Capítulo III

48.2K 3.6K 73
                                    

Capítulo III

   A su regreso, en su mansión de Londres, el Duque Fitzgerald se había dirigido silenciosamente a la habitación de su pequeña hija. Se acercó a su camita y besó su frente con ternura. Ella era su ángel. La contempló un pequeño instante, antes de salir de allí. Era la viva imagen de su madre. Una hermosa damita de cabellera castaña, piel clara y ojos verdes. Suspiró con anhelo, de que su madre pudiese ver aquel milagro de amor. Aquel milagro que ambos habían hecho, y el cual solo él podía ser testigo presente. Ella, su amada esposa, había muerto al darla a luz.


— Es momento de que busqué una madre para ti...— susurró antes de salir por completo—. Necesitas una madre. Y no es justo que yo te la siga negando a causa del dolor que hay dentro de mí.



   Cuando se encerró en su habitación, no pudo evitar recordar a su esposa. Era cinco años menor que él. Y era realmente hermosa, no tan solo físicamente, sino internamente. Recordó aquel instante en que se reencontraron y cómo sus miradas y su sonrisa habían cautivado su ser. Ella había cumplido 19 años, se encontraba en aquel baile de sociedad en el hogar de la familia Robertson. Ella había ido a encontrar un esposo, alejando así, sus sueños de encontrar un matrimonio por amor. La perdida de su padre la había dejado a la deriva. Sin derecho a soñar o esperar algo mejor. Sólo contaba con su titulo, nada más, pues su padre la había dejado casi en la ruina. Él apenas tenía 25 años. Había asistido, por asistir, junto a su joven amigo Lord Andrew Wetherby, quien tenía 23 años. Quien al igual que él, sentían la obligación de encontrar una esposa. Algo que no se encontraba en sus planes. No todavía.


— ¿Te sucede algo, mi buen amigo?— había preguntado con cierta picardía Lord Wetherby a su buen amigo, al verlo detenerse de repente.

— ¿Quién es?

— ¿Quién es, quién?

— La señorita que está bailando con Lord Grant...

— Es Lady Amelia Knightley...— sonrió con cierta picardía—. Probablemente recuerdes a su padre, a Lord Robert Knightley... Por lo visto, no le recuerdas. Era muy buen amigo de nuestros padres. Murió hace dos años atrás, alejando a su hija estos dos años de los bailes de sociedad. Se dice que hasta casi la dejó en la ruina.

— ¿Ella era la pequeña de las trenzas castañas que solíamos ignorar cuando éramos unos niños?— dijo algo sorprendido sin poder quitarle la mirada de encima, hasta aquel instante en que sus miradas se encontraron.



   Aquel duque sintió que había llegado el momento de desistir a la idea de huir de la idea del matrimonio.



   Tres meses después, se casaba con ella, con Amelia Josephine Knightley. Comprendiendo que el amor podía cambiar todo. Incluso el pensar de un hombre que se rehusaba a  casarse y abandonar su soltería.



   Después de un año de matrimonio habían concebido ese milagro de amor. Algo que ilusionaba a ambos. Sin imaginar lo que le deparaba el futuro. Nueve meses con un final que ninguno imaginó.


   Una lágrima bañó el rostro de aquel duque. Sentía aún tan vacío a su corazón. Pero esa noche se había hecho una promesa. Y se juraba cumplirla, por más que le doliera. Encontraría a una madre para su hija.



   Y en ese instante a su mente le vino el recuerdo de aquel encuentro con aquella misteriosa dama. Y las palabras de su buen amigo.



  <<  Es una pobre mujer que se marchitara sola. Al pasar de los años ningún caballero ha puesto sus ojos en ella... >>



   ¿Por qué no intentarlo? ¿Qué perdía? Había visto algo en aquella mujer que de cierta forma le había recordado a su amada Amelia. Esos ojos tristes que le impulsaban a no resistirse a esa idea. Sus ojos, sin él esperárselo, le habían cautivado el alma... Pero no el corazón. Su corazón estaba protegido y resguardado desde hacia tanto tiempo. Haciéndolo inalcanzable.



   ¿Acaso podía estar en las manos de alguien, como lady Kate Debbington, la posibilidad de que él volviese a amar?



   A la mañana siguiente...



— Tu tía me indicó que podía encontrarte aquí..._ expresó Amy Bennington al ver a su amiga en el jardín—.  Esta mañana recibí tu nota. Tenía tantas ganas de saber de ti... Te fuiste tan pronto anoche...

— Amy... ¡Que gusto es verte de nuevo! ¿Cuándo llegaste a Londres?

— Llegué ayer en la mañana... Encontrándome que mi familia paterna había sido invitada al baile de los Wetherby... ¿Cómo te sientes esta mañana?— dijo al sentarse junto a su amiga.

— ¿Podría acaso mentirte?— respiró  hondo, mientras miraba a su amiga—. Una parte quisiese regresar a Bath... Londres me asfixia. Me siento aprisionada... Pero mi otra mitad, me recuerda el deber que tengo con mi tía. Y me hace recordar cuánto le importo a ella... Y el que no puedo negarme a verla feliz. Y sé que algo que la haría tan feliz es que ella se sintiera como alguien que ha logrado lo imposible...Encontrar un esposo para mí. No se ha rendido a esa idea...

— ¿Y tú si?

— Lo sabes muy bien... No soy una ilusa tonta. Estoy clara que nadie pondrá sus ojos en mí... ¡Por dios, soy una solterona de 29 años!



   Sentía el corazón tan vacío, más de lo que lo había tenido antes,  por lo que una lágrima bañó su rostro.



— Pero no quiero desilusionar a mi tía... Por eso acepté ir anoche al baile de los Wetherby en contra de mi propia voluntad...

— Kate...

— ¡Sé cuanto valgo!... No me estoy desvalorizando. Solo que soy realista... Es tarde. Demasiado tarde... Se paso mi tiempo...



  Y para Kate aquella era una verdad innegable. Aun cuando le doliera cada vez que tenía que admitírsela a sí misma. Sin decírselo a su amiga, por dentro, se cuestionaba el cómo su tía había podido ocurrírsele emparentarla imaginariamente con aquel caballero que había ocasionado tanta conmoción. El mismísimo  Alexander Thomas Fitzgerald, duque de Somersham.

Kate... El río que fluye dentro de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora