Capítulo 9. Reacción

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AIDEN

Muerdo mi labio roto, una risita mía suena.

—¿Tiene buen puño, eh?

Sobo mi mentón y veo a mi hermano.

—Lo tiene.

—Deberías dejar de molestarla. Es un hueso duro de roer, Alexia no es común.

—¿Tu chica lo es?

—Mi chica.

—La niña bonita que llevas a todo lado, ¿no eres muy mayor para ella?

—Adam por favor, apenas y tiene 19 años, no la veo más que como una amiga.

—¿Seguro?

—Seguro, no soy un mal hombre, pero Avril es especial y merece mucho más que un chico como yo.

—Pues yo creo que puede surgir algo, ella es hermosa.

—Sí, pero para mí está prohibida. No puedo ni la veré como algo más que mi amiga.

—Té te lo pierdes, hermano.

Adam se cambia enseguida y me levanto con fuerza de la cama.

—Iré a levantar pesas un rato.

—No te esfuerces mucho —bromea.

Camino fuera del pasillo, bajo las escaleras, la puerta se abre enseguida. Sonrío al saber que no hay nadie en los vestidores de hombres. ¡Genial!

Dejo mi ropa en los canceles, luego de eso agarro mi toalla. Me quedo quieto cuando veo una pequeña silueta golpeando un saco de boxeo, una figura conocida... una pelirroja delgada y testaruda.

Mis ojos divisan su pequeño culo, el cual se mueve al rebote con el saco de box.

Poom.

Poom.

Muerdo mi labio, el sabor de mi herida me hace gruñir mucho más satisfecho, su pequeño cuerpo se sacude fuerte, diviso sus pechos de lado, no tan grandes pero lo suficiente llenos para mis manos.

Esa idea manda una electricidad a mi miembro.

¡Mierda!

Indico mis dientes, ella frunce el ceño al verme aquí, vira los ojos y sigue en lo suyo.

—¡Qué bien te mueves, becada —desvío mis ojos a su top adherido al cuerpo, no me había dado cuenta de su abdomen desnudo, un vientre totalmente plano y definido, como si fuera una atleta profesional.

>>No sabía que peleabas.

—Solo estoy pensado que tú eres mi saco de box.

Río.

—Te mueves muy bien para haber entrenado en un remolque.

—No empieces, Aiden. No estoy de humor para tus chistes tontos.

Levanto mis manos, camino hacia ella y señalo el cuadrilátero.

—Una pelea, cien dólares.

—Quinientos —me reta.

—¿Tienes para pagarme eso?

—¿Mil?

—Estoy empezando a dudar en como consigues ese dinero, pero quedemos en trescientos, no quiero llores cuando pierdas.

—¿Vas a pegarle a una mujer?

—No veo una.

—Ni yo a un hombre —responde, sube al ring y se quita los guantes. Veo sus manos bien vendadas y la duda se hace mucho más grande. ¿Cómo sabe tanto de entrenamiento?

TRES HISTORIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora