cap 11

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¿Duele? No, esa es una palabra que se le queda pequeña al sentimiento que me quema el pecho de una manera inimaginable. Todas y cada una de sus palabras se colaron en mi mente y de ahí no han querido salir.

Saber que él no puede dejar ni siquiera una cosa de las que yo he dejado atrás por mi hijo, duele, duele tanto o más que el rechazó de mi padre.

No lo planeé, no quería y evidentemente él tampoco, pero duele saber que será prácticamente un secreto en la vida de su padre. ¡Maldita sea! yo deje todo en Nuevaa York para que mi hijo tuviera un padre y él sale con eso.

¡Si! ¡Eso! ¡Un error...!

Esas palabras son las que más rondan mi mente y arden en mi pecho. Yo no me refería a mi hijo como un error, El error era lo que había pasado entre nosotros, no el bebé, él no tiene la culpa de lo estúpidos que fuimos James y yo.

Pero es esí como él lo mira. Como un error...

Estoy en mi nueva habitación, faltan pocos minutos para que James pase por mí e ir a la cita con la doctora que mencionó está hace un rato.

No he podido parar de llorar, por más que he querido dejar de hacerlo. Y es qué todo se me acumuló; el embarazo, el rachazo de papá, la salida de casa y de mi ciudad. La soledad que me abraza en Los Ángeles, y como cereza del pastel las palabras de James Evans.

Escucho el timbre y me levanto de la cama, limpiándome el rostro con las manos antes de usar una pequeña toalla que me deje totalmente seca. Intento recuperarme lo mejor que puedo, y cuando lo consigo salgo de la habitación, andando por los pasillos silenciosos y desolados, que me dejan un vacío en el pecho al recordar que los de casa estaban llenos de risas infantiles y pasos correteando por todos lados

Bajo las escaleras cuando llego hasta ellas, y en el piso inferior la sala de estar me recibe.

«fue una buena idea comprar la casa amoblada, así podré estar de lleno en mi nuevo proyecto.»

De nuevo el timbre me hace regresar en mí, y me apresuro a la puerta para abrirla y encontrarme con el rostro del hombre al que sólo le faltó escupirme el rostro hace un rato.

—¿Estás lista?— pregunta mientras tecleaba en su celular, asiento seria y salgo de la casa cerrando la puerta a mis espaldas.

Los dos empezamos a caminar uno al lado del otro hacia el auto que estaba estacionado en frente que supongo era de él. No es la misma camioneta de hace unas horas, este es un Audi negro.

Me abre la puerta del copiloto y entro sin dirigirle mirada alguna, cierra cuando estoy totalmente adentro y se aproxima a rodear el auto para subir de piloto y poner el auto en marcha. En silencio hacemos nuestro camino, y la tensión es tan palpable que podría cortarse con un cuchillo, sí quisiéramos.

—Oye, Lucía, lo siento. No quise...— empieza a hablar pero lo interrumpo chasqueando la lengua.

—Tranquilo, James, no debes arrepentirte de haber dicho lo que sentías. Cada quién es dueño de sus sentimientos...— digo sonriendo hipócritamente y sin mirarlo.

Sí, duele lo que ha dicho pero eso es algo irrelevante para él y ya no quiero seguir con la guerra campal que hay entre ambos... Después de todo nos tenemos que llevar bien.

—En serio, lo siento— repite y no habla más hasta que paramos en una clínica muy grande.— Llegamos.— murmura saliendo y encaminandose a mi puerta, por lo que me apresuro a salir antes de que llegue.

Ambos nos adentramos al lugar y él se detiene en recepción donde hay una mujer atendiendo detrás de un escritorio de mármol.

—Buenas tardes, ¿En que les puedo ayudarles?— pregunta la mujer con una sonrisa.

—Tenemos una cita con la doctora Jonson—responde James— A nombre de James Evans.

La mujer empieza a rebuscar en una computadora.

—James Evans. Sí, aquí esta. La doctora Jonson los esta esperando en el piso tres, sala de maternidad, consultorio quince.— indica rápidamente.

La mano de James se adueña de mi muñeca, y como sí de un latigazo se tratara, mi corazón se acelera esparciendo la sensación por todo mi cuerpo. Su mirada se encuentra con la mía, y traga saliva antes de bajar sus ojos al agarre que suelta para indicarme el camino al ascensor.

Sin ejercer ningún tipo de contacto físico, visual u oral, abordamos la cabina que nos deja en nuestro destino.

Al llegar al tercer piso buscamos la sala de maternidad y continuamente el consultorio quince. La secretaria nos recibe, anuncia nuestra llegada y luego con una sonrisa amable, nos permite el paso al interior del consultorio.

—¡James! Es un gusto verte. Has estado perdido ultimamente.— saluda muy efusiva mientras lo abraza.

—Hola Claudia, he estado algo ocupado.— se excusa James separándose del agarre de la doctora que rápidamente pone su atención en mí. — Ella es Lucía.— añade presentándome, la doctora me tendió una mano sonriente murmurando un " mucho gusto".

—Muy bien, entonces procedamos a ver como ha estado ese pequeño.— alude.— Ven, Lucía, recuestate aquí.— indica palmeando una camilla.

La consulta empieza, pide datos que voy dándole y ella va registrando en su archivo, me explica algunas cosas en tanto James guarda silencio total. Cuando llega la hora de subir a la camilla mi corazón se acelera y la saliva en mi garganta se seca.

No vuelvo a abrir la boca, y sólo hago caso a todo lo que la doctora me pide. El gel frío sobre mi vientre desnudoe eriza cada vello de la piel, aumentando la extraña sensación que intento disimular con los ojos fijos en la pantalla donde se supone que debe aparecer.

Mis nervios han florecido y mi corazón aumenta su frecuencia cuando la doctora empieza a mover la sonda por mi piel. James está parado al lado de la doctora, expectante a las pantallas en las que hasta ahora solo hemos visto nada exactamente.

—Aquí esta, miren.— suelta la doctora señalando un punto exacto en la pantalla el cual puedo distinguir a duras penas.

Es mi bebé.

No puedo hacer nada más que reír de la emoción y sostener lágrimas en mis ojos. Inconscientemente busco la mirada de James y su expresión no la puedo distinguir, pues, él solo mira la pantalla fijamente, y cuando me convenzo de que no hará más que eso deja ver una pequeñita sonrisa sobre la camisura de sus labios.

—Esta en perfecto estado.— la voz de la doctora me hacen quitar la mirada rápidamente de James, para posarla en ella.— Te asignaré algunas vitaminas que tines que empezar a tomar desde hoy. Ten. —me pasa una servilleta para limpiarme el gel y se va a su escritorio.

James la sigue y ella empieza escribir en una hoja, a la que luego le pone un sello y entrega a James, quién recibe el papel evaluandolo con la mirada.

—Tienen que venir el proximo mes.— indica sin dejar la sonrisa de lado.

—Claudia ya sabés; no puedes decir nada de esto.— aclara James cuando estabamos a punto de salir del consultorio.

—No te preocupes James, no diré nada ni auque quisiera, ya sabes... Políticas de la clínica.— James ríe y asiente, antes de tomar mi mano, esta vez sin soltarla ni voltearme a mirar.

Sólo se abre camino entre la gente para caminar por dónde vinimos.

Mi Hermoso ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora