U n o .

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Siempre hallo en mi memoria
el recuerdo de tu voz.
Esa dulce melodía,
adictiva sensación.

10 de septiembre de 2018

El estridente sonido de mi alarma hizo que me despertara de un salto y la apagara sin dudarlo. Aún notaba mis ojos cansados, quería dormir más. Me dejé caer de nuevo sobre la cama y me quedé mirando al techo. Sabía que esto iba a pasar, por eso había programado el despertador para que sonara diez minutos antes de la hora en la que en realidad tenía que levantarme y prepararme para ir al instituto.

Para evitar dormirme de nuevo, cogí mi móvil y revisé mis redes sociales. Mi cuenta de instagram donde subía mis poemas seguía sin notificaciones nuevas. Apenas tenía seguidores; tan solo la seguíamos yo, Heather y unas pocas personas más, cuya identidad desconocía.

Lo prefería así. Me habría muerto de vergüenza si alguien de mi entorno llegase a leer lo que escribía.

La mayoría de ellos trataba sobre mi fracaso en el amor, pero también estaban los que iban sobre la vida adolescente, las decepciones y los sentimientos.

La segunda alarma sonó. Ya era hora de vestirme.

Me helé en cuanto salí del edredón. El verano había pasado a la historia, dejándole paso al otoño. Septiembre era el mes de las mañanas frías y las tardes agradables, el mes perfecto para vestirse con camisetas de manga corta y cazadoras de distintos tipos.

Eso mismo fue lo que escogí cuando me acerqué a mi armario en busca de ropa.

Aún con los párpados pesados y el enorme deseo de volver a tumbarme en mi cama y cerrar los ojos, caminé hacia el baño y me metí en la ducha. El agua caliente y placentera, lejos de despejarme, hizo que perdiese más tiempo de lo planeado.

Una vez salí del baño, ya vestida, me dirigí hacia la cocina, donde se hallaban mis padres. Mi hermano mayor no tardaría en llegar, siempre se levantaba treinta minutos más tarde que yo y, normalmente, ya habíamos acabado de desayunar para entonces.

—Buenos días —los saludé.

—Buenos días —me respondieron al unísono. Por lo general, mis padres ya eran bastante callados y distantes, pero esos rasgos se acentuaban por la mañana.

Desayuné y me arreglé rápido para poder quedarme en el sofá descansando un rato antes de que saliera el autobús.

—Ey, enana. —Jake golpeó mi cabeza desde detrás del sofá con una libreta —. Hora de irse.

Miré la hora en mi teléfono solo para darme cuenta de que el tiempo había pasado demasiado rápido. Me puse mis deportivas blancas de siempre y seguí a mi hermano hasta el ascensor.

La bajada desde la planta en la que vivíamos se hizo pesada, como de costumbre. El ascensor era viejo y le costaba lo suyo descender. Aproveché para mirarme al espejo y asegurarme de que mi aspecto era decente. Al lado de mi reflejo —una cara redonda y llena de pecas con unos ojos azules enormes— se encontraban pegadas varias notas. Todas eran quejas de los vecinos y la mayoría trataban precisamente sobre el ascensor.

Por suerte el autobús no tardó en llegar. A mitad de trayecto se subieron Zoe e Ethan. Observé a ambos con atención mientras caminaban hacia nosotros. Zoe llevaba el cabello, tan negro y fino como el de su hermano, recogido en una cola alta. Sus ojeras estaban muy marcadas, lo cual, sorprendentemente, acentuaba para bien el azul grisáceo de sus ojos. Ethan caminaba a su lado y su aspecto era mucho más vivo. Me sonrió nada más verme, haciendo que mis mejillas se volviesen de un vergonzoso tono rojizo.

Kate & Ethan ✔️ | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora