El prisionero aprisiona a los que no eran prisioneros.

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 La bruja y el chico que estaba comenzando a dudar de que fuera humano me condujeron a The Rocks. Avanzamos por la calle Macquarie y nos dirigimos a la zona de muelles. En el camino pude recuperar el necesario movimiento de mi cuerpo para pisar los pies del chico que era lo suficientemente idiota como para no darse cuenta de que lo hacía a propósito. Tropezaba y me dedicaba sonrisas al modo de «No importa. Cuidado amigo. No me dolió, no te preocupes»

Todavía tenía en mi mente los sueños que había visto. Sobe y Berenice habían desaparecido, no se me ocurría qué razón tendrían para abandonar el Triángulo y me inquietaba que la última noticia que tuve de ella fue una advertencia. Una advertencia que había llegado demasiado tarde.

The Rocks, el barrio más antiguo de Sídney, conservaba un aspecto colonial que lo hacía parecer a otro mundo, tal vez por esa razón ellos se dirigieron allí. El lugar era una combinación de muchas estructuras, estaba colmado de edificios históricos renovados, galerías de arte, cafés, pubs, restaurantes lujosos y tiendas turísticas. Era muy fácil perderse por sus laberínticas y empinadas callejuelas pero ellos no titubearon ningún segundo. Se dirigieron decididos al muelle detrás de la calle Hickson.

El embarcadero se extendía en forma de arco frente al agua, en el horizonte se veía el norte de Sídney separado por una extensión basta de aguas azules que fulguraban debajo de la luz del sol. A lo lejos se podía ver la casa de la opera con su fachada blanca y angulosa. Algunos turistas caminaban de un lado a otro tomando fotografías o señalando la hilera de estructuras muy parecidas a casas coloniales que se encontraba a nuestras espaldas. Lo más probable es que fueran tiendas pero una se veía exactamente igual a la otra como si el arquitecto no hubiese querido inventar nuevos planos. Las tiendas se elevaban a unos metros detrás de una breve escalinata. Estábamos al borde del mar.

La pelirroja me empujó a la viga de madera, cuarteada por el sol, que te separaba de estar en el suelo a estar chapoteando en el agua. Todo parecía brillar con la luz del intenso sol incluso los oscuros pilares metálicos del puente que se elevaba a nuestra izquierda y conducía la carretera Bradfield al extremo norte.

—¿Dónde está Cornelius? —preguntó la pelirroja y se volteó furiosa hacia mí como si yo tuviera la culpa de todo.

—No lo sé —respondió el chico y se encogió de hombros—. Podría comunicarse con él.

—Estoy muy cansada por anestesiar al chico —respondió como una persona normal y arrojó el costal de Escarlata a sus pies.

Un turista de mediana edad se acercó a la pelirroja y le pidió indicaciones de cómo llegar a la casa de la opera, ella le sonrió gentilmente, le mostró algunas cosas en el mapa y acto seguido se despidieron riendo y compartiendo un chiste.

—¡Oiga! —grité con todas mis fuerzas intentando zafarme del chico y sacudiendo mi cuerpo­—. ¡Aquí, el que están secuestrando!

Ella se volteó enervada y me fulminó con la mirada.

—¡Silencio!

—¿Con qué éramos invisibles eh?

—Lo somos pero ya no tengo suficientes fuerzas para cubrir a los tres. Y que te diga que no tengo suficientes fuerzas no quiere decir que puedes intentar escaparte —rodeó mi garganta con una de sus manos—. Todavía tengo suficientes para retenerte.

—Captado —le dije esbozando una sonrisa.

Ella me soltó de un empujón y se dirigió a las barandas que contenían el mar, en mis adentros deseé que una fuerza mística la arrojara al agua pero nada sucedió. Sí, ocurrió algo extraño, pero no era lo que yo quería.

La chica elevó sus brazos al horizonte rodeado de mar reluciente y en ese instante una cortina de agua del tamaño de un televisor se elevó frente a nosotros. Cerró los ojos, concentrada en sus pensamientos, y tocó con la punta de sus dedos la pantalla de agua que burbujeaba.

—Kilian —murmuró y entonces las burbujas que bullían se tranquilizaron y cesaron de moverse hasta dejar en su lugar una pantalla de agua tranquila.

Allí se reflejó la figura de un hombre o al menos eso parecía la primera vez que lo vi. Tenía la piel un poco peluda y moteada como si la tuviera cubierta de pústulas, de hecho, así era. Sus ojos pardos no tenían párpados, parecía que estaba sorprendido todo el tiempo. Sus dientes eran filosos como navajas amarillas y sucias. Sus orejas eran tan grandes que medían más que su cara y terminaban en punta.

No me impresioné al verlo ya estaba casi acostumbrado a ver monstruos.

—Kil, se suponía que ya deberías estar aquí ¿Dónde se supone que estás?

El hombre esbozó una sonrisa torcida y se rascó la cabeza. Tenía las uñas desmedidamente largas y parecía estar tocando el techo de una carpa lo que lo hacía enorme, aunque no podía saberse con seguridad por qué la imagen estaba recortada.

—Sí, bueno... habrá un contratiempo con eso.

—¿Un contratiempo? ¿Qué clase de contratiempo?

—Por la revuelta en Onenev el año pasado, perdimos el veneno como recuerdas —la pelirroja se revolvió inquieta y miró a sus alrededores—. Entonces como lo extrajeron de otros medios tardaron muchos meses. Pero ahora tenemos el veneno y debemos llevarlo a Ozog para aniquilar a la población sin perder más tiempo, pero para llegar a Ozog tenemos que hacer escala en Babilon. Sólo allí hay un portal despejado a ese pasaje. Tengo que tomar el portal a Babilon en Canadá y luego ir hacía Ozog, soy el único gigante a quién el veneno no le hace daño. Me encomendaron llevarlo, no puedo ir a buscarte.

La pelirroja protestó y mis piernas flaquearon de la sorpresa. Sentía que el mundo había girado ciento ochenta grados.

«Babilon»  

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora