Capítulo 8

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Se colocó entre mis piernas una vez más y, al estar él de pie, vi que había una mancha más oscura donde se encontraba su prominencia. Me sonrojé al darme cuenta que yo había ocasionado eso y subí la mirada hasta su rostro para calmarme.

Me miraba mientras se bajaba los pantalones, y me sorprendió el darme cuenta que no llevaba nada debajo. Se me cortó la respiración y me sonrió cuando se dio cuenta.

Me dio vergüenza el pensar que eso entraría en mí, pero mis nervios aumentaron cuando vi que lo cogió con completa naturalidad, rodeándolo, y empezó a mover el puño arriba y abajo sin dejar de mirarme. Su pecho subía y bajaba en respiraciones cortas y rápidas, y yo estaba absorta mirándolo.

—Desnúdate para mí, Sienne —dijo con la voz entrecortada. Me quedé estática unos cuantos segundos antes de inclinarme y empezar a desabrochar mi brassiere. No me di cuenta de lo cerca que había quedado de su miembro hasta que lo escuché suspirar y, al levantar la cara, vi lo que había provocado ese suspiro.

Me quedé quieta con la mirada fija en la suya mientras quitaba la prenda de mi cuerpo lenta y delicadamente. Su mano estaba quieta, aún rodeando su miembro, que parecía dolorido por lo hinchado que estaba.

Inconscientemente, levanté la mano para tocarlo, pero al reaccionar y ver lo que estaba haciendo, dejé la mano en el aire. Miré sus ojos, pidiendo permiso en silencio.

—Di "por favor", pequeña —ordenó sin inmutarse.

Tragando saliva, me animé. Quería esto.

—Por favor, papi —dije tímidamente, no sabía si me había escuchado, pero cuando él mismo, con su mano libre, tomó la mía y la puso sobre su miembro, solté un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

—Buena chica —apremió—, ¿quieres probarlo? —Me tensé el momento en el que formuló la pregunta. Le miré a los ojos y vi que estaba serio, por lo que supuse que no era ninguna broma—. O mejor aún, túmbate para mí, Sienne, y deja a papi jugar contigo.

Sin dejar de mirarlo, me tumbé en la cama, dejándole una vista clara de mis pechos.

Creía que se iba a tumbar sobre mí, cuando lo que hizo fue acariciar mis piernas de arriba a abajo y arrastrar las medias consigo. Ya solo quedaban las ligas, aunque no le impedían nada realmente.

—Estas las vamos a dejar donde están —comentó como si me hubiera leído la mente—, me gusta cómo te quedan.

Yo tragué saliva viendo cómo se erguía sobre mí, su cara quedando a la altura de la mía y, desde esa perspectiva, sus ojos eran realmente más intensos e intimidantes.

—¿Estas lista?

Little Beauty [h.s.] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora