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Sin poder dormir, como de costumbre, me despierto a las tres y media. Erik se remueve molesto en la cama un segundo y vuelve ha hacer silencio. Hemos tenido una noche intensa, olemos a sexo y a sudor. Ambos estamos totalmente desnudos, como si fuéramos indefensos. He conseguido que se quede a dormir, después de que hiciera énfasis en que esto no significaba nada. Soy consciente, él le ha dado mucha mas importancia.

Salgo de la cama, me pongo su camisa y voy a la cocina para beber un poco de agua.

—¿Mia?

—Lo siento ¿Te he despertado?

—No importa... —se frota los ojos—. ¿Qué hora es?

—Las tres y media.

—Vale... ¿Por qué no vuelves a la cama?

Es un comentario tan normal que me resulta entrañable.

—Sí.

Vuelvo a la cama y me tumbo despacio.

—Eso es mío... —toca su camisa y mi cadera—. No voy a decir que no me gusta como te queda, pero te compraré otra cosa para que duermas.

—¿De verdad hace falta todos esos... regalos? —miro mi nuevo anillo.

—Sí, de verdad. Tengo mucho dinero, quiero gastarlo en ti.

—Pero no hace falta... —hago una mueca.

—¿Porqué no te gusta que te haga regalos? —lo miro a esos preciosos ojos azules cristalinos—. Dímelo.

—Prométeme que no te enfadarás... —digo como una niña pequeña que está a punto de confesar una trastada.

—Primero dímelo... —murmura serio.

—No lo sé —me incorporo—. Me siento como tu puta.

—¿Por qué te haga regalos? —no le ha gustado.

—Sí, Erik... y no digo que lo nuestro no me guste... me encanta y me siento mejor que nunca... es solo que... —miro el anillo—. Bueno, no lo sé.

—Mia, que te haga regalos no significa eso. Significa que eres mi sumisa y quiero cuidarte. Hay ciertas cosas que posiblemente serán caprichos, pero quiero que lleves esos caprichos. En nuestro trato, al principio, ya te dejé claro que habrían regalos...

—¿Siempre les has comprado cosas a tus sumisas?

—Sí, pero nunca me han dado problemas con ello —suelta una pequeña risa.

—¿Pero sabes que yo no puedo regalarte nada así? —le enseño el anillo en mi mano.

—Sí —coge mi mano y me besa los nudillos—. Y el día que te gastes esa cantidad de dinero en mi sin consultármelo tendremos problemas.

—¿Tengo que decirte en que me gasto el dinero...? —no recuerdo haber leído eso en el trato.

—No, pero si vas a comprarme algo sí.

—Ah...

Me vuelvo a tumbar y me giro para mirarlo. Nos quedamos callados mirándonos fijamente a los ojos...

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Es la noche de las preguntas? —no sé si le molesta o no—, adelante, nena.

—Esto... 

Mis dedos temblorosos van hasta su cicatriz. Acerco mi mano a ella y cuando la toco se tensa, coge mi mano con brusquedad y la sujeta. Ha sido casi un acto reflejo.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora