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He tratado, desde que Rick se fue, de iniciar un conversación con Abby sobre lo que sucedió anoche, pero no sé por donde empezar

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He tratado, desde que Rick se fue, de iniciar un conversación con Abby sobre lo que sucedió anoche, pero no sé por donde empezar.

—¿Y bien? —cuestiona Abby—. ¿Ya vas a contarme qué tal resultó todo?

—¡Fue perfecto! —suelto, emocionada—. Rick fue muy tierno, y el sexo fue increíble. No sentía algo así desde Matt...

Mi buen ánimo se esfuma de pronto. Se supone que estoy esperándolo, que lo amo, que lo que hago con Rick es sólo trabajo. Abby nota mi cambio de humor, y se sienta a mi lado para sujetar mis manos.

—¿Pasa algo?

—Prometí algo —confieso—. Y estar con Rick parece complicar esa promesa.

—Rick complicando promesas —habla, divertida—. Sí, suena a algo que él haría.

—Hablo en serio —la regaño.

—Yo también —responde—. Rick es abogado, su trabajo es complicar promesas, sobretodo las que él mismo llega a hacer.

El teléfono corta mi oportunidad de preguntar que tipo de promesas suele hacer. Abby se levanta, contesta y mantiene una conversación de unos minutos antes de pasarme la llamada.

—Janeth —me llama Rick. Una sonrisa enorme se dibuja en mi cara—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Con el trabajo hasta el cuello —contesta con fastidio—. Tengo mucho trabajo que hacer, y no creo llegar a la hora de la cena.

—No te preocupes, no andaré de curiosa por tu habitación. Lo prometo.

—Es bueno saberlo —murmura. Casi puedo escuchar la sonrisa que se le ha formado—. Pasame con Abby.

Le devuelvo el teléfono a Abby, y ella acepta quedarse conmigo un rato más para no dejarme sola durante tanto tiempo. Cuelga, y me dedica una mirada cómplice que me desarma por completo.

—¿Qué te gustaría hacer?

La verdad, nunca creí que Rick fuera capaz de cumplir su palabra de brindarme cuánta cosa se me ocurriera. Pero sí lo era. Así que decidí que esa tarde me la pasaría viendo películas de romance, acompañada de Abby. Al acabar nuestra primera opción, nos levantamos directo a la cocina para hacer de comer. Yo sigo cada movimiento de Abby para aprender a cocinar, porque Madame decía que eso no era algo para nosotras.

—¿Quieres intentar? —me dice, y yo asiento emocionada.

Lo hago con lentitud para no cortarme, y terminamos de hacer todo en tiempo récord, o eso dice ella.

—¿Nunca has cocina? —pregunta.

—Madame creía que no era para damas de compañía —le explico—. Pero siempre quise aprender  a hacerlo.

—Yo te enseñaré —me dice, animada—. Le diré a Rick para que tenga todo lo necesario. 

—¡¿En serio?! —exclamó, emocionada—. Oh, será increíble. Podré hacerle la cena a Rick uno de estos días.

Bajo la mirada. De nuevo, Matt viene a mi mente. ¿Debería mantener la promesa? Abby mueve la silla, y se coloca a mi lado, preocupada por mi repentino cambio de humor. 

—Seguro le gustará lo que cocines —trata de confortarme—. No te pongas así. 

—No es eso —hablo, y la miro. Realmente puedo confiar en ella—. Es una promesa que me está costando mantener.

—Puedes contarme —habla—. Si quieres, claro está. 

—¿Rick te dijo algo sobre mí?

Abby deja los cubiertos sobre la mesa, y parece pensar con detenimiento su respuesta. 

—Me dijo a lo que te dedicabas, y que iba a contratarte —responde—. Sólo eso.

—¿No te contó más? —Abby niega con la cabeza, confundida—. Bueno, seguro no quiso contar toda mi vida.

—¿Por qué iba a contarme tu vida?

—Se supone que yo no debería estar trabajando —digo, afligida—. Yo debería estar en casa de Madame esperándolo.

—¿A quién?

Abro mucho los ojos. Hace tiempo que no hablo de Matt, de lo que realmente significó esa promesa y de lo lejana que parece ahora que he vuelto. Me levanto de la mesa, murmuro una disculpa y subo a mi habitación, para hundirme en la culpa de no cumplir con mi palabra.

¿Eso significa que ya no amo a Matt?

Escucho unos golpes en la puerta, y veo a Abby entrar. Trae en sus manos una taza humeante, que me ofrece en cuanto se acerca a mí.

—Es chocolate —indica, apenada—. Pensé que te haría sentir mejor.

—Muchas gracias. —Tomo la taza y le doy un sorbo. Tenía tiempo que no disfrutaba de algo así—. Perdón por irme de ese modo.

—No te preocupes —me tranquiliza—. Sé que han pasado muchas cosas desde que estás aquí. Es entendible que te sientas abrumada.

Bajo la mirada. No me siento abrumada, me siento culpable por lo que estoy sintiendo por Rick. Y lo peores que es totalmente diferente a lo que creía sentir por Matt.

—Hace algunos de años —hablo, llamando la atención de Abby—. Hubo un hombre que me contrató. Su nombre era Matt.

—¡Así que ese Matt! —exclama, sentándose a mi lado.

—Matt desde un principio fue muy bueno conmigo, así cómo lo es Rick. Me hacía sentir más que una dama de compañía, y con el tiempo comenzamos a enamorarnos el uno del otro.

—¿Eso se puede? —cuestiona.

—Sí, claro. Sólo que Madame tiene una serie de pasos a seguir cuando sucede algo así —le explico—. Y cuando Matt fue a decirle que quería casarse conmigo, ella le dio una lista que tenía que cumplir antes de hacerlo.

—Oh —suspira afligida—. ¿Y cuál es la promesa de la que hablas?

—La última vez que nos vimos, me hizo prometerle que lo esperaría en casa de Madame —recuerdo—.  Que no sería la dama de compañía de nadie más. 

—Pero has vuelto —indica—. Eres la dama de Rick.

—Madame, en cierta forma, me obligó a hacerlo —concluyó—. Y con lo lindoque resulta Rick, la promesa se está cada vez más difícil de cumplir.

Abby me observa por unos minutos, antes de levantarse de la cama.

—De cierta forma ya rompiste la promesa —suelta—. Ya estás con Rick, deberías disfrutarlo.

—Pero, se supone que amo a Matt —digo, confundida—. Que lo estoy esperando por eso.

—¿Cuánto ha pasado desde que se fue? —pregunta, sin darme tiempo de responder—. Cuando dos se quieren nada es impedimento para estar juntos, ni siquiera una lista.

Sale de mi habitación, dejándome peor que cómo estaba. Quizá Matt nunca me quiso, quizá solamente era un trofeo que necesitabaen su vida y por eso Madame nunca dejó que me llevara. Tomo el teléfono y marcó a casa de Madame, necesito preguntarle sí esos fueron los motivos por los que no dejo que me fuera. 

—Bueno —contesta una gruesa voz masculina que me descoloca por completo. En casa de Madame nunca hay hombres—. ¿Quién es?

Me quedo callada, sin saber que decir. Empiezo a pensar lo peor y, antes de que pueda colgar escucho una voz que se me hace muy conocida preguntando por mí.

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora