IV. Cata... ¿Qué?

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El primero se abalanzó como una bala. Era un soldado de la mesnada. Elevó furioso la mirada del suelo al momento que aventaba su cuerpo contra ella. Pude ver dos ojos extremadamente abiertos, irritados y rojos como si fueran a explotar. Petra retrocedió y le encestó un golpe con su báculo, instantáneamente la piel del hombre comenzó a humear como si fuera metal candente.

Tenía toda una quemadura con ampollas recorriéndole la piel donde el báculo lo había tocado.

Ella retrocedió lívida por haber usado las artes extrañas contra las víctimas de Gartet. Los demás se abalanzaron y echamos a correr hacia la callejuela. Pero las calles laterales también estaban atestadas de catatónicos. Se encaramaban en los tejados y nos observan como si fuéramos unas presas deliciosas.

Una mujer acometió con sus uñas filosas, instintivamente conduje la espada a su pecho pero a medio camino la desvié. No quería herirla, ella era sólo una víctima de Gartet, no era mi enemiga. O al menos pensaba eso hasta que me arañó la mejilla, empujó mi pecho con una fuerza desmedida, tambaleé y mordió la mano donde sostenía a anguis. Sentí sus dientes clavándose en la herida que me había hacho Morbock y retrocedí aullando de dolor.

Tenía que despertarla. Busqué a la desesperada un poco de agua, en Dante había funcionado. Localicé un charco. Retrocedí mientras ella seguía mis pasos gruñendo. Se paró sobre el agua lista para darme un golpe, eludí uno de sus manotazos al tiempo que le cortaba los talones. Cayó sobre el agua y permaneció inmóvil.

Unas manos enormes me aferraron del cuello y arrastraron hacia atrás, tirándome al suelo. La horda me cubrió.

Escuché el gritó de Petra pero no podía verla, estaba rodeado de personas que me golpeaban, inmovilizaban o arañaban. La mujer se levantó del charco chorreando agua y riendo a carcajadas como si le resultara divertida mi ingenuidad.

Sus numerosas pisadas resonaron contra la calzada, no podía quitármelos de encima porque cuando me desasía de uno aparecía otro. Me desesperé, eran muchos puños, le di una patada a uno pero un niño trató de hundirme los ojos. Lo alejé y sentí unos dientes clavados en mi frente, le propiné un puñetazo, mientras una mujer me arañaba el estomago un hombre comenzó a estrangularme.

—¡Basta! —aulló una voz.

Todos los catatónicos se detuvieron como si de repente hubiesen accionado un botón de stop, sentí sus manos húmedas y gélidas cortándome la piel como cuchillas sucias. Un puño se había detenido a medio camino de mi rostro. Parpadeé, respiré aire agitado y comencé a arrastrarme de espaldas, quitándome sus manos de encima a manotazos como si fueran arañas.

Sentía mis extremidades agarrotadas y entumecidas, por suerte la cota de malla había ayudado a suavizar los golpes pero aun así sentía sangre escurriéndose por mi rostro. La herida encima del ojo, que me había dado el jugador de hockey, se había abierto.

Pero nada de eso me importó lo primero que hice fue buscar a mis amigos en la multitud petrificada.

Localicé a Petra y Sobe y uno de mis muchos problemas desapareció. Ella tenía el cabello revuelto y una cortada debajo de su barbilla que chorreaba un hilillo de sangre por su firme y palpitante cuello, pero se veía bien. Sobe tenía la daga empapada de un líquido que se veía oscuro en la penumbra y no estaba herido. Su mirada fiera me hizo saber que había decidido defenderse antes de que lo ataquen y sea demasiado tarde. Hizo una mueca al encontrarme entonces supe que me veía peor de lo que me sentía.

La cabeza me daba vueltas como un molinete y la adrenalina corría por mis venas. Mi pecho inspiraba tanto aire que hacía que temblaran mis piernas.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora