Tenía un aire alterado como si hubiera estado toda la noche buscándome lo que probablemente sucedió. Bajo sus ojos se ensanchaban unas ojeras de cansancio, su cabello estaba un poco revuelto, estaba cubierta en sudor y su mirada me contemplaba furiosa. Pero aunque se veía destruida estaba tan imperativa como la noche anterior y comprimía de la misma manera la barbilla y los puños.
A su lado se encontraba el adolescente de cabellos canos y ropa ridícula que había visto el día de ayer. Observaba todo como si fuera la primera vez que lo viera y le temblaban las piernas. Se veía agotadísimo como si hubiese corrido toda la noche de un lado a otro.
—Pues bien —prosiguió la pelirroja—, usted caiga de buena fe, subyúguese y suelte la voluntad ruin compuesta de altanerías muy propia en usted y en mi lugar no interferiré en su contra física.
—¿Qué? —pregunté anonadado, parpadeando y ocultando mis ojos de la luz.
—Que si cooperas no te lastimará —tradujo el adolescente de cabellos cenicientos.
—Ah —intenté irme pero el chico ya estaba sobre mí, me agarró de la sudadera, me arrojó al suelo y se sentó a horcajadas sobre mi pecho a la vez que trataba de juntarme las muñecas y atarlas con una soga.
No se la hice tan fácil, le di un rodillazo en su entrepierna y con las menos juntas le propiné un golpe seco en la yugular. El muchacho abrió enormemente los ojos como si jamás hubiese experimentado ese tipo de dolor, gimió y se desplomó pálido sobre mí. Lo corrí a un lado como si fuera un saco de artillera pesado. La pelirroja desenlazó sus brazos y contempló el panorama negando con la cabeza como si observara dos niños peleándose.
—¡Adhuc tamen! —aúllo la pellirroja y me señaló a mí con postura firme y rígida.
De repente mis miembros se petrificaron y perdieron fuerza cayendo dormidos como plantas marchitas. Quise desenvainar a anguis pero mis dedos estaban inconscientes y cada vez que intentaba moverlos temblaban del esfuerzo como si tuvieran que sostener una tonelada. Me caí de rodillas pero estas tampoco encontraron la fuerza suficiente para sostenerme y me desplomé en el suelo, observando las botas de montar de la pelirroja.
Vi como Escarlata chillaba indignado de que me hayan vencido. Desplegó sus alas curtidas y entró en acción de un salto. Acometió contra el rostro del muchacho mientras él procuraba alejar sus garras puntiagudas y despedía manotazos al azar como si espantara a un enjambre de avispas. El chico intentaba desesperado sacárselo de encima pero Escarlata arremetía con movimientos raudos cerrándole el paso. La pelirroja se veía un poco más cansada después de petrificarme y eso es mucho decir teniendo en cuenta de que ya se veía agotada antes. Con el semblante lívido sacó de su bolsillo un saco que no era más grande que un monedero. Ella lo agitó en el aire como si sacudiera una alfombra para quitarle el polvo y el costal se desdobló hasta dar lugar a un saco de arpillera del tamaño suficiente para capturar a Escarlata.
—¡No! —grité pero parecía más un gemido. Me costaba horrores mover los labios.
El acompañante de la bruja se encontraba en el suelo intentando apartar a Escarlata que le cortaba las manos con sus garras como dagas pulidas. La pelea era un movimiento de sangre y tierra. La chica se irguió, rodeó a su compañero sigilosa y esperó el momento oportuno para apresarlo. Blandió el saco y de un sólo movimiento metió a Escarlata en el costal. Por un momento creí que él se liberaría, rasgaría la tela del costal y huiría lejos pero no sucedió, sólo se revolvió aireado dentro y bufó algo que podrían interpretarse como amenazas. La pelirroja miró el saco con asco y arrugó los labios.
—Vaya criatura procedente de los antros infernales —centró su atención en su acompañante que se revolcaba en el suelo con las manos completamente cortadas—. ¡Tú, cesa de actuar como un insolente sin causa!
—Mis nuevas manos —gimoteó él.
—Anda ya mentiroso, hace dos días me dijiste que no te gustaban.
—Ahora sí me gustan —protestó.
—Te conseguiré otras luego, ahora átalo ¿O se supone que tengo que hacer todo esto yo sola?
El chico agarró con aire afligido las cuerdas que ella le tendía mientras dejaba el saco de Escarlata en el suelo. Por dentro sentía que bullía de rabia, quería moverme, desenvainar a anguis y convertirlo en un montón de polvo a los dos. Pero sobre todo lo que más hacía que me enervara era que la pelirroja hablara como una obra de William Shakespeare. Parecía una anciana medieval la que hablaba y lo hacía con frecuencia.
El chico observó mis manos apergaminadas como si fueran cera derretida. Estaban arrugadas, la piel era áspera y se podía ver las venas que corrían con la carne.
—¿Tu mascota te hizo eso? —me preguntó a la vez que ataba con fuerza mis manos y me ensuciaba con su sangre.
El parque bullía de actividad y personas que salían de la estación James, se podían oír las campanadas de la catedral repiqueteando alrededor y el trinar de los pájaros sobre nuestras cabezas. Pero nadie reparaba en nosotros como si fuéramos invisibles, caminaban con paso apurado a nuestro lado, algunos se veían demasiado ocupados como para ver a dos adolescentes amarrando a otro. Al parecer la pelirroja denotó mi expresión anonadada porque se inclinó a mi lado y con una sonrisa dijo:
—Oh mi querido ingenuo no puedes deducir mi precoz poder. Nadie podrá acudir en tu auxilio porque se ven afectados por el velo de mi sabiduría, sus mentes confronteras se reniegan a mi dominio pero no tienen éxito en esa batalla. Mi poder le ofusca la mente, altera las puertas decadentes de sus almas.
—¿Qué? —logré decir.
El chico me puso de pie.
—Quiso decir que usó magia para que nadie nos vea secuestrarte. Las personas que no estén al tanto de que las artes extrañas existen no podrán vernos. Somos invisibles por el momento y tú también.
Hice un esfuerzo supremo para levantar el dedo medio.
El chico me aferró de los brazos para ponerme de pie como si pudiera soltarme, golpearlo o andar por mi cuenta. Lo que más me hizo odiarlo es que me ayudaba a caminar. Casi no podía poner los pies sobre el suelo, arrastraba mis piernas que parecían hechas de roca. Él me dedicó una mirada a modo «No te esfuerces, yo te ayudo» lo que me hizo enervarme aun más e intenté librarme de él sin mucho éxito.
La chica agarró con su mano el costal de Escarlata y se lo colgó encima de la espalda.
—Andando, prisionero.
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El futuro perdido de Jonás Brown [2]
FantasyLos trotamundos son una raza de humanos capaz de abrir puertas a otros mundos, cerrarlas e incluso crearlas. Viven entre las sombras como nómades a causa de que una organización llamada La Sociedad los caza si tienen la capacidad de cerrar portales...