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De camino a casa ya a las ocho y media Liam me llama al teléfono, le cuelgo y lo guardo. Esta mañana he tenido una discusión con Mark por el dichoso teléfono y no tengo ganas de explicarla, mentir a Liam no es una opción, me conoce.

Abro la puerta de casa y los chicos me saludan eufóricos, saltan, corretean y se tiran al suelo. Mark está sentado en el sofá viendo el partido de fútbol. Me pongo una camiseta de tirantes y un culotte negro de estar por casa, me recojo el pelo en un moño y me siento a su lado.

—Hola cielo —se lleva el botellín de cerveza a sus labios sin decirme nada—. ¿Qué pasa? —veo cuatro botellines vacíos.

—Hoy he echado a perder un cuadro sin querer.

—No pasa nada.

—Sí que pasa, Alex quería los cuadros para mañana.

Alex es su mecenas, nunca le mete prisa, no entiendo el problema.

—Cielo, lo solucionarás pronto... pero necesitamos el dinero cuanto antes...

—Lo sé.

—Bueno, ahora trabajando más podremos llegar a final de mes más tranquilos.

—¿Puedes parar? —dice con tono agresivo.

—Cielo, lo digo sin...

—¡Sin que! Claro, soy un mantenido y ya tienes derecho ha hablarme así.

—Lo que me dices no tiene sentido. No he dicho eso.

—¿Qué no has dicho eso? Llevas toda la semana recordándomelo ¡Y encima te vas con tu "jefe" por ahí!

—¿Crees que te pongo los cuernos?

—¡Soy el cuernudo del año!

La discusión evoluciona a gritos, malas palabras, reproches y molestias anteriores no solucionadas. Maldigo que nuestro hogar no sea mas grande para mandarlo a dormir al sofá y castigarlo como se merece.

He aguantado mucho, siempre he aguantado. Es mi marido pero su tono de voz es horrible. Siempre le he apoyado en su carrera como artista ¡Pero sí es un mantenido! sus cuadros dan dinero, pero dan dinero durante un periodo de tiempo.

A las dos de la madrugada me despierto por un terrible estruendo y un grito. Mark enciende la luz y vemos tanto a Sombra como a Maya asomados a la ventana que va a la escalera de incendios.

—¿Dónde está Max? —digo al borde de un ataque de pánico.

—Creo que ha salido.

—¡Te he dicho que cerraras la ventana! —salgo a la escaleras de incendio y lo veo en el ultimo tramo de escaleras llorando, gritando—. ¡No, no, no! —llego a él, empiezo a llorar cuando veo su sufrimiento—, vamos, cielo, levántate —lo hace, no apoya la pata derecha. Y llora, llora, llora y llora. Lo cojo en brazos y subo arriba—, tengo que llevarlo al veterinario.

—No nos lo podemos permitir.

—Dejaremos de comer si es necesario —mascullo— mira, no quiero ni que vengas. Egoísta de mierda.

—Vete a la mierda.

Maya y Sombra se pegan a mi como diciendo: ni de broma nos dejas aquí.

Dejo que me acompañen y vamos hasta el parking, dejo a Max en el asiento del copiloto que se queja con el mínimo movimiento y Maya y Sombra se quedan detrás obedientes.

Conduzco hasta la clínica veterinaria de urgencias más cercana. Mientras espero en un semáforo el movil de la empresa suena.

—¿Qué coño quieres ahora? —lo cojo—. ¿Sí, señor Dagger? —giro a la derecha.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora