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Me encontraba corriendo frenéticamente hacia la estación del metro más cercana a mi departamento. Otra vez iba tarde para el trabajo, y si esto pasaba una vez más, ahora sí que me despedían.

Esperaba que el metro tardara menos que ir en un taxi o bus. No lo frecuentaba mucho, pero estoy desesperado y no me importa que sea peligroso o cualquiera de las otras cosas que digan, necesito llegar rápido.

Busqué en un mapa el metro que me llevaba cerca de mi trabajo. Sabía que había una estación a unas dos cuadras, pues la veía al salir luego de que mi jornada diaria acabara.

La encontré y corrí rápidamente a comprar un boleto y la chica que atendía —que por cierto parecía odiar todo a su al rededor— me avisó desganadamente que el tren ya iba a salir, asi que nuevamente; corrí.

Las puertas se abrieron y varias personas salieron como también entraron, empujándose entre sí.

Entré y por suerte conseguí un lugar para sentarme. Cuando las puertas se estaban por cerrar, miré por el cristal y había una señora de no más de treinta años reclamando al aire el hecho de un —al parecer, según lo que había escuchado— nuevo graffiti, y se dedicaba a tallarlo con un cepillo para ropa remojado en agua con detergente para que este desapareciera.

El tren partió y giré mi vista de nuevo al frente, saqué un libro de mi mochila y me dispuse a leerlo, aunque no me pude concentrar muy bien por el hecho de no saber si llegaría a tiempo a mi trabajo.

Graffiti et Livres ||Cashton||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora