15

7.1K 474 15
                                    

Durante el camino hacía el restaurante, he tratado de decir algo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Durante el camino hacía el restaurante, he tratado de decir algo. Pero, de nuevo, me he quedado sin palabras. Rick se ve muy serio, atento a lo que tiene enfrente. Trae el cabello peinado hacia atrás, su mirada es de un azul gélido, las manos las tiene bien sujetas al volante, y se ha remangado un poco la camisa.

Sin soportar el silencio que nos envuelve, me atrevo a apretar el botón de encendido para poner algo de música. Lo intento una, dos, tres veces sin éxito alguno, y ahora sólo deseo que me tragué la tierra.

—Es el botón más pequeño —habla Rick, tratando de aguantar la risa—. Deja, yo lo enciendo.

Nuestras manos se tocan por un milisegundo, tiempo más que suficiente para hacer que mi estómago sienta un enorme vacío. Lo veo apretar botones, hasta que escucho las primeras notas de Wicked Game. Deja la canción y me pongo a cantarla en voz baja, en un intento de distraer la mente.

Minutos después, llegamos al restaurante. Rick toma su papel de caballero, y abre la puerta. Una vez que bajo, me ofrece su brazo y me lleva por el lujoso restaurante, con techos altos, candelabros viejos y muy poca gente, que apenas si nos notan.

Una vez que tomamos asiento, Rick pide una serie de platillos que no reconozco, y espero que realmente estén ricos porque muero de hambre. Observo el restaurante, me doy cuenta de lo alejados que estamos de todos, y lo miro.

—¿Por qué estamos tan lejos? —pregunto.

—Privacidad —responde, desdoblando la servilleta—. Necesito hablar contigo sobre lo que paso.

Jugueteo con los cubiertos, para no tener que enfrentarme a su rostro, y suspiro, tratando de traer a mi mente la serie de palabras que tanto he buscado.

—Lamento lo que hice —habla, avergonzado—. No quería hacer eso, al menos no de forma consciente. 

La última palabra me hace tirar los cubiertos, lo que logra un tintineo en el suelo que permite a Rick, darse cuenta de lo que ha dicho. Siento mi rostro ponerse caliente, me meto debajo de la mesa para levantar las cucharas, y lo escucho reírse, por lo tonto de la situación.

—Vuelve arriba —habla, divertido—. O el mesero pensará que estamos haciendo otra cosa.

Me levanto tan rápido, al imaginar lo mal que me veré aquí metida, que me doy un golpe justo con el borde de la mesa. Suelto una pequeña maldición, nada propia de una dama de compañía, y regreso a mí asiento en el momento preciso en que el mesero llega con los platillos.

—Janeth  —me llama Rick. El dolor que siento en la cabeza es un buen distractor, por lo que lo miro fijamente—. De verdad me encanta estar contigo, pero de esta forma. Ambos hablando, ambos riendo, ambos compartiendo una cena, y verte cada mañana luchando con el nudo de mi corbata.

—Pero, sólo tenemos una semana juntos —le recuerdo, como sí eso realmente importara —. Y, es mi trabajo complacerte. No debí actuar de ese modo, debí dejar que hicieras conmigo lo que quieras.

El gruñido que sale de su boca me hace darme cuenta de lo que he dicho. Sus ojos se han puesto más claros, y la sonrisa que tenía ha sido reemplazada por una fina línea.

—No vuelvas a decir eso —pide, de manera seria—. Quién actuó mal fui yo, por querer obligarte a algo que no querías hacer.

—Pero Madame…

—Me importa poco lo que esa mujer te haya dicho —explota—. Estás conmigo, y las cosas deben cambiar. Ya te lo dije, eres más que una dama de compañía para mí.

Empieza a comer con toda calma del mundo, sin notar lo mucho que significa la última frase para mí. Soy más que una dama de compañía para él. Mi corazón late con fuerza, no puedo dejar de observarlo, notar lo guapo que es, y lo mucho que en realidad me gusta... Hasta que recuerdo a Matt, y mi corazón vuelve a su estado normal. Se supone que debo esperarlo, que yo estoy enamorada de él, que lo amo.

—¿Estás bien? —me regresa al presente Rick—. ¿No te gustó la comida?

—Todo está delicioso —miento.

—No has probado nada —indica—. Podemos volver a casa si no te sientes bien.

—¡No! —digo más alto de lo que quisiera—. Estoy bien. Sigamos con la cena.

Tuerce la boca, poco convencido, pero sigue comiendo como si nada. Al terminar, bebe un sorbo de vino, carraspea un poco y me mira.

—Madame me explicó tu situación —dice, bastante serio—. Entiendo que tengas a alguien más en tu corazón, y que eso haga las cosas más extrañas, pero… —Se detiene por un momento, cómo si no supiera cómo continuar—. Creo que ambos podemos cumplir con nuestro trabajo.

—Ha pasado un año —pienso en voz alta—. Quizá, ya no tenga sentido seguir esperando y por eso Madame me pidió trabajar con usted.

—Yo no soy un experto en asuntos del corazón —se sincera, desliza su mano hasta la mía para tomarla y darle un ligero apretón—. Pero, él he sea que la haya dejado esperando un año es un estúpido.

—Madame le hizo una serie de pedidos antes de poder llevarme lejos de la mansión —trato de excusar a Matt—. No eran cosas fáciles.

—¿No dicen que el amor todo lo puede? —pregunta, y entiendo a lo que quiere llegar. Rick desliza su mano lejos de la mía, y hace un gesto para que sigamos comiendo—. Disculpa, realmente no soy nadie para juzgar a la persona que esperas. Todo llega a su tiempo, y seguro la espera valdrá la pena.

Asiento, tratando de convencerme. ¿Y sí Matt nunca llega? ¿Me perderé la oportunidad de intentarlo nuevamente? ¿De disfrutar de mi trabajo? Decido que no, que no voy a dejar que Matt, ni nadie, me quite lo que más me gusta. Y ahora, con Rick dispuesto a tratarme como algo más que una dama de compañía estoy segura de lo que quiero.

—¿Podemos volver a casa? —pido, y Rick abre los ojos como plato—. Me gustaría comer el postre en un lugar más privado.

Rick escupe el vino que había bebido, y suelto una risa, divertida por lo coqueta que he sonado. Veo cómo baja la mirada, para ocultar lo avergonzado que se siente, y llama al mesero para pedir la cuenta. Una vez que paga, se pone de pie para moverme la silla, y cuando estoy cerca de él, no lo pienso dos veces.

Pongo mis manos en su pecho, y uno mis labios con los suyos. Al principio, Rick se queda quieto, hasta que sus manos se posan en mi cintura y abre más la boca, profundizando el beso.

No sé cómo le hace, pero logra sentarme sobre la mesa y colocarse entre mis piernas para empujar con fuerza. Me separo un poco de él, para tomar un respiro, y él posa su frente contra la mía.

—¿Estás segura?

—Sí —murmuro—. Pero no aquí.

Rick suelta una carcajada, que acaba con el momento, y se aleja de mí.

—No era una mala idea —suelta, pícaro—. Pero, tienes razón. La primera vez será en casa.

Bajo de la mesa, acomodo mi vestido y me cuelgo del brazo de Rick, dispuesta a disfrutar cada momento que pase junto a él... Hasta que recuerdo que hace más de un año que no he tenido nada de sexo.

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora