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Abby ha pasado toda la mañana enseñándome cada rincón de la casa en el que puedo estar

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Abby ha pasado toda la mañana enseñándome cada rincón de la casa en el que puedo estar. La familiaridad con la que me indica que debe llevar mucho tiempo con Rick, y lo mucho que me gustaría hablar de él con ella.

—¿Entendiste? —llama mi atención. Cruza los brazos, y suelta un suspiro ante mi evidente cara de confusión—. ¡Janeth! Debes ponerme atención.

—Lo siento —me disculpo—. ¿Qué decías?

—No puedes entrar a la habitación de Rick —repite, enmarcando cada palabra—. Al menos, hasta que él te indique lo contrario.

Asiento. No es la primera vez que un dueño me niega la entrada a su habitación.

—Ni a su estudio —añade—. Rick podrá parecer un buen hombre, pero cuando se enoja es terrible. No me gustaría que conocieras ese lado tan pronto.

—A mí tampoco —confieso—. Me gusta su lado amable.

Abby suelta una risa, lo que me hace sentir cohibida. Toma mi mano y me lleva de regreso a la cocina. Le doy una ojeada al reloj que está en una de las paredes y cuento las horas que Rick lleva afuera.

—¿Todos tus clientes anteriores eran cómo Rick? —cuestiona Abby, empezando a sacar los utensilios que va a utilizar para preparar la comida.

—No realmente —divago—. Rick es más joven... Y ocupado.

—Le gusta mucho trabajar —explica—. Pero eso no quiere decir que no te necesite, Janeth. En las noches es cuando las personas se sienten más solas.

Siento como mi rostro se pone caliente al pensar en mi primera noche con Rick. ¿Será tan amable cómo cuando cenamos? ¿O tendrá alguna manía al momento de tener relaciones sexuales?

—¿Y no acostumbra traer chicas? —me atrevo a preguntar.

—No le gusta que invadan su privacidad —confiesa—. Además, Rick se ha tomado la libertad de escoger chicas de una sola noche, por más mal que suene eso.

—Supongo que no está listo para una relación formal —pienso en voz alta.

—Es un inmaduro —suelta, molesta. Me observa por un breve momento—. ¿Te puedes enamorar, Janeth?

—Todos podemos —contesto, tratando de no sonar triste—. Es algo que no podemos evitar.

Abby se queda en silencio, como si pensara lo siguiente que va a decirme, hasta que regresa a su tarea de hacer de comer. Me siento la barra, atenta a cada movimiento que hace, con la intención de aprender a preparar lo que sea que está haciendo. Justo cuando está por terminar, el teléfono se escucha.

—¿Puedes contestar? —me pide.

—Sí. —Bajo de la silla alta y voy al teléfono. Cuando contesto, un joven me pregunta por Abigail—. Es para ti —le aviso.

Abby se limpia las manos, contesta y se acomoda el aparato en una oreja para dar los últimos detalles al platillo que huele realmente delicioso. Noto como su rostro cambia de una expresión serena a una llena de preocupación. Temerosa de que vaya a desmayarse, la tomo del brazo para llevarla a un lugar más seguro, y una vez que ve un sillón, se deja caer en él mientras suelta monosílabos. Cuando cuelga, el color de su piel ha desaparecido por completo.

—¿Qué ha pasado?

—Debo irme —avisa, alarmada—. Tengo que hablarle a Rick y avisarle que te dejaré sola... Y mis cosas... ¿Dónde están mis cosas?

—Tranquila. —Le tomo las manos—. Yo le aviso a Rick que tienes que salir, así buscas tus cosas.

—Seguro las dejé en mi habitación —habla para sí misma—. El número está en el refrigerador.

La ayudo a ponerse de pie, y la veo alejarse a un paso apresurado. Una vez que se pierde de vista, voy al refrigerador y marco el número de la oficina de Rick. Muerdo la uña de mi dedo índice al escuchar el tono de marcación, hasta que una joven me contesta con un Oficina de Rick Winston, ¿en qué puedo ayudarle?

—Quisiera hablar con Rick —pido—. Dígale que Abby le llama.

—Un momento, por favor.

Vuelvo a meter mi uña en mi boca, tratando de que la canción clásica que se escucha a través del auricular me relaje los minutos que estoy esperando.

—¿Qué pasa, Abby? —oigo la voz de Rick. De manera inconsciente sujeto mi estómago por la sensación de vacío que me invade—. ¿Janeth está bien?

—Estoy bien —exhalo, nerviosa—. Abby recibió una llamada y me dijo que tiene que irse antes de lo acordado.

—Comunícame con ella —me ordena, con un tono de voz autoritario. Trato de explicarle que no es posible, pero sólo logró decir unos balbuceos inentendibles—. ¡Necesito hablar con ella!

El grito es tan fuerte que me hace soltar el teléfono. Me siento tan torpe que cuando lo levanto no digo nada, sólo busco a Abby en su habitación y se lo doy. Me alivio un poco que la llamada no se haya cortado con la caída, y la dejo sola para no escuchar lo que sea que tiene que decirle a Rick.

Sólo hasta que la oigo caminar hacia la estancia es que me acerco a ella, le recibo el teléfono y la acompaño a la salida, en un silencio más que incómodo, para despedirla.

—Lamento dejarte sola —se disculpa—. No pensé...

—No te preocupes —la calmo—. Espero que todo salga bien.

Escuchamos el claxon de un auto, Abby me da un abrazo de despedida, y se sube. Distingo su silueta diciéndole al chofer a donde tiene que dirigirse, y entro a la inmensidad de la casa, donde voy directo a mi habitación para ver qué puedo hacer durante el tiempo que estaré sola.

Al hacerlo, paso frente a la habitación de Rick. Regreso un par de pasos para quedarme viendo la puerta, insegura de sí será una buena idea darle un vistazo a lo que sea que Rick tenga ahí escondido. Acaricio el pomo, girándolo hacía la izquierda, y empujo la puerta, lentamente, hasta que el aroma de fragancia masculina invade mi nariz.

Muerdo mi labio, hago otro conteo mental y, segura de que tengo tiempo de sobra, doy un paso hacia la habitación de Rick.

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora