Mi abuelo me dice que quieren matarme y que no me distraiga en el colegio.

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—¿Por qué me dices eso? —le pregunté mientras me incorpora en la cama y restregaba mis ojos adormilados.

—Porque creo que deberíamos hacerlo. Ellos se marchan mañana a su casa de campo, puedo pedir unos días libres en el trabajo. No hay problema con eso —aseguró—. Sólo quería pasar un tiempo juntos, porque si algo aprendí... aprendimos es que el tiempo cuando se acaba no significa nada. Estaba pensando que podríamos irnos con ellos, despejarnos un poco.

«Despejarse»

Esa palabra no existe en la vida de un trotamundos, despejarse es como pedirle a un basquetbolista profesional que mida un metro y medio, simplemente no se puede.

Desde que mis hermanos desaparecieron mi mamá estaba más que paranoica a tal punto que para mi décimo quinto cumpleaños me había regalado un silbato de emergencia y un rociador de pimienta, claro ella no sabía que dormía con un arma debajo del colchón.

—¿Dices de tomarnos unas vacaciones? —pregunté asimilando la idea.

—Por supuesto, dentro de unas semanas te irás al Triángulo y no podré pasar tiempo contigo, es lo justo, muchacho —Estaba sentada en mi escritorio, colocando sus manos sobre los extremos. El cabello lo tenía apretado en un moño aunque se le vertía una cascada de mechones dispersos, un aspecto totalmente matutino en ella. Vestía unos yersis, una camisa de franela y zapatillas, lo cual la hacía ver como una adolescente y no como una contadora. Se humedeció los labios y agregó—. Además, Escarlata no puede estar tanto tiempo encerrado, en un campo podrá cazar libre, nadie lo verá ni siquiera los abuelos.

—Pues me parece perfecto.

Ella se incorporó sorprendida como si hubiese esperado que dijera que no y la mandara al demonio, lo cual me sentó mal.

—Perfecto —dijo con una sonrisa aliviada y acumuló su cabello castaño y alborotado detrás de la oreja. Aunque no era mi verdadera madre, ni la de mis hermanos, se parecía mucho a ellos. Sobre todo a Narel, con su cabello castaño y piel pálida—. Bueno a la noche prepararemos todo, ahora desayuna. Está casi listo, ven.

Tenía las sábanas acumuladas debajo de la cintura. Me calcé unas botas y la seguí.

Arrastré los pies hasta la cocina, desperezándome en el camino y me senté en la mesada, al lado del fregadero donde ella ya se encontraba preparando unas tostadas frutales, con aire renovado y juvenil, cuando mi abuelo apareció con una larga bata y un vaso de agua aferrado en sus manos delgadas y nudosas. Su semblante adusto decía que no estaba de buenas al igual que cada mañana. Engullí rápidamente una porción pequeña de tostada, abrí el refrigerador y me robé unas tiras de carne para Escarlata. Mi madre desvió su atención de lo que hacía y me contempló anonadada como si estuviera matándome con un cuchillo.

—¿Tan poco comerás? Estás muy delgado.

—Sí —convino mi abuelo escuchando lo que acababa de decirme y volviéndose hacia nosotros—, estás tan delgado y alargado como mi...

—¡Papá, no hagas esa comparación otra vez! —lo regañó mi madre—. Además, Jonás, los niños como tú deben alimentarse bien.

—¿Los chicos como él? —preguntó mi abuelo confundido, deslizándose sobre un asiento situado a un lado de la cocina—. Es delgado y da lástima pero tampoco se está muriendo, sé que parece que eso hace, pero te aseguro que no es así.

Mi madre comprimió los labios sin poder decir más. Por chicos como yo se refería a los trotamundos. Desde que se había enterado que era uno me creía una raza alienígena o algo por el estilo. No asimilaba mucho la idea de que sólo cierro portales a otros mundos y que varios de mis amigos los abren.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora