2.

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Rick

Dejar en la cárcel a uno de mis mejores clientes no es algo que acostumbro, aún si estoy 100 por ciento seguro de que es culpable. Pero él tenía algo en su mirada que me hizo desconfiar al instante. Sabía que no desaparecería una vez que estuviera libre como los demás. Estaba seguro de que tenía otros planes en mente que yo debía detener, o al menos retrasar.

—Señor Winston, tiene una llamada de la señora Fairfax —anuncia mi secretaria.

—Pasámela —ordeno.

—Rick —habla la señora—. Lo logré. Ha aceptado ser tu dama de compañía.

—Esperaba que lo hiciera.

—Tuve que obligarla —admite.

—Era la única forma. —Separo el sobre rosado que viene ahí dentro—. Dígale que en la noche pasan por ella. Le mandaré una caja con el vestido, las instrucciones y la máscara.

—¡¿Hoy mismo?!

—Será la gala de Diosas por la educación —explico—. Subastaran mujeres hermosas para conseguir dinero. Y todos llevaremos máscaras, un toque de más exagerado, que le permitirá venir conmigo sin que nos reconozcan.

—Confío plenamente en usted, señor Winston.

—Tenga por seguro que la señorita Park está en buenas manos —me despido.

Cuelgo, sin dejar de hojear el expediente de mi dama de compañía. Parece una locura que haya aceptado pagar por una joven, y no por necesidad sino porque no tuve otra opción. Es la única forma de mantenerla a salvo de mi cliente. Guardo todo en mi escritorio, apago la computadora y me coloco mi saco para salir de la oficina.

—¿Ya mandaste el paquete que te pedí? —pregunto a mi secretaria.

—Sí, señor Winston. Entrega urgente.

—Perfecto. Por hoy acabamos, puedes retirarte —La cara de sorpresa que me dedica hace que suelte una leve risa—. Hoy tengo lo del evento benéfico de la educación, ¿recuerdas?

—No pensé que fuera a dejarme salir temprano —confiesa avergonzada.

—¿Qué clase de jefe crees que soy? —la cuestiono, indignado.

—Oh, ninguno señor Winston —se disculpa. Noto el rubor en sus mejillas—. Muchas gracias por dejarme ir antes.

Espero a que guarde todas sus cosas, y la acompaño hasta su carro.

—Hasta mañana, señor Winston.

—Cuídese, señorita Prince.

Devuelvo el gesto de despedida que hace antes de subir a su carro y vuelvo a la oficina por mi Jaguar último modelo. Tengo el tiempo justo para preparar los detalles de la llegada de la dama de compañía, alistarme y revisar que todo salga conforme a lo planeado. Cuando llego, Abby está esperando.

—Llegas tarde —me regaña.

—Estuve esperando la llamada de Madame —me excuso—. Y sólo fue media hora.

—¡Tuve que alistar todo yo sola!

—Para eso te estoy pagando —le recuerdo.

Abby me lanza lo primero que tiene a la mano, justo en la cabeza.

—Si no fueras como mi hijo renunciaría.

—No te dejaría hacerlo, Abigail. Eres muy importante para mi —confieso, abrazándola—. Ve a casa. Yo puedo hacer lo demás.

—¿Qué hay de la chica? Se sentirá incómoda estando sola contigo.

—Está acostumbrada a eso —suelto, sin pensar.

—¿Pero qué clase de vida lleva? —pregunta escandaliza.

—Ya hemos hablado de eso. —Latomo de los hombros para encaminarla a la puerta—. Le explicaré cómo funcionan las cosas y mañana podrás conocerla.

—¿Estás seguro que fingir que eres un cabrón, en todo el sentido de la palabra, es una buena idea?

—Es para protegerla, será lo mejor para ambos.

—Para ti, quieres decir —concluye—. Temes que el tiempo que pases junto a ella te haga amarla.

—Ella ya tiene a alguien en su corazón —afirmo—. Sólo jugaremos a que es mía.

Abby sale de la casa sin creer una sola palabra de mi boca. Ella tiene la habilidad especial de leer lo que pasa en mi cabeza, y negarme a lo que es obvio sólo hace que sea más difícil seguir con el plan. Enamorarme de Janeth sería arriesgar algo más que mi carrera.

***

El evento benéfico no tiene mucho de haber comenzado y lo único en lo que estoy pensando es en arrancarme la horrible máscara que llevo sobre el rostro. Ya no reprimo mis ganas de ir por un buen whisky, y me dirijo al bar donde varios hombres esperan por un poco de alcohol.

—¿Qué haremos con las chicas una vez que las compremos? —pregunta uno de ellos.

—Lo que quieras, ya pagaste por ellas.

—¿En serio soy libre de llevármela a un hotel para tener sexo?

—Pues claro. ¿Qué mujer decente se vendería por la caridad?

—Debería tener cuidado con lo que dice —me entrometo en su plática.

—¿Por qué? —cuestiona, molesto.

—La mayoría de esas mujeres "indecentes" son hijas de hombres muy importantes —respondo.

Tomo mi bebida y, antes de que alguno de esos tipejos vuelva a dirigirme la palabra, me alejo del bar.

—Vaya, vaya —habla una mujer alta, rubia, con un vestido largo que resalta su delgada figura—. Rick Winston decidió venir.

—Creí que las máscaras servían para que no nos reconociéramos, Selene —saludo.

—Fui yo quien organizó todo este circo, ¿recuerdas? —se engancha de mi brazo para llevarme fuera—. Y déjame decirte que escoger las máscaras para cada invitado fue muy cansado. Sólo a ti se te ocurre tal exageración.

—Lo odié tanto como tú —digo entre risas—. Pero ya conoces a Sean, siempre con sus extravagancias.

—Por eso se me hizo extraño que pidiera todo un evento para ayudarte con la chica —susurra a mi oído—. Aunque no me quejo, la paga fue bastante buena.

—Ojalá mi ganancia fuera tanta como la tuya.

—Claro que lo es —afirma, divertida—. La buena compañía vale más que todo el oro del mundo.

—Antes de que lo olvide —añado—. Hay un par de hombres en el bar hablando pestes de las mujeres que han decidido participar en la subasta. Están seguros que podrán llevárselas a la cama una vez que paguen por ellas.

—Mandaré a mis espías a escuchar sus pláticas —promete—. Y me encargaré personalmente del asunto. Gracias por decirme.

Me da un beso en la mejilla a modo de despedida y se pierde entre la multitud. Termino mi whisky, le entrego mi vaso a uno de los tantos meseros que se pasean por el salón y me dirijo a backstage para ultimar detalles.

La llegada y salida de Janeth debe ser limpia, como si nunca hubiera estado aquí. 

***

Hola. Mil gracias por animarte a leer este nuevo proyecto. 

¿Te va gustando la historia? ¿Crees que Rick sea un buen prospecto para Janeth?

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora