Visita rápida a unos animalistos

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La terraza no tenía prácticamente nada, ni siquiera había baranda ni parapeto, sólo estaban los ductos de ventilación y algunos ventiladores. Sobe leyó mis pensamientos, aferró con ambos dedos la rejilla de un ducto y jaló de ella para que se soltara.

—Todo sea por ganar tiempo —rezó Sobe.

—Dante, perderás tu Ipod y el parlante para siempre, tendremos que dejarlo —le recordó Dagna con un ceño tan fruncido que parecía retarlo a demostrar debilidad.

Dante se encogió de hombros un poco alterado.

—Tengo tres iguales en casa. Espero que mis padres no se den cuenta que lo perdí, podría meterme en problemas.

Lo dudaba pero todo era un problema para Dante incluso no tener problemas. Me ponía un poco mal por tratar de aturdir a los animales pero al menos podrían estar libres de ese establo oloroso por toda la noche, quién sabe, tal vez si tenían suerte lograban escaparse.

Dante tenía una aplicación para hacer mezclas de música. Seleccionó los sonidos electrónicos y los alteró con canciones que, creyó, tendría buenos resultados asustando a los animales. Esas fragmentos de: Vente pa ca de Ricky Martin, algunas de One Direction, todas las que Adam Levine cantara agudas y Entertainment de Phoenix. También seleccionó algunos sonidos de ballenas o notas que solo oían los animales que había descargado para una clase de ciencias.

Mientras mis amigos creaban una lista de reproducción para que la música no se detuviera al acabar, Miles me llamó propinándome dos golpecitos en el hombro con un par de dedos. Volteé. Él se había calado su gorra de lana gris para ocultar lo naranja de su cabello, que siempre solía cabrearlo, pero aun así se veía sus anaranjadas cejas enarcadas como si se preguntara algo. Me tendió unos binoculares y me señaló más allá de la muralla, en una de las ventanas que se levantaba tras un balcón. Miré.

Era el salón de baile donde había servido comida y robado un poco de comida también. La gente bailaba allí y Petra era una de esas personas, estaba con Nisán. Él la guiaba con nerviosismo y ella reía de su inseguridad como si la encontrara adorable. Estaban hablando, ambos movían las bocas mientras bailaban. No pude evitar sentir algo de celos, a pesar de estar loco podía tener su propia fiesta y bailar con una chica bonita, aunque fuera Petra; tal vez el papel de rey influía un poco o el hecho de tener mucho dinero. Aunque deseché la idea del dinero porque Dante tenía más de cuatro Ipods y estaba peor que yo.

Nisán se acercó y le susurró algo al oído, la sonrisa de Petra se desvaneció.

Sobe puso la música y de repente todos los animales en el piso de abajo comenzaron a relinchar, rugir y sisear molestos. Nos desprendimos una mirada triunfante y bajamos rápidamente por la escalera para que la estampida no nos alcanzara. Cam y Albert habían subido a los cerditos que masticaban los sacos de alimentos. Cuando le dijimos que nos íbamos agarraron a los animalitos y lo cargaron con ellos. Pero tardaban mucho porque los animales corrían, no se dejaban capturar y eran seis.

—¡Vámonos ahora! —le dije agarrando a Alb del cuello de su camisa.

—No, cerditos —me indicó con ojos suplicantes.

A regañadientes agarré dos cerditos con cada brazo y los resguardé contra mi pecho. Su piel estaba húmeda y calentita. Bajé las escaleras mientras los cerditos chillaban horrorizados por todo el alboroto.

En el piso inferior estaban algunas cuadras vacías. La música sonaba estridentemente y muy grave, un dragón batió las alas sobre mi cabeza, era del tamaño de una motocicleta. Tenía algo colgando del cuello pero se movía demasiado rápido de un lado a otro, era como una ráfaga. De su boca salía humo negro como un motor averiado. Rugió, atravesó el corredor, se llevó por delante una viga del techo, desmoronó una parte y se perdió en la oscuridad de la noche.

No era el unico que rompió algo, había varias columnas arañadas, vallas reducidas a pedazos y cosas quemadas.

—¡Cuidado! —aulló Dagna y me empujó para que un caballo que corría furioso no me embistiera.

—¡Cerditos! —gritaron Cam y Alb al unísono.

Caí de espaldas para no aplastar a sus odiosos cerditos, a mí me caían mejor los cerdos cuando eran tocino o cuando no tenía que salvarlos de una estampida de animales de tamaño jurásico. Dante y Miles me pusieron de pie mientras Sobe se dirigía a una de las salidas del corral, esquivando alas, garras y pezuñas. Se montó a un cercado y haciendo equilibrio se asomó y abrió una puerta para que los animales pudieran salir.

Dagna silbó como todo un vaquero del lejano oeste, agarró las riendas de un caballo enorme, le dio una palmada y le gritó que corriera en esa dirección. Sorprendentemente le hizo caso. Los pasillos comenzaron a despejarse.

Olía a humo. Fuera del establo, en unas cuadras vacías una farola encendida se había caído y tomó como combustible la paja seca, que entonces comprendí era muy inflamable. Una columna de fuego comenzaba a crecer y trataba de combatir con la lluvia copiosa que se había volcado sobre la cuidad.

—¡Sí, fuego! —canturreó Sobe.

—¿Lo apagamos? —le pregunté a Dagna.

Ella negó con la cabeza y comenzó a retroceder cuando las llamas avanzaron.

—No, ahí tienes tu distracción.

—La lluvia se encargará de apagarlo —me calmó Sobe.

Corrimos lejos de los establos humeantes, la lluvia cálida me recibió de un golpe. El agua estaba tan caliente que prefería tratar suerte con el fuego. El suelo de lodo que rodeaba todos los establos se había convertido en un lodazal con charcos dispersos. Por poco me caí por segunda vez. Miles apareció con un caballo y Dante con otro. Ambos tenían riendas y sillas. No supe en qué momento se habían apropiado de uno pero no estaba para hacer preguntas. Había muchos animales carnívoros, con alas y dientes sobrevolando en el cielo y dando vueltas.

Dejé que los cerditos corrieran libres en el suelo, me monté con Dante, Cam y Sobe. Albert se despedía a lágrima viva de sus nuevos amigos.

—¡Adiós, cuídense! ¡Escríbanme!

Sobe agarró las riendas del caballo. Y eludió a un lagarto enorme que iba en picada hacia nosotros. Dagna desenvainó una espada y la bestia levantó vuelo nuevamente. Algunos soldados de hojalata estaban viniendo hacia allí pero eran pocos para el desastre.

Debíamos separarnos como habíamos decidido hace unos minutos. Dante, Cam y Sobe irían conmigo para encontrarnos con la misteriosa Ojos de Fuego. Las llamas se propagaban detrás de nuestra espalda. La lluvia estaba tan caliente que despedía vapor al chocar contra el frío suelo, sentía que me quemaba.

—Está decidido —anunció Sobe—. Separémonos, no pierdan tiempo o todo lo que planeamos por semanas se irá al caño.

Sin decir otra palabra nos separamos. 

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora