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Engaño a todos y realmente me siento mal y asustada, pero no puedo hacer otra cosa.

He sabido lo de la fiesta por Samara que ha venido esta mañana a darnos la enhorabuena por todo, el compromiso, el negocio... me he librado de Erik diciéndole que mientras él iba a revisar un asunto en la empresa de su madre, yo podía ir a comprar algunos de los regalos de navidad y a Kate... de Kate me he librado diciéndole que no me molesten, ya que Erik estará estresado con tantos problemas, que en cierto modo es cierto.

Cojo aire y lo suelto. Me mezclo con dos invitados y entro a la casa de Dominik Müller.

Solo diez minutos, observar un sitio por donde entrar sin que llame mucho la atención. Mañana, de madrugada, Dominik habrá pagado. Pero tengo que mirar como puedo entrar, dejar abierta una ventana de la planta baja, eso servirá.

Sé que se cuece entre las paredes de esta casa, pero solo quiero pasar desapercibida.

Su casa no tiene nada que ver con la de Erik, es sombría, elegante, pero sombría. Abarrotada de mujeres y hombres, de cuadros de sombras, de colores negros y grises. Me paro frente a uno, delante de la chimenea en el salón, con mucha gente y lo observo, es como si la oscuridad hubiese invadido ese cuadro, como si fuese un sitio espeluznante.

—¿Te gusta?

Es una mujer de color, con el pelo rizado y largo cayendo por sus hombros.

—No, en absoluto.

Se lleva la copa de cava a los labios. Las burbujas se paran en sus labios y desaparece en su boca.

—Lo hice yo —comenta.

—Ah... —carraspeo—. Lo siento.

—A mi tampoco me gusta, pero me lo pidió Dominik, un encargo.

—¿Cómo puede pedirte esto? —volvemos a mirarlo— ¿En qué te basaste?

—Dijo algo del abandono —asiente—, del amor, del rencor y la amistad. De muchas cosas.

Mi cuerpo arde ante el fuego, doy un paso atrás.

—Soy Claire.

—Mia.

—¿Eres amiga de Dominik?

—No es una amistad exactamente —niego.

Charlo con ella un poco más hasta que me llega un mensaje de Erik. He perdido la noción del tiempo y me pregunta donde narices estoy.

—Lo siento, buscaré a mi amiga —le sonrío.

—Ha sido un placer Mia.

Ventanas, ventanas. Pero todas con poca discreción.

Me doy el cierto poder de entrar donde quiero. Tengo la necesidad de hacerlo, de ver cada rincón de su fortaleza a la que he entrado como si nada.

He pasado el salón, he torcido a la izquierda y ante mi, hay unas escaleras de madera robusta, totalmente diferente a la planta de abajo.

Metida en la incertidumbre de pleno, subo las escaleras y es un ambiente rural por completo, dos espacios distintos, aquí arriba es todo viejo pero... no, es todo nuevo, aunque quiere dar la impresión de que no.

—Vuelve al trabajo —me regaño.

Vuelvo escaleras abajo y suelto el cerrojo de la ventana que hay doblando a la derecha de las escaleras. Cuando me giro veo a la mujer que me observó en aquel club.

Chillo espantada, pero ella no se mueve nada.

Sus ojeras son más marcadas, el pelo negro ahora está suelto, levemente ondulado, baja por su pecho y tapa ese escote tan provocativo.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora