La fiesta del año tiene ponche, música y sicarios.

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Mi día ya se había ido al demonio mucho antes de que preparara un ponche humano.

Lo único que pude decirle a mi abuelo después de que me tirara la bomba de «Oye van a matarte, suerte en el cole, no quiero desaprobados» fue:

—Ja, ja sí.

Bajé del auto, cerré la puerta, lo saludé elevando avergonzado una mano y me metí al colegio como un relámpago. Por qué no me había dicho antes que Berenice llamó, ella quiso enviarme ese mensaje hace tres días ¡Tres días era mucho tiempo! Las clases habían empezado pero me dirigí al baño. Me encerré en el cubículo más cercano y me permití respirar agitado.

Ella había querido decirme que me encontraron y venían por mí pero no sabía quién. Tenía muchos enemigos, estaba Gartet por un lado que quería controlar mi habilidad de mover portales, aunque ni siquiera yo estaba seguro de poder usarla, luego estaba La Sociedad que deseaba reclutarme y convertirme en agente. Reclutar, quiere decir que te lavan el cerebro y te convierten en una máquina dispuesta a seguir sus órdenes.

En conclusión estaba en líos.

Me tranquilicé pensando que después de todo habían pasado tres días, tal vez había sido falsa alarma.

Tanto Gartet como La Sociedad no solían ser tan lentos. Mis propios amigos habían presenciado cómo soldados de Gartet evacuaban un mundo en menos de una noche. Salí a grandes zancadas, arrojé la mochila al suelo y apoyé las manos en una hilera de canillas. Mi reflejo estaba pálido, aferrado con la mirada nerviosa. Me incorporé, lavé mi cara lívida y esbocé mi mejor sonrisa que no fue más que una mueca revuelta.

En ese momento un chico irrumpió tambaleándose en el baño y arrastrando los pies como borracho. Tenía una remera negra manga corta que decía «Liberen a Willy o persigan a los perseguidores» sobre una camisa lo que lo hacía ver un poco ridículo, como si fuera parte de un mal chiste llevaba las piernas cubiertas con pantalones de chándal y sobre ellos un pantalón corto. A Narel le hubiera dado un ataque verlo. Su cabello estaba mal recortado, era fino y de un color gris ceniciento.

Me miró con aire desorientado, parpadeó confundido y sacudió la cabeza como si estuviera recordando algo. Tendría unos dieciséis años. No parecía de la escuela más bien parecía un vagabundo que había sido vestido por otro vagabundo con mal gusto. Infló sus mejillas y se dirigió al baño más cercano a trompicones, cerró la puerta, estrelló sus rodillas contra el suelo y se esparció un ruido líquido dentro del cubículo.

—Oye, chico ¿Estás bien? —pregunté.

Podía escuchar como vomitaba dentro del cubículo.

—Me marea estar en tierra —contestó jadeando.

—¿Quieres que llamé a alguien? —inquirí ignorando su último comentario, acercándome hacia la puerta y apoyando un oído en ella.

—¡No, no! No lo hagas —rogó exasperado como si no aguantara el hecho de tener que hablar conmigo—. Sólo metete en tus asuntos ¿No ves que estoy bien? —me gritó molesto y descargó con todo lo que había en su estómago.

Un olor repugnante embargó los baños al punto de que si no me iba de allí yo terminaría como él. Puse el puño de mi sudadera contra la nariz y contuve el aire lo que no sirvió de mucho. Había olido bastantes cosas en mi vida pero sin duda nada comparado con eso. Parecía que toda la basura del mundo se hubiera fermentado por semanas en el estomago de ese chico. Si así olía la comida casi digerida sin duda no quería estar en el mismo baño cuando sea dirigida del todo.

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora