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Ese día también volví en metro a mi casa, decidido a averiguar si el chico que se apareció en donde yo trabajaba también era el chico de los graffitis.

Como siempre, en el camino, ya sea de ida o vuelta, en cual sea el transporte en el que vaya, tenía un libro conmigo, por lo cual lo saqué y empecé a leerlo, claro, no sin antes olerlo, siempre sería eso lo que más ame de los libros; su grandioso olor.

Esta vez, cuando llegué a mi estación, me encontré una escena diferente.

Un policía perseguía a ese chico o chica de los graffitis, amenazándolo o amenazándola con llevarlo o llevarla a la cárcel si volvía a hacer otro graffiti en ese o cualquier otro lugar.

Mientras corrían, observé a la persona —que otra vez iba encapuchada—, pero esta vez, debido al movimiento que hacía, la capucha se le cayó, y antes de que desapareciera de mi campo de visión, logré divisar unos rizos castaños.

Era él, definitivamente era él.

Antes de irme de la estación, miré el graffiti que lo había metido en problemas. Se podía apreciar un dibujo abstracto de una taza de café y un libro, y de fondo un jarrón con orquídeas.

Reí por la estupidez que se me vino a la mente al mirarlo, pero, ¿qué tal si no era una estupidez?

¿Qué tal si el dibujo era realmente por o para mí?

«Que cosas piensas, Calum, claro que no. Eres un idiota.», me reproché y finalmente salí de la estación negando con la cabeza.

Graffiti et Livres ||Cashton||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora