II. Noche de charlas de las que no sé nada

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 Cuando desperté lo primero que vi fue el follaje de un árbol sobre mi cabeza, sus ramas serpenteaban sobre un cielo azul como el mar, tachonado de estrellas tenues y figuras astrales. Escaba a punto de amanecer. Me desperté sobresaltado con la respiración agitada como un animal acorralado. Sentí un profundo dolor en el brazo y una humedad supurada sobre el.

 Despegué un vistazo a mi antebrazo izquierdo. Estaba vendado con cuidado y elegancia, en el extremo superior la sangre se había acumulado empapado el inmaculado blanco de la tela. El vendaje se extendía hasta mi mano, la que había sido herida por la daga de Morbock. Estaba cubierta de gasa pero podía sentir los puntos en ella, hilos uniendo los trozos de carne dispersa. Increíblemente no me dolía, parpadeé desconcertado, cerrando y abriendo el puño hasta que los enjutos músculos se me marcaron debajo de la piel. Contemplé el trabajo como si no supiera lo que era.

Observé mi reloj. Era un lunes al atardecer en mi mundo. Hace una semana había salido del Triángulo y hace tres semanas, casi mes me había fugado de casa.

Escarlata se desperezó por encima de mi pecho. Me enderecé todavía acostado con la espalda contra un árbol rugoso. Acaricié su cabeza y él se retorció, frotando su espalda nudosa contra mis piernas de una manera fina.

Me encontraba en el bode de un pequeño claro.

Habían encendido una fogata que exhalaba sus últimos alientos, quebrando la madera tan ennegrecida como la espesura del boque. A su alrededor descansaba la unidad, tendida sobre sacos de dormir o simplemente sobre el suelo. Miles tenía descubierta su anaranjada cabeza que resplandecía ante la luz del fuego, estaba abrazando a Dagna mientras dormían. Un gesto involuntario en él, de haber despertado en aquel momento habría retrocedido como si estrechara un oso peludo y maloliente. Dagna mantenía un semblante pacifico, sereno, lo que no era muy poco común en ella que parecía enfurecerla todo.

Más allá en las sombras se hallaba Dante, aferrando un libro de cuentos con Camarón a su lado, habían estado leyéndolo antes de echarse a dormir, lo sabía por la manera en que lo habían colocado entre ellos, como un tesoro demasiado valioso. Walton y Sobe compartían una manta a un lado de la fogata con Albert roncando sonoramente en el medio de ellos. Berenice estaba montando guardia, apostada a un lado del caballo azabache que Walton le había hurtado a la mesnada. Ella acaricia el cuello del animal y observaba el entorno sin ver, era la mirada que tenía cuando se encontraba muy lejos, en el pasado tal vez.

Sus ojos se deslizaron hasta el árbol en el que me encontraba, con una leve inclinación de cabeza me dio la bienvenida como si acabara de introducirme en una casa que le pertenecía. Suspiré y apoyé mi cabeza contra la corteza del árbol. El bosque no se veía muy amenazante, no era distinto a cualquier bosque que hubiera visto antes. Los árboles de diferentes especies se alzaban hacia el cielo, el suelo estaba repleto de musgo y jirones de plantas peludas y húmedas caían de sus ramas. No recordaba haberme quedado dormido.

Lo último que recordaba era estar montado sobre el corcel negro.

Era un caballo enorme, no como los que estaba acostumbrado a ver en mi mundo, así que no fue problema para la bestia llevarnos hasta los suburbios victorianos.

En el camino Miles había sugerido llamarlo Blanco a lo que Dagna dijo que había escuchado salir de él muchas cosas estúpidas pero que sin duda esa se ganaba un reconocimiento honorable en escala de idiotez. Él le había sonreído como si hubiese ansiado esa respuesta en ella y Walton había anunciado que lo llamaría Dorado porque se lo había arrebatado a la mesnada de oro. El caballo había trotado por las calles abandonadas de una manera hipnótica para mí, sentía el cuerpo fatigado, la sangre que se vertía de mis heridas era demasiada como si le resultara muy aburrido correr por mis venas. Me costaba horrores moverme, sentía que me habían usado de saco de box, cosa que me había pasado a la mañana, entonces un sueño abrumador se apoderó de mi y eso fue todo.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora