Capítulo XII

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Capítulo XII

   Alexander se acercó aún más a ella. Rozó su mejilla derecha, contemplándola como nunca antes se había imaginado hacerlo. Algo le atraía de ella. ¿Sus ojos azules grisáceos llenos de esa dulce inocencia? ¿Aquella imagen esperándole en su cama ducal como si fuese una diosa griega? 


   Una necesidad de tenerla en sus brazos se adhirió en todos sus sentidos. Sintiendo aquel aroma a rosas, que emanaba su piel. Sus fuerzas a recordarse lo que debía hacer se desvanecieron. Tambaleando hasta caer, sin él darse cuenta de cómo a poco sucedía. La atrajo a sí, uniendo sus labios. Besándola. Besándola como antes jamás pensó volver a besar a alguien. Los labios de ella le respondieron. Hasta tumbarla lentamente en aquella cama. Recordándose que ella era inocente. Y ante su propia necesidad. Estaba recordar los temores de ella. 


   Y fue lo que se fue obligando a sí mismo. Lentamente. Cáusticamente. Sutilmente. Mientras la iba admirando y acariciando. Haciendo que aquella noche se volvieran uno, bajo la luz de la luna que entraba por los espacios de aquellas cortinas. Alexander se había permitido besarla y amarla, sintiéndose de pronto, como en una especie de paraíso, al sentir como ella le correspondía. Aun cuando, él se había prohibido a sentir aquello. Su principal objetivo había sido resistirse a cualquier involucración emocional. Pero, estaba allí, teniéndola en sus brazos. Completamente suya. 


  Y había sucumbido a aquello que se había prohibido a sí mismo. Sintiendo que algo le envolvía a ella, haciéndole experimentar cosas indescriptibles, a su parecer. Había tenido la inocencia de Kate. Y algo más...


   Cuando se le hizo más lenta la respiración, rodó hacia un lado. Kate quedó con la cabeza apoyada sobre su hombro, hasta el instante en que se quedó dormida.


   Alexander le miró aún sorprendido de sí mismo. Inmóvil, tratando de no pensar, tratando de sólo dormir como solía dormir antes. Pero esa noche, no era ni volvería a ser como aquellas otras noches. Sintiendo de nuevo aquella alarma interior, aquella que le recordaba que debía ponerse de pie y abandonar aquella cama. Mientras una parte de él, la más traicionera de todas, le impulsaba a quedarse allí. Dormir con ella. Amarla de nuevo como jamás había pensado volverlo a hacer. Hasta ese entonces.


   Empezó a sentir una profunda ternura hacia su esposa, cosa que se había prohibido rotundamente a sentir. Eso no formaba parte de aquel matrimonio por conveniencia.


   Cerró los ojos, recriminándose por hacer aquello. Era todo lo opuesto a lo que pensaba hacer justamente en ese momento. Pero, ¿cómo podía ser tan cruel y dejarla allí sola en su primera noche de boda?


   ¿Y después de lo que habían compartido?


   ¿Acaso ella no era su esposa? ¿Su nueva esposa?


_ Dejare que sea así hasta el final de nuestra luna de miel... Luego, seremos individuales, con el mismo fin... Dios, te ruego de corazón que lleve pronto en su vientre un hijo varón mío. El futuro heredero..._ susurró para sí, mientras la contemplaba, silenciosamente. Deseando apartarle un mechón de cabello que cruzaba su hermoso rostro. Pero se prohibió hacerlo. No deseaba sentir aquello que sentía cuando la tocaba.


   Había sido un error ceder a aquellos deseos durante su noche de boda. Se había dicho a la mañana siguiente. Mientras la miraba a los ojos, al instante que tomaban el desayuno, juntos, antes de emprender su viaje a Escocia. Lugar en donde sería su luna de miel.


   Sus mejillas al verle se habían sonrojado, algo que él sentía como un gesto que le conmovía el alma. Ella era una mujer completamente inocente, que sin importar sus verdaderas razones, le había hecho sentir cosas inimaginables. Cosas que él creía que jamás volvería a sentir. Por lo que sintió que su corazón le traicionaba. Al sentirse conmocionado a causa de ella. Estaban casados por convenio. Y aquello jamás cambiaría.


   O eso era lo que quería creer.


   Pero a medida que aquella luna de miel iba avanzando en Escocia y él cumplía con sus deberes conyugales. Se daba cuenta que elegirla a ella, había sido un completo error. Sus ojos azules grisáceos siempre le miraban, avivando su corazón. Que hasta en sueños le inquietaban el alma. No... ella le hacia traicionarse a si mismo, más de lo que él esperaba. Y ella era inocente, de eso estaba claro. Pero su cuerpo, sus ojos y su aroma le iban envolviendo, poco a poco, confundiendo.


   <<  No puedo sentir nada por ella... No. Es un matrimonio de conveniencia. No habrá más... Mi corazón y mi alma, no pueden sentir nada más. Pero, no sé que me esta pasando. Es mejor que pronto regresemos a Somersham. No quiero herirla... No quiero hacerle creer que podría haber algo más.  >>


   Edimburgo_ Escocia. Verano de 1782


   Había buscado su mirada en aquella habitación, como todas las noches, después de haber regresado de algún baile o algún paseo, sintiendo una vez más aquel  violento impulso que lo avasallaba sin piedad. Deseaba acariciarla y doblegarse ante su principal objetivo. 


_ Eres realmente hermosa..._ le dijo sin esperárselo de sí mismo.


   Kate había soltado su cabellera rubia, en ese instante, mientras él había entrado  a aquella habitación. Mientras ella estaba sentada en frente de su pequeño tocador.  Teniendo sólo un camisón azul de seda, que le hacia ver a él todo aquello que estaba bajo de aquella prenda de vestir.


_ Alexander..._ dijo al sonrojarse, sintiéndose tan halagada. Como nunca antes_. Con tus palabras, me halagas...

_ Soy sincero. Eres realmente hermosa..._sonrió.


   Él caminó hacia ella, sin saber como era posible que ella tuviese ese poder sobre él. Realmente lo tenía y era mejor que ella nunca lo supiese.


   Se acercó a ella, puso sus manos sobre su suave cabellera y luego sobre su mejillas. Olía a rosas. Una oleada de sentimientos brotó sobre él, haciendo que ella también se sintiera atada a aquel momento. Era su luna de miel. Estaba haciendo todo lo posible para que ella quedara embarazada. Era su mayor deseo. Y después de ello, él se ausentaría. Era lo mejor para ambos. Había sido sincero desde un principio y quería seguir siéndolo.


  La atrajo hacia si. Contenerse le era imposible. Mientras sentía que se perdía en ella. En aquello que desconocía. Y más, cuando ella respondía. Una mujer que lentamente se entregaba a él en cuerpo y en alma, como nunca tampoco había esperado. ¿Por qué él no se doblegaba a hacer lo mismo?


No... Eso le estaba prohibido. Su corazón siempre le pertenecería a una sola mujer y ella se encontraba bajo tierra. Por Kate simplemente sentiría un sentimiento comprable al que siente un amigo. No otro.

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Cuando escribí este capítulo me ayude con libros de Lisa Kleypas y Julianne Mclean. Era mi primera novela de este genero y no tenía idea cómo narrar en este estilo... Eso fue hace tanto tiempo. Pero fue mi inicio...


Kate... El río que fluye dentro de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora