica en las siguientes clases. ―Me regaña cuando me encuentra afilando una pequeña estaca con mi daga dorada.

―Llevo dos semanas practicando el Taijutsu. ―Me quejo haciendo una mueca con mis labios―. ¿Me ves cara de Ninja?

―Niamh, deberías sentirte feliz de poder aprender nuestros métodos de lucha ―él suena divertido.

―Sí, pero me duele hasta el alma. ―Me pongo de pie sacudiéndome las pelusas de madera de mi pantalón deportivo ignorando sus alas. Aún no supero lo hermosas y surreales que son y debo acostumbrarme a que siempre las tendrá mientras estemos afuera de la morada porque aunque él pueda ocultarlas no se molesta en hacerlo.

―Esa es la idea, ayer te dije que mañana te enseñaré algunas técnicas de sanación de músculos.

―Me gustaría que me enseñaras a sanarme completamente y con magia.

―No es magia.

―Pero me entendiste.

―Nunca podrás hacerlo, no tengo por qué repetírtelo mil veces.

Me cruzo de brazos y doy un suspiro exasperado.

―¿Qué sabes? ―lo reto―. Quizás sí.

―Tendrías que ser inmortal ―me interrumpe―. Para sanar debes tomar como tuyo la herida, golpe, enfermedad o lo que sea que vayas a sanar ―me mira con algo de burla―. Y si eso hicieras morirías porque no eres inmortal.

―No sabía eso.

―Bueno, cuando un ángel sana a un humano lo hace de esa forma. Extrae eso y lo toma como suyo, en mí caso sanarte una herida no me haría ni un minúsculo corte, no podría, soy inmortal y sólo las armas angelicales pueden herirme ―sonríe―. Y eso último se soluciona solo, no tengo que auto-sanarme, mi alma lo hace sin pedirme permiso.

―Cuidado se te explota la cabeza con esa manera de alardear. ―Farfullo blanqueando los ojos y lanzo la estaca al suelo―. Sana mis músculos.

―No te toca, es cada dos días. ―Me da la espalda.

―No seas así, por Dios. ―Lo sigo.

―Niamh, te dije que tienes que sufrir un poco, ¿de qué te sirve que te enseñe a pelear si tu cuerpo no sufre contigo?

―En realidad es un privilegio, así lo veo yo ―él se carcajea.

―Eres tan divertida a veces. ―Se burla―. Para que no te aburras hoy tendrás otro entrenador. ―Me informa y yo me apresuro a caminar a su lado.

―¿Quién? ―pregunto con una sonrisa.

―Bered. ―Anuncia haciendo un gesto con la boca para que mire al frente.

Dos semanas sin ver al ángel cabello gris oscuro. Se encuentra jugando con una espada moviéndose como un auténtico samurái o como sea que se llamen.

―¡Bered! ―le grito y él se detiene.

―Oh, ¿ya me viste? ―pregunta―. Sólo quería que te sorprendieras.

Deseo de arcángel[Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora