II. La pelirroja me deja un regalo de despedida

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 Mientras corríamos fuera del instituto le narré todo lo que había escuchado de Izaro, la pelirroja. Pero primero tenía que llamar a casa y decirle a mi madre que todavía seguía vivo, se suponía que había pasado semanas inconsciente, aunque no me sentía cansado. Dante me informó que había un teléfono en la ciudadela, unas pequeñas casas aisladas en medio de la selva donde vivían los pocos adultos como Adán que habían decidido dar su vida al Triángulo y proteger la isla.  

 —Es ahí donde puedes llamar a tu familia. No se suele usar mucho porque las personas que viven aquí no tienen familia.  

 —¿Estás seguro que escuchaste Babilon? —preguntó Sobe aportando su granito de positividad—. Pudo haber sido Babilonia, es un mundo muy apartado y tal vez Gartet lo tomó también. 

—Estoy seguro de que era Babilon, el tipo de la pantalla de agua dijo que el portal quedaba en Canadá y el mundo se usa como puente a otros, es una escala. Además, ya sabía que Babilon estaba colonizado por Gartet. Como sea, planean exterminar a toda una población que vive en Ogoz... 

—Ozog —corrigió Sobe—. Mi hermano fue una vez ahí, ya sabes —se corrigió la garganta un tanto melancólico—, antes de ser bombardeado por un misil.  

—Tengo que ir a Canadá. 

—¿Me traes un recuerdo? —pidió Miles—. Se me acabaron los dulces canadienses.  

—¿Te vas a ir? —preguntó Dante furtivo y escudriñando los alrededores como si alguien pudiese oír el tabú que estaba diciendo—. Pero ni siquiera sabes en qué parte de Canadá se encuentra, podría estar en la provincia  Alberta o en el límite con Alaska. 

 —Para eso necesitarías un mapa de todos los portales que hay en Canadá —apuntó Dagna corriendo una planta de su camino—. Hay muchos en la Cámara. Aunque ahora no podrás colarte a ella y robarlo, necesitarás pedírselo a Adán porque sellaron todas las entradas desde que te metiste con Petra... 

 El nombre de Petra creó un silencio apesadumbrado. Aunque el Triángulo estaba repleto de pasajes a su mundo ella no había vuelto y nosotros no podíamos ir porque todos los portales habían sido bloqueados.   

 Nos introdujimos en las espesas selvas que rodeaban el instituto, para eso atravesamos los jardines delanteros cubiertos de césped cortado al ras, repletos de bancas, bebederos, quioscos y árboles tupidos; además de contar con chanchas de básquet, muros de escalada, casas de árbol, plataformas en sus copas y puentes que las conectaban, también tenía fuentes extensas y alargadas surcando el parque de lado a lado. El bosque tropical se precipitó a grandes pasos. En el había caminos que te conducían al resto de las instalaciones como la cueva donde hacían increíbles fogatas de noche, el helipuerto, las plataformas que rodeaban el desembarcadero, los rincones rocosos de la isla, unas ruinas y por último la ciudadela: el sitio donde vivían los adultos de la isla que se encargaban de proteger a los trotamundos y prestar asilo de La Sociedad.  

 Al haber muchos trotamundos concentrados en un sólo lugar todos los portales estaban abiertos, razón por la cual se colaban por ellos muchas bestias de otros mundos. La cosa es que debías atravesar esos caminos con el mayor grupo de personas posibles y aun mejor, que todos llevaran armas. Había desenvainado a anguis, Sobe cargaba en su mano una lanza, Dagna portaba alerta un calibre al igual que Berenice mientras que Miles tenía las manos en los bolsillos y Dante llevaba el libro de aritmética con tantas páginas que se veía más amenazante que toda nuestra artillería.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora