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Contemplo durante un minuto el rostro de Janeth, de la misma forma en la que ella observa el mío

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Contemplo durante un minuto el rostro de Janeth, de la misma forma en la que ella observa el mío. Noto lo colorado de sus mejillas y las pecas que se dispersan alrededor de ellas. La forma en la que sus ojos se hacen pequeños y la pequeña arruga que se forma en su nariz cada que sonríe. Lo castaño de sus ojos que me miran con una atención que hace tiempo no recibía, hasta que decide que ver sus manos es mucho más interesante.

—Eso estuvo bien —digo, cortando el silencio—. Una gran primera impresión, ¿no?

Janeth no dice nada, y yo no insisto en hacerla hablar. Seguramente se siente nerviosa, y no la culpo. Lleva un año fuera de esto, preocupada de romper la promesa de amor que hizo para estar conmigo. Enciendo el auto, para salir del evento de Selene y manejo por toda la ciudad hasta uno de los mejores restaurantes.

Dejamos el auto con el valet,  y mantengo a Janeth cerca de mí mientras entramos al lugar. Una vez ahí, pido al concierge nos de una mesa privada, cosa que no me niega debido al status social que tengo. 

—Debo ir al tocador —avisa Janeth, cuando llegamos a la mesa.

El concierge le indica donde es que se encuentra y aprovecho su ausencia para pedir un buen vino para iniciar la velada y la cena que nos acompañara a lo largo de la noche. Pongo la servilleta en mis rodillas, bebo un sorbo de agua, para calmar la sequedad de la boca, y saco mi celular para mandarme un mensaje a Selene, avisándole que ya nos hemos ido.

—Es la primera vez que vengo a este restaurante —oigo a Janeth. Me pongo de pie para moverle la silla, y dejar que se siente—. Lo cual es raro, porque pensaba que ya los había visitado todos.

—Lo abrieron hace un año —le informo—. Pero su comida es tan buena que se ha convertido en uno de los mejores.

—¿Y siempre trae aquí a sus conquistas? —Me pierdo en el movimiento de sus manos al momento de tomar la servilleta para colocarla en su regazo—. ¿O sólo viene en ocasiones especiales?

—En realidad, vengo cuando quiero alejarme del bullicio de la ciudad —confieso—. El ambiente es muy tranquilo, y los fines de semana tienen a un pianista muy bueno. Volveré a traerte para que lo escuches.

—¿Así que tendremos una segunda cita? —cuestiona con picardía—. Usted es muy directo, Rick Winston.

Carraspeo, nervioso por lo mucho que le ha gustado que dijera mi nombre. Aflojo un poco mi corbata, y agradezco que el mesero venga a salvarme con su bienvenida.

—Creo… —hablo, tratando de retomar la conversación—. Que es mejor que no seamos tan formales el uno con el otro. A final de cuentas, pasaremos mucho tiempo juntos como para tratarnos de usted.

—Tienes toda la razón —coincide Janeth—. Además, no eres tan mayor como otros clientes que tuve.

—¿Y qué te gusta hacer? —pregunto, obviando su última frase.

—Lo que a ti te guste hacer —responde, de forma automática. Rasco mi cuello, incómodo por lo servicial que eso sonó—. Soy tu dama de compañía, ¿recuerdas?

—Por eso mismo, Janeth. Vas a hacerme compañía, no a complacerme —digo, algo molesto. No sé cómo pude aceptar tenerla conmigo sin tener idea hasta que punto debe someterse ante un hombre por su trabajo—. Y quiero que te sientas cómoda en mi casa, porque pasarás algo de tiempo sola debido a mi trabajo —añado—. Puedo contratar a un maestro de baile, o un entrenador, comprarte una biblioteca entera si te gusta la lectura, o contratar los mejores sitios para ver películas y series online. Sólo dime que cosas te gustan, y haré lo que esté en mis manos para brindartelo.

Janeth murmura una disculpa y se levanta de su asiento. Yo hago lo mismo, siguiendola de cerca hasta que la veo entrar al tocador. Espero unos minutos, regañándome por dejarme llevar por mis creencias y no seguir el plan cómo me lo había prometido, y entro, inportándome poco si hay otra mujer ahí.

—¿Qué haces aquí dentro? —cuestiona, sorprendida. Noto el brillo en sus ojos y doy un paso al frente, acercándome a ella—. Es el baño de mujeres, Rick.

—No hay nadie —murmuro para calmarla. Encuentro sus manos y las sujeto entre las mías, extrañado de lo bien que parecen encajar—. Lo siento. No quería hacerte sentir mal con mi vómito verbal, pero quiero que entiendas que el ser mi dama de compañía no debe privarte de ser tu misma. Quise comprarte por quién eres, no por quién puedas ser estando conmigo.

—Gracias por eso —dice en un tono neutral de voz. Aprieta el agarre de nuestras manos, durante un breve segundo, antes de soltarse—. Deberíamos salir de aquí antes de que alguien más entre.

Sonrío, dejándola caminar primero. Volvemos a la mesa, donde nuestros platillos esperan y comemos en silencio. Por un lado me siento mal de que Janeth se haya retraído un poco con mis palabras, ya que empezaba a gustarme la idea de tener a alguien con quién conversar, y por el otro, me alegra que haya logrado ponerla a pensar sobre lo que significará estar conmigo.

Al terminar la cena, decido que lo mejor será ir directo a casa. Pago la cuenta, pido el auto y la llevo al lugar donde estará durante todo un año, si es que el plan de Sean sale a la perfección. El silencio que nos ha invadido desde mi bobo discurso ha terminado en Janeth quedándose dormida en el asiento del copiloto.

Como no quiero despertarla, quito con cuidado el cinturón de seguridad y hago que me abrace del cuello para poder levantarla. Me maldigo por no dejar que Abby se quedara para ayudarme y, como puedo, camino por toda la casa con Janeth en brazos. Trato de distraer mi atención en el aroma dulce que emana su cabello, para subir con ella hasta su habitación y la dejo caer en la cama.

Ella no siente el impacto de su cuerpo sobre el colchón, y se gira sobre ella misma para acomodarse. La cubro con una de las cobijas que Abby dejo preparadas, y salgo de ahí antes de que decida a abrazarla mientras duerme.

Primer noche superada. Ahora, sólo tengo que reestructurar mi plan para evitar enamorarme de ella.

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora