Un puñado de suerte

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 Creí que estaba despierto hasta que la vi.

Izaro tenía unas profundas ojeras debajo de sus ojos, pero los mantenía cerrados, mordiendo su labio inferior totalmente concentrada. Estaba un poco más delgada que la última vez, su cabello rojizo se alborotaba como las llamas de una fogata y parecía a punto de estallar. Verla tan mal me sentó de maravilla. Se encontraba dentro de un automóvil sentada en la parte trasera.

Entonces supe que era un sueño yo no me encontraba de verdad allí. Los asientos de copiloto estaban ocupados por un matrimonio inconsciente, cayéndose ligeramente hacia adelante y abrochados con el cinturón de seguridad que no les permitía estamparse la cara con el vidrio delantero. Parecían noqueados, sumidos en un profundo sueño forzado.

Después de unos minutos abrió los ojos, suspiró y se restregó los párpados totalmente fatigada. La puerta del vehículo se abrió y apareció el muchacho de cabellos cenicientos. Todavía vestía ridículo con su remera de protección a las ballenas y en la cabeza calzaba una gorra del equipo de Hockey los Senadores de Ottawa.

—¿Sabías que el brasero de la llama centenaria no está prendido desde el centenario? —preguntó colocando un folleto informativo prácticamente debajo de la nariz de ella—. Hay veces que lo apagaron.

—¡Sal de aquí! —chilló furiosa y lo empujó al otro extremo de auto arrugando completamente el folleto—. Me da igual las vanas costumbres de esta trivial multitud. Procuro conseguir información viable cuando me interrumpes con tu insensatez...

—Lo lamento...

El chico guardó el folleto.

—¿Están vivos? —preguntó él, fingiendo un pésimo interés.

—Sí —ladró como un perro rabioso—. Por suerte, si él se enterara de que los asesiné todo se iría al demonio.

—¡Así se habla! Sin rodeos ni palabras sin sentido.

Ella lo fulminó con la mirada y él se concentró repentinamente en sus pies.

—Sobe y Jonás continúan con vida pero me excedí un poco al hacer ese hechizo con ellos, si hubiera tenido más fuerzas los habría matado. Sólo quería venganza, la dulce venganza —dijo excusándose y encogiéndose de hombros aunque aparentaba estar arrepentida.

—Tú lo dijiste.

Ambos permanecieron en silencio y contemplaron el mundo detrás de la ventana. Estaban en una cuidad cubierta de nubes, los dos vestían abrigos desvencijados, bufandas raídas y guantes sin dedos, parecían un par de vagabundos o dementes. Los cristales del auto estaban húmedos y con rastros de condensación. Fuera parecía que había llovido porque la avenida donde estaba aparcado el vehículo se encontraba empapada.

—¿Cuándo llegara Kilian? —preguntó el muchacho.

—No lo sé. Ese tonto ni siquiera puede entregar un cargamento de veneno a tiempo. Como tú que no puedes vigilar un chico atado y casi paralizado.

Él comprimió los labios.

—Lo lamento.

Izaro miró hacia la ventanilla conteniendo la ira.

—Me enervas y lo que aun más me enerva es que ahora Jonás Brown está en el Triángulo ¿Sabes lo que me costará sacarlo de ahí?

—Lo lamento.

—¡Ya deja de decir eso!

—Lo lamento —boqueó arrepentido, abrió los ojos al caer en la cuenta de su error y le desvío la mirada como si ella fuera una lamparilla encendida—. ¿Qué haremos ahora? Digo, además de pasar el portal a Babilon y ayudar a Kilian.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora