Epílogo

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Un año después

Johnny suspiró pesadamente mientras caminaba por el cementerio, sosteniendo un ramo de claveles blancos en su mano. Con su mano libre, sostenía la mano de la pequeña Ilayda, quien llevaba un ramo de rosas blancas por su cuenta.

Sentía un gran pesar el estar en ese lugar, a pesar de haber estado muchas veces allí, pero era algo que no podía evitar. Aún no se acostumbraba a su ausencia, a pesar que ya había pasado mucho tiempo y había hecho todo lo posible por superarlo.

Al llegar a la lápida que había estado buscando, sonrió con nostalgia y se arrodilló frente a ella, quitando las hojas secas que estaban sobre la lápida. El otoño empezaba a hacerse presente, haciendo que los árboles se quedaran, poco a poco, sin hojas. Cuando quitó todas las hojas, puso las flores frente a la lápida.

—Te traje tus favoritas —dijo a modo de saludo, como si estuviese charlando cara a cara con la persona.

Suspiró de nuevo y mordió si labio, viendo hacia el suelo. Aún dolía, y le extrañaba más que a nada en esa vida. Todo ese tiempo se había repetido, una y otra vez, que se había ido muy pronto, y que él debió morir en su lugar. Había querido protegerle, y no había podido hacerlo.

Se culpaba a sí mismo, a pesar que sus padres le dijeron que él no había tenido nada que ver con eso.

—Yo también te traje las flores más bonitas que encontré —la pequeña dijo feliz y puso las flores al lado de las de Johnny, para luego sentarse a su lado y abrazar su brazo—. No te preocupes, y no estés triste. Sé que está en un lugar mejor, y que no le gustaría verte llorar, papá.

Johnny rió en un pequeño sollozo y limpió sus lágrimas antes que cayeran por sus mejillas. Ilayda siempre lo animaba y era muy tierna, al igual que Mark. Cada día se sorprendía más lo mucho que se parecían, y ahora parecían auténticos padre e hija de sangre, porque Ilayda se parecía ya físicamente a Mark.

—Lo sé, pequeña. Pero le extraño y quisiera que estuviera aquí para verte—le confesó.

—¡Claro que puede verme! ¡Y a ti también! Nos cuida a todos desde el cielo —respondió ella con entusiasmo.

Siempre decía lo mismo, pero siempre causaba un ataque de ternura en Johnny. Le gustaba que viera siempre lo positivo de todo, a pesar de cualquier problema. La abrazó fuertemente y besó su mejilla, haciéndola reír.

—Oye, no ataques a nuestra hija.

Johnny rió y volteó al escuchar la voz divertida que habló detrás de él, sacando la lengua infantilmente.

—Sólo le demuestro mi amor, Markie. Tú haces lo mismo con ella y conmigo todos los días.

Mark rió y caminó para sentarse al lado de Johnny y su hija.

—Lo sé, pero el de los abrazos y besos melosos aquí, soy yo. Tú eres el amargado al que no le gusta recibir abrazos de mi parte y se queja, a menos que sea Ilayda.

—Aww, ¿celoso? —lo molestó.

—Claro que no —negó y picó el estómago de Ilayda con su dedo—. Jamás tendría celos de una ternurita como Ilayda.

Mark miró la lápida y tomó la mano de Johnny.

—La extrañas mucho, ¿cierto?

—Más de lo que puedes imaginar —dijo en un suspiro. Perder a su hermana había sigo un fuerte golpe para él y toda su familia. Había muerto en un accidente de tránsito hacia 9 meses, y aún dolía como el momento que su madre lo había llamado desde Estados Unidos para darle la noticia.

Línea de Fuego | JohnMarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora