Familia sana, familia feliz

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Yuu estudiaba su último año de universidad, y era demasiado feliz por ello.

Todos pensarían que por su forma de ser expresiva y social, siempre haciendo bromas, era ese tipo de chicos con malas calificaciones que apenas pasa y se la vive de fiesta en fiesta; muy al contrario de ello tenía beca y trabajaba todas las tardes para su propia subsistencia. Claro, sí iba a fiestas y echaba relajo, pero sabía muy bien mantener sus límites y la responsabilidad era una de sus mejores cualidades.

Se encontraba en el supermercado en el que trabajaba pasando los productos que la gente decidía llevar por aquella máquina que los registraba por código de barras cuando notó que una joven mujer estresada regañaba a su pequeño hijo por llorar; Yuu aquello lo desaprobó en silencio, pues sus padres nunca le habían levantado la voz o lo habían golpeado por su comportamiento. Bueno, Guren un poco, pero era porque su personalidad así lo había hecho: arisco y brusco, y Yuu a veces así era también, aunque solía ser más como Shinya. Bromista y sincero.

Aún así estaba en contra de la manera en la que algunos padres educaban a sus hijos: usando la violencia a manera de gritos o golpes y usando palabras hirientes con ellos.

Intentó no darle muchas vueltas al asunto y siguió con su trabajo. Ya le tocaba a aquella señora castaña de ojos verdes, que llevaba bastante... Alcohol.

—¡Michi! Silencio, si sigues así el señor de la caja te llevará con él.

Yuu sonrió de manera incómoda notando como el pequeño no paraba de llorar.

—Vente conmigo, pequeño.

~

No sabía cómo es que pasó, pero salió del trabajo cargando al pequeño de cuatro años. No pensó realmente que la mujer hablase en serio.

En serio no entendía a la madre del bebé; ¡lo dejó con un completo desconocido! Lo único malo de ello es que no podía hacerse cargo de Michirou, porque no tenía la economía suficiente y no era su bebé.

—Michi, ¿qué te parece si nos detenemos a cenar algo?

El azabache asintió mirando a Yūichirō algo tímido.

Sentía mucha tristeza en su corazoncito porque su madre se atrevió a abandonarlo, y Yuu podía notarlo en sus ojitos cristalinos, estaba a punto de llorar.

Yuu llevó al pequeño a un pequeño local en donde pidió un poco de yakimeshi de verduras. No estaba seguro de si sería sano o no; pero contenía verduras así que no se sentiría mal de comprar aquello para el azabache.

Al terminar el plato se detuvo en una pequeña tienda y compró el chocolate más pequeño que había —no por tacañería, sino porque no deseaba que comiese mucho dulce el pequeño— y se lo entregó con una sonrisa acariciando su cabello rizado.

—Te has portado bien, así que te mereces un pequeño obsequio de recompensa.

—Mamá dice que soy malcriado y que ojalá no hablara.

Aquello le partió el alma a Yūichirō, más no dijo nada.

Llegó a casa y acomodó el sillón dejando dormir a su pequeño inquilino en su habitación; al día siguiente le preguntaría a Michi dónde es que su madre vivía porque no podía quedarse con él.

Nuestra historia de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora