Capítulo XXXI
Anne se encontraba a su lado, al igual que la comadrona. Podía ver su rostro lleno de preocupación. Las contracciones se hacían cada vez más fuerte. Y Kate cada vez se veía débil. Suponían que por el cansancio de haber caminado durante el trayecto que había recorrido aquella noche y del esfuerzo que hacía para traer aquella criatura que estaba por nacer.
_ El bebé casi está aquí. Cuando vuelvas a sentir el dolor, debes empujar… Hemos logrado que se ponga en una posición correcta._ le decía el médico y la comadrona, mientras Anne se encontraba a su lado.
De pronto, después de empujar con toda la fuerza. Ya la poca que le quedaba. Escuchó los gritos de su bebé.
_ ¡Es un varón! _ gritó la comadrona_. ¡Duquesa, tienes un hermoso varón!
Kate giró su cabeza en aquella dirección donde escuchaba el llanto de su hijo. Encontrándose con aquel pequeño bulto en las manos de aquella mujer. Brevemente vio un cuerpo rojo diminuto, una cabeza. Tenía un hijo... un hijo. Un hijo de Alexander. Su heredero. Luego de allí, su mundo se volvió negro. Perdiendo con ello la noción del tiempo.
_ ¡Kate tienes un hermoso varoncito!_ dijo Anne sonriente, sin embargo, no recibió ninguna respuesta. Haciéndole ver a todos lo que tanto habían temido.
_ Dios mío, no ahora. ¡No podemos perderla ahora!_ dijo el médico preocupado al ver el semblante pálido de su paciente.
La comadrona le entregó a Anne a su sobrino, mientras intentaba ayudar, una vez más, a aquel médico.
_Hay mucha sangre… La duquesa tiene una hemorragia._ dijo la comadrona.
La sangre no quería detenerse a parecer de la comadrona. Las sabanas se llenaron de ella, tiñéndola de rojo, mientras Kate se encontraba sumergida en medio de la vida y la muerte.
Cuando Alexander se enteró de lo sucedido, sintió que la vida se le iba. Recordándose a si mismo, que también todo aquello había sido su culpa. El había buscado a aquel heredero, sin amar realmente a su esposa. Y ahora empezaba a pagar por ello. Ya tenía a su legítimo heredero… Y con ello, perdía a la mujer que había empezado a amar. Y a la cual había mantenido alejada de si mismo.
Se odiaba. Se odiaba aún más al decirse a si mismo que ese deseo egoísta ahora podría costarle la vida de quien ahora amaba. Sí, él la amaba y al sentir eso por ella, por eso había huido de su presencia tantas veces. ¡Que idiota había sido! Su mente se nubló. Dejó de tener pensamientos conscientes, guiándose sólo por el miedo y el terror que recorría todo su ser.
_ Es tu culpa… ¡Sólo tu culpa!…_ le acusó su hermana, al mismo tiempo que le entregaba aquella carta que había encontrado en el escritorio de Kate_. Ella te había dejado esto… Espero que ahora te sientas conforme. ¡Ya tienes lo que querías!
Alexander tragó en seco. Se sentía completamente incompetente. Por lo que cerró los ojos y le pidió a Dios que escuchara su suplica. Aquella que estaba en el fondo de su corazón. Pedía por la salud de Kate. Por su vida… Por ella, mucho más que antes, al leer aquella carta que le hizo sentirse desvanecido.
“Kate” jadeó Alexander, y luego fue un grito desesperado. ¡Kate!
Una mano lo tomó por el codo, con fuerza. Evitando que él corriera hacia su habitación.
_ No conseguirás nada yendo hacia allá… Deja que el doctor haga su trabajo. Ella estará bien… Lo estará._ le dijo su madre, haciéndolo reaccionar, al colocarlo en frente de ella. Aunque ella también se encontraba preocupada.
No podía tolerar el miedo asfixiante. La culpa le quemaba el alma. Su ceguera al no querer ver aquella verdad que siempre estuvo en frente de él, y por miedo, nunca quiso ver, ahora ponía entre la vida y la muerte a quien le había enseñado a amar de nuevo. Y a quien había herido por su egoísta actitud.
Pronto se encontró en los brazos de su madre, completamente desesperado. Tragando en seco por causa de todos aquellos pensamientos que llevaban como puñales a su vida, que le herían en lo más profundo de su ser.
Se puso de rodillas y oró. Y le rogó a Dios que tuviera piedad. No para pedir su perdón, sino por Kate.
La niñera de Stephanie tuvo que detenerla en medio camino, al percatarse de que la niña se había dado cuenta de que algo andaba mal con Kate. Lloraba a gritos, pidiendo verla. Ella quería estar con su mamá. Y aquello hizo que Alexander se sintiera aún más desgarrado.
_ ¡Mamá! ¡Mamá!... ¡Quiero ver a mi mamá!... ¡Mamá, no me dejes!... ¡Quiero ver a mi mamá!... ¡Mamá! ¡Mamá!
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Kate... El río que fluye dentro de ti
Roman d'amourLady Kate Debbington se había resignado a ser una solterona el resto de su vida. Sin embargo, había tenido que acudir a un baile de sociedad en Londres, para complacer a su tía, quien no había perdido aún la esperanza sobre de que ella podía encontr...