Capítulo 8

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Maratón|Parte II


—Oye, Misael. ¡Misael!

—Deja de molestar.

Ignoro a la asistente del entrenador y me recuesto en la banca de descanso, llevo una toalla pequeña en mi cuello para secar el sudor. Mi respiración es agitada, extrañaba entrenar y no me arrepentía de hacerlo. Necesitaba mantener mi mente ocupada.

Habían pasado casi dos meses desde que Avery me había abandonado, y estaba desmoronándome poco a poco. En realidad, estaba viendo una parte de mí que no conocía. Ignoraba a papá, incluso a Madeleine y a la pequeña Hillary, no llegaba a casa hasta que la noche llegara y salía antes que los demás. ¿Los odiaba? Antes habría dicho que no, pero ahora no estaba tan seguro. Y ahora andaba solo, no era que me metiera en drogas o algo así, simplemente odiaba la compañía, la soledad se había convertido en mi mayor deseo y no había día en que no llamara al número de Avery, pero siempre sonaba la primera vez y después ya no lo hacía. ¿Ella me odiaba ya? No había forma en el mundo en el que dejara todo lo que habíamos pasado.

Lo peor de la situación no era el que ella se haya ido sin darme una explicación, lo peor era que se había llevado todo lo que era consigo. Y mis pensamientos eran inundados constantemente por sus ojos, por su voz, por sus labios. Me hacia tanta falta, que muchas veces pensé que tal vez si no nos hubieran separado, ella y yo no tendríamos porqué ser un par de desconocidos con sentimientos encontrados. Tal vez no la miraría diferente, tal vez no... Tal vez no me moriría poco a poco por su ausencia.

—Llegué.

Susurré, lo decía más por costumbre que por familiaridad. Antes me gustaba saludar a todos al llegar, para que sepan que estaba ahí, que era parte de su familia aunque no fuera su hijo. Y siempre quise que ellos pensaran lo mejor de mí, que se sintieran orgullosos. Y ahora, todo había cambiado.

Porque Avery apareció, porque ella sí era mi familia y luego de su partida, me di cuenta lo extraño que me sentía en esa casa, como si nunca hubiera sido ese mi lugar.

—¿Cuándo dices que es? —hoy había decidido llegar temprano a casa porque tenía un compromiso al anochecer con los chicos del equipo, y me detuve antes de llegar a la puerta de la cocina al oír la voz de papá —. Si, no, Misael está bien sin ella. Ya parece haberla olvidado. Probablemente aunque le diga de la operación no irá. Misael es un muchacho ocupado, pero trataré de ir. Si. Si. Se lo diré. Adiós Valentine —cuelga y suspira negando —. No se lo puedo decir.

—¿Qué cosa no me puede decir?

Papá se vuelve al oír mi voz, parece sorprendido. Aclara su garganta y pone el teléfono en su lugar.

—¿Te he educado para oír conversaciones ajenas?

—¿A qué operación se refiere? ¿Es algo respecto a Dan?

—No es algo que te incumba.

—¡Dígamelo ahora!

Grité cuando se dio vuelta, mis manos estaban temblando, mi respiración estaba acelerándose. Necesitaba encontrarla, necesitaba verla, abrazarla. Necesitaba a Avery.

—Tengo que decir —se volvió hacia mí, mirándome fijamente y luego tomó un papel y una pluma de la mesilla —, que el chico que tengo frente a mí ha cambiado, y que probablemente la culpable sea la chica que está en esta dirección —anotó algo en el papel —. ¿Dejarías toda una familia por una desconocida?

Me extiende el papel y lo tomo dándole la espalda. Leo la dirección y salgo sin responderle. No porque no tuviera nada que decir, era porque lo respetaba. Porque me mataría antes de decirle a él, que no eran mi familia y que en el fondo siempre me sentí un extraño.

Mi hermana y yo |MHYY2| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora