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No entiendo porque estoy sonriendo como bobo, ni los motivos que me han llevado a dejar de lado mi plan para no encariñarme con Janeth, sólo sé que por primera vez, desde hace tiempo, me siento emocionado de tener a alguien en casa esperando por mí

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No entiendo porque estoy sonriendo como bobo, ni los motivos que me han llevado a dejar de lado mi plan para no encariñarme con Janeth, sólo sé que por primera vez, desde hace tiempo, me siento emocionado de tener a alguien en casa esperando por mí.

Estaciono en el edificio de Sean, y subo hasta su oficina para conversar con él sobre el misterioso hombre que pujó por Janeth en la subasta. Al llegar, veo a Selene sentada en uno de los sillones y me acerco a ella para saludarla.

—Me alegra que hayas llegado —me recibe Sean—. Pasen, tengo algo que decirles.

Ayudo a Selene a levantarse y caminamos a la oficina de Sean. Este nos indica que tomemos asiento, y toma su lugar. Abre un folder, en el que viene trazado todo el plan que teníamos para sacar a Janeth de casa de Madame, y toma su pluma.

—Selene me dijo sobre nuestro ansioso comprador —anuncia—. Y lo mucho que desembolsaste para que el plan siguiera su curso.

—No podía permitirme perder a Janeth después de todo lo que planeamos —explico—. Y el dinero irá a buena causa, por lo que no puedo quejarme.

—Aún así —retoma la conversación Sean—. Pedí a mis contactos que me informarán sobre el misterioso hombre. Y, aunque odié admitirlo, nos llevan un paso de ventaja.

—¿Por qué dices eso? —lo cuestiono Selene, preocupada.

—El hombre es un allegado a tu cliente, Rick —me indica—. La información sobre Janeth salió de una de las chicas del club, según lo que me dijo mi contacto.

—¿Cómo pudo filtrarse? —pregunto enojado—. Madame nos prometió discreción.

—Es lo que intentó averiguar —me tranquiliza Sean—. Pero, las máscaras funcionaron y no tienen idea de que Janeth está contigo.

Lo que escucho no me tranquiliza. Si saben que Janeth era la Diosa Afrodita, sólo tienen que conseguir las listas de Selene para saber que fui yo el que pago una suma ridícula para mantenerla a salvo.

—Usaremos un anzuelo —habla Selene, leyendo mis pensamientos—. Alguien que viva muy lejos de aquí, o que ande en constante movimiento, para que lo vigilen mientras reordenamos el plan.

—No te preocupas por nada —insiste mi mejor amigo—. Trabaja como si nada, mantén a Janeth en casa y disfruta de su compañía.

Asiento, no muy convencido. Miro la hora, y me pongo de pie para salir de ahí, pidiéndoles que me mantengan informado de cualquier novedad respecto al misterioso hombre. Salgo de ahí, directo a mi oficina donde un montón de papeleo me espera. Saludo a mi secretaria, y me dejo caer en mi silla de lujo para comenzar a sacar mi trabajo pendiente.

Es increíble como todo mi buen humor se ha esfumado con las palabras de Sean y lo difícil que me resulta concentrarme al saber que detectaron a Janeth a través de una de las mujeres de casa de Madame. Me preocupa que lleguen a mi nombre, y me hagan pagar con crecer la traición que he hecho a mi propio cliente.

—¿Señor Winston? —me llama mi secretaría. Alzo la vista para que sepa que tiene toda mi atención—. Una mujer quiere hablar sobre sus servicios.

—Estoy muy ocupado, señorita Prince. Explíquele usted de que va lo que hago.

—Insiste mucho en que quiere hablarlo de manera personal con usted —me dice, apenada.

—Bien, dejala pasar.

Se mueve a un lado y deja pasar a una señora de la tercera edad que se mueve con agilidad. Trae un vestuario muy parecido a los que la reina Isabel utiliza, y me presento, como parte de las formalidades. Ella se sienta, me ofrece el sobre que tiene entre manos y espera a que lo reciba. Introduzco la mano, y saco todo lo que tiene en su interior, sacando varios papeles que reparto por el escritorio.

—Lo que le voy a pedir no tiene nada que ver con lo que hace —advierte—. Pero, sé que aceptará el trabajo debido a lo importante que será para usted.

—¿Para mí? —pregunto, completamente perdido.

—Necesito que busque a una mujer parecida a ella —pide, tomando una fotografía vieja—. Y que una vez que la encuentre, cumpla con todo lo que está escrito en la hoja membretada.

—Soy sólo un abogado —le recuerdo, confundido—. No tengo nada que ver con detectives privados.

—Sé que estuvo hablando con la señora Farfaix —me informa—. Así que, señor Winston, si no desea que su cliente descubra lo que hace a sus espaldas para mantenerlo encerrado, lo mejor será que cumpla con lo que le pido.

—Nada me garantiza que vaya con mi cliente y le diga lo que sucede —escupo, molesto por el intento de chantaje.

—Soy una mujer de palabra —afirma, con la voz muy seria—. Puede confiar en que no diré nada, y le ayudaré a mantener oculta a la joven, si cumple con el trabajo que le tengo.

Observo la fotografía. La imagen no es muy nítida, por lo que es un poco difícil distinguir algún rastro en el rostro de la mujer. Reviso algunos papeles, encontrándome con algunas cartas, y leo un poco de la hoja membretada. En realidad, las peticiones son muy sencillas. Es un testamento, donde se pide que una vez encontrada la mujer con el nombre de Vanessa Perkins, y se hagan las pruebas para determinar su identidad, se le proporcionen los inmuebles y objetos ahí descritos.

—Está bien —acepto, no muy convencido.

La mujer sonríe, de manera amable, y espera a que mi secretaría traiga los papeles necesarios para hacer un contrato que, al menos, sirva para respaldar lo que acaba de decir. Ella firma sin leer lo que está escrito, se levanta y me da las gracias, avisándome que volverá en unos días para ver mi avance.

—Y cuídese, señor Winston —se despide—. Su cliente es mucho peor de lo que cree.

La veo alejarse, y un escalofrío me recorre la espalda con sus últimas palabras. Tengo que ser mucho más cuidadoso con todo lo que respecta a Janeth, y lo que puedo estar sintiendo por ella.

Juguemos a que soy tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora