56.- Fragmentos

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El chico movía sus manos y pie derecho, estaba en una habitación de paredes grises y frío ambiente. Duke había asistido varias sesiones antes, ese día era una más, pero aún no se sentía del todo cómodo. Estudiaba la habitación imaginando que solo le faltaba el olor a desinfectante, que tanto le desagradaba, para que fuera el consultorio de un hospital.

Al inicio el terapeuta le hizo preguntas similares, de las otras sesiones, para romper el hielo. El pelirrojo reflexionaba si todos los "loqueros" eran iguales, si todos hacían las mismas preguntas: ¿Qué tal el clima?, ¿encontraste estacionamiento?, ¿cómo te sientes hoy? A pesar de su incomodidad, una vez que hablaba con el psiquiatra se sentía ligeramente mejor, el doctor Rangel era un antiguo amigo de su madre, pero también era una persona amable, que podría escucharlo sin juzgarlo.

Duke percibía como si el terapeuta quisiera segmentar su vida, sus memorias. Le hacía muchas preguntas, en ocasiones le hacía preguntas para las cuales no tenía una respuesta, no porque se rehusara a esforzarse en contestar, sino porque su cabeza se negaba a cooperar.

Hasta los recuerdos que tenía de los doce años no tuvo mucha dificultad en responder a lo que se le solicitaba, pero a partir del primer año de secundaria, le comenzó a resultar tedioso. El interrogatorio lo hacía sentir molesto, sabía que era para su bienestar, pero no le gustaban las constantes preguntas para las cuales solo tenía respuestas en blanco.

—Duke... —dijo el terapeuta al tomar asiento frente al chico.

—¿Quiere saber lo que comí? —cuestionó Duke sarcástico.

—No, a menos que me lo quieras decir —respondió con una ligera sonrisa.

Como el chico suponía, el psiquiatra le hizo las rutinarias preguntas más algunas nuevas. Duke respondía sincero y breve, observaba como el doctor anotaba cada una de sus respuestas.

—«¿Qué tanto escribe?, ¿lo que le cuento se lo mostrará a mi mamá?» —pensaba Duke al mirarlo.

— Por tus registros y lo que me has contado, vamos por buen camino.

—¿De verdad?, porque no noto ningún cambio —expresó Duke con recelo.

El adulto le explicó que los cambios a veces son pequeños e imperceptibles para la persona que los está realizando, pero que con paciencia llegaría a notarlos muy pronto. El pelirrojo confió en esas palabras, necesitaba creer que así sería. Después el psiquiatra le pidió que se colocara en una posición cómoda, cerrara sus ojos y respirara profundo, el chico siguió las indicaciones. No era muy cómodo cerrar los ojos y tratar de estar tranquilo frente a alguien que te observa detenidamente, pero procuró hacerlo. Al notar esas respiraciones lentas en el chico, el doctor le solicitó que tratara de recordar lo que sea de cuando estaba en primer año de secundaria y que le narrara aquellas cosas que pudiera recordar, sin forzarse a evocar algo, solo aquellas imágenes que vinieran a su cabeza sin mucho esfuerzo.

—Recuerdo a mi madre, un día vio en televisión una receta y quiso hacerla para nosotros. Le quedó horrible, pero no se lo dije, mejoró con el tiempo —mencionó Duke.

Con una voz suave, el terapeuta le pidió que continuara. El joven le relató sobre su primer día en secundaria, los amigos que hizo de inmediato, luego pasó a relatar sobre su padre y sus constantes exigencias en cuanto a lo académico y de comportamiento. Duke reflexionaba sobre lo molesto que le resultaba cumplir con todo como si fuera una máquina, anhelando el reconocimiento de sus padres y temiendo su rechazo. En ese instante vino a su cabeza la imagen de un chico, tendido en el suelo, con golpes y heridas en su cuerpo, un chico que lucía como Garreth, pero en una versión más pequeña.

Recuérdame: más que una historia de amor [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora