Se cuidadoso con lo que robas.

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Cuando desperté me dolía todo. Las artes extrañas podían resultarte de ayuda pero quitaban tanto como daban, mi abuelo diría que eran igual que un prestamista bancario.

Me levanté sintiendo mis músculos agarrotados. No podía ver absolutamente nada, el aire era viejo como si tuviera un Cerra cerca pero no había nadie y la sensación no desapareció. Activé mis gafas para que me permitieran ver en la oscuridad. Tenía mi mano completamente arañada, habían tratado de robarme a anguis y no habían podido pero se habían encargado de dejarme unos cuantos moretones para que no los olvidara.

Estaba en una habitación cuadrada, tirado en el suelo. Las paredes eran de roca lisa, una pequeña y tosca ventana con barrotes estaba tallada en la esquina derecha. Había una piedra amplia recostaba debajo del opaco haz de luz que se filtraba por los barrotes. Era una cama pero ni siquiera tenía forma a eso, la piedra era puntiaguda, dura e inútil. No había puerta. Observé el techo y había una escotilla metálica por donde supuse me habían metido.

Desactivé la función y me dirigí a la ventana. En ningún mundo había recibido tantas palizas como en Babilon.

Walton diría algo optimista como «lo que no te mata te hace más fuerte», pero diablos, prefería estar muerto. El dolor era insoportable. Me subí al intento de cama, aferré los barrotes y observé donde me encontraba. Afuera estaba lloviendo, el paisaje que tenía ante mis ojos era el suelo de un bosque. Estaba atardeciendo detrás de las plomizas nubes. Un lodo líquido se escurría por el orificio que servía de ventana.

«Genial, goteras»

Suspiré y me desplomé contra la pared pensando una manera de salir de allí. La cabeza me daba vueltas. No creía en la palabra del hijack pero si no me había mentido tenía tan sólo unas horas para que vinieran por mí.

No había nada en la celda, inspeccioné la ventana pero los barrotes eran muy firmes y sólidos. Desenvainé a anguis y corté los barrotes de un sólo golpe. Iba a trepar y deslizarme por el agujero pero de repente las plantas del bosque se cerraron sobre el marco de la ventana. Ahora estaba sellada con hojas, modifiqué a anguis para que se redujera al tamaño de una navaja, tenía mi mano vendada así que agarré el tallo y comencé a cortarla.

No sabía de qué planta se trataba pero sospeché que las había colocado intencionalmente en las ventanas del calabozo porque crecían con una velocidad sorprendente. Cada vez que la cortaba crecía más rápido y el doble. Estuve varios minutos hasta que tuve mis pies cubiertos de tallos y hojas. Cuando mi cama tuvo un acolchado nuevo y cuando no pude aguantar el dolor de mis músculos me desplomé sobre las plantas muertas y la roca.

La ventana seguía bloqueada con ese condenado arbusto.

Todavía tenía mi ropa de combate. Me habían dejado con ella, si la tenía iba a usarla ¿O no? Restregué mis ojos cuando escuché un ruido que provenía del bosque. Un proyectil oscuro atravesó el telón de plantas, hojas y ramas que cubrían la ventana y aterrizó en el centro de la celda. Se filtró un destello de luz pero las plantas volvieron a crecer y ocultaron todo.

Me paré de un salto y agarré mi espada pero entonces vi unos ojos rojos en la oscuridad que me contemplaban tranquilamente. Escarlata. A su lado tenía un bulto. Era mi mochila. No sabía de dónde la había conseguido pero me la había traído porque sabía que siempre la cargaba conmigo.

—¡Escarlata! ¡Buen chico!

Corrí y lo alcé del suelo, él se revolvió molesto en mis manos y trató de zafarse pero lo abracé, siempre me sacaba de un apuro. Busqué en mi mochila mi libreta de dibujos, arranqué una hoja y escribí unas palabras apresurado:

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora