Hasta que tu miedo nos separe

219 48 36
                                    


 De repente sentí el cansancio de los días que llevaba sin dormir. Pero sentí que habían sucedido tantas cosas que estaba soñando y que tarde o temprano despertaría en la realidad, en mi casa de Sídney, durmiendo con un cartel de se busca pegado al techo.

¿Qué por qué me había afectado tanto? Porque nunca había visto el cadáver de una persona que conocía, mis tratos con difuntos se reducían al pececito dorado llamado Rayito que se me murió a los cinco e incluso cuando eso pasó estuve llorando una semana. Tuve que arrastrar su cuerpo hasta la fosa.

Después de enterrarla no pude evitar pensar en mi madre. No sólo porque tenían la misma edad, sino porque sentía que las había abandonado a ambas. Además, a Ofelia la había dejado su hermano porque había ido a buscar algo que él creía perdido y yo... yo no me diferenciaba en mucho a su hermano. Sentí cada paletada como una cuchillada en la garganta.

Dagna, Dante y Miles habían ido a supervisar el campamento, sabía que había visto a un conocido en los cadáveres y me dieron el espacio que les pedí. Pero cuando se fueron inmediatamente los quise de regreso.

Nadie reparó en que se fugaron y si lo hicieron no tuvieron el valor de decirlo en voz alta o no les importó ya que además de mis amigos habían desaparecido otras tres personas. Esas personas simplemente habían tirado su pala y se habían internado en la espesura de la maleza como si estuvieran poseídos por ella, nadie los detuvo y aunque yo traté terminaron por irse.

Nos quedaba una carretilla cuando uno de los soldados no obligó a entrar nuevamente en el castillo. Gritó una breve explicación y corrió lo más rápido que pudo al interior, él también tenía miedo.

—El rey quiere dar un anuncio a todos los presentes que pueda.

Los presentes escucharon la excusa que habían codiciado tener. Rápidamente agarraron su pala y corrieron al interior del castillo como estrellas fugaces escapando del firmamento. Balboa los contó cuando pasaban a su alrededor para tener un total de las perdidas. Observé la primera tumba que descansaba a un lado de la escarpada ribera del río.

La había enterrado lejos porque ella no sería una del resto. Quise dejarle algo en la tumba para que no fuera igual a las demás, porque no tenía ni siquiera una lápida, simplemente había desaparecido debajo de la tierra, como si el mundo la borrara. Pero entonces caí en la cuenta de que no la conocía. No sabía qué le habría gustado a Ofelia, tal vez ver el exterior pero yo ya no podía darle eso.

Me incliné sobre la tierra removida y dibujé con el dedo surcos, círculos y líneas que trazaron el esbozo de un mapa. Era muy similar al mapa que había visto hacer a Sobe. Lo hice para ella. Terminé cuando Balboa me llamaba:

—¡Eh, tú, entra! ¿Sigues siendo tú, verdad?

—¡Ya voy! —le grité y luego le susurré a la tierra—. Se veían así, los límites, pero no creo que te hubiesen gustado.

Esperé que mis amigos pudieran encontrar una entrada al castillo que no estuviera vigilada o al menos que pudieran encargarse del campamento, sin ser vistos, que los derrotaran como los ninjas que a veces eran y que eso no supusiera tantos problemas.

Seguí a la multitud, un torrente de personas que avanzaban hacia el salón de la noche anterior, el que tenía un suelo de acuario. Sin los malabaristas, las mesas o los cúmulos de bailarines pude ver lo que había en el otro extremo de la sala. Era una tarima escalonada de roca, muy alta. En el centro había un trono de madera roja como la sangre con cojines carmesí, era una silla muy grande para un rey pequeño. Detrás del trono un sistema planetario muy raro.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora