Los ladrones y asesinos son los que huyen de noche.

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«Nasimurioaicmosinadamurio qepasopeomuriodsmakuloñamuriovasl»

Eso era lo que pasaba por mi mente. Y no tenía sentido. No podía entender mis pensamientos. Estaba aturdido y los sonidos me llegaban como si estuvieran muy lejos. Quería gritar. Los gritos se peleaban en mi garganta queriendo salir pero trataba de tragármelos, como una píldora demasiado grande, hasta lograr escapar del todo.

Sobe no dejaba de preguntar dónde estaba Berenice. Nadie lo sabía pero podía arreglárselas ella sola, sabíamos que sólo nos necesitaba para cruzar el portal.

Nos alejamos del castillo por un tramo del bosque y luego trazamos una curva para desembocar en el campo de refugiados. La gente de ahí seguía igual que la última vez, apiñadas, estresadas y tristes. Se me hizo interminable pasar por esas carpas y fingir que todo estaba bien. Había familias alrededor de fogatas y niños correteando y yo no podía pensar en nada. Estaba temblando y los demás también a excepción de Albert que parecía disfrutar el recorrido. Dante y Dagna observaban los alrededores como si no creyeran que lo habíamos logrado.

Finalmente nos alejamos de ese sector. Corrimos a toda máquina como si de esa manera pudiéramos huir de lo que habíamos hecho.

No había sido todo nuestra culpa, así eran las batallas, la gente moría, sobre todo las personas inocentes. Pero por lo general tus enemigos no quedaban indefensos tratando de ayudar a sus amigos que también eran tus amigos. Atravesamos la muralla de estacas sin ser vistos, la lluvia que todavía no había parado, había creado charcos de lodo en el suelo, tenía que sujetarme de las estacas para no caer como le sucedió a Miles.

Cuando estuvimos en el Bosque de las Bestias Salvajes comencé a gritar. Caí al piso mojado y grité, te ves como loco pero ayuda a desahogar. No es difícil, sólo gritar como si te hubieras golpeado el pie con la esquina de un mueble.

No fui el único, Sobe desenvainó su espada y se desquitó con un tronco como si se hubiera propuesto talarlo en aquel mismo instante. Dante se sentó en el suelo, cubrió su cara con las manos y quedó temblando en un rincón. Petra, Walton y Dagna estaban discutiendo qué hacer mientras Miles, Cam y Albert observaban lo qué sucedía con un ligero atisbo de miedo en los ojos. Estaban confundidos como si pensaran qué les apetecía hacer en ese momento: dejarse llevar o discutir maniobras.

Walton no se veía muy bien. Aunque era el más fuerte de todos, tenía sólo dieciocho años y casi había matado a mi amiga. Si Walton no la hubiera herido con la flecha entonces Izaro hubiera podido sanarla.

Él me desprendió una mirada fugaz y le desvié la mirada. Me sentía fatal. No podía enfadarme con él, había sido un error pero también sentía que estaba siendo desleal con Finca. Sacudí mi cabeza.

No podía quedarme en ese bosque lamentando todo lo de la noche. Porque la noche no había terminado. Hablamos sufrido muchas cosas por esa misión, debíamos terminarla.

—Jonás, vámonos —me dijo Petra, su voz melodiosa y gentil se había desvanecido, estaba cansada y supe que si no me movía me daría un puñetazo en la cara y me arrastraría hasta las montañas.

—No pudimos ayudar a Babilon —musité—. Todo sigue igual.

Ella apretó los labios exasperada.

—Ya se nos ocurrirá algo. Ven.

Me levanté con la mente hecha un lío. Ella también había dejado a Nisán, aunque nunca lo había querido de la misma manera que él a ella, supe que se sentía avergonzada de sus planes. Había enamorado a un chico y lo había abandonado. Todo para nada. Ahora el pequeño rey tenía que lidiar con un cerebro quemado y un corazón roto.

Eso era muy dramático si el hijack estuviera allí se habría conmovido.

De verdad, esa noche éramos unos verdaderos patanes. Sólo quería abandonar Babilon, quería irme y no volver a verlo nunca más, lo odiaba, odiaba lo que hacía sentir y cómo me hacía actuar. Gartet se había lucido con ese mundo, no sólo lo había colonizado sin que ellos lo notaran, había hecho que lo adoraran y había llenado de oscuridad cada cosa.

Nos pusimos en marcha sin nada más que decir. No sabía si lograríamos atravesar las montañas antes del amanecer pero valía la pena intentarlo.

Después de todo no habíamos hecho otra cosa en toda la semana. 

El futuro perdido de Jonás Brown [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora