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—Te he escuchado hablar con Edith.

Ambos en la cama, en silencio, las luces apagadas, sabiendo que no dormiremos.

—Te tengo que reconocer algo —habla con un tono poco acorde a la gravedad del asunto—. Tenías razón, Edith te odia.

—¿Y como te has percatado de algo tan difícil de ver?

—Ella me dijo que cancelara la boda.

—Pero le has hecho caso —inquiero.

—Tengo un problema ¿Sabes? —Un silencio más estricto—. Si nos casamos, cuando llegue el momento, serás mi viuda, tendrás muchas...

—Erik —le interrumpo—. Cállate.

—Déjame hablar.

—No.

—Pero tampoco quiero que hasta que llegue el día, pierdas tu tiempo cuidando de un moribundo.

—¡Cállate! —Grito en plena oscuridad.

—Mia, nos casaremos y me marcharé.

—¡No!

No veo nada, solo siento el eco de sus palabras poco vacilantes y mis lágrimas. Siento como el corazón se me encoge hasta que duele. Retrocedo hasta chocar con el armario, aquí están las lágrimas que no había derramado con la noticia.

Las lágrimas llegan cuando te das cuenta de que eso que temes es más real que nunca.

—No puedes hacerme esto —sollozo. Me encojo y me abrazo. A punto de caer.

—Lo hago por ti, solo pienso en ti, en lo que es mejor para ti —su voz quebrada, su preocupación, la debilidad de esas palabras son demasiado.

—¡No! ¿¡Es que no piensas luchar!?

—Mia... no hay cura, no... no me curaré.

—No es verdad.

—Pero nos tenemos que casar —repite—, quiero casarme contigo.

—No "quieres" —sollozo des de la distancia—, "tienes", son cosas muy distintas. No me casaré contigo solo para ser tu viuda.

—Recibirás mucho dinero y.

—¡Vete a la mierda! ¡No hay boda! —Grito—. No me casaré contigo. No me casaré si piensas largarte.

Salgo de la habitación mientras él me pide que vuelva, que entre en razón y hable con él. Pero no estamos hablando, solo habla él, solo me impone su idea, solo cuenta como válida esa locura.

—Oliver —le zarandeo entre sollozos—. Vamos, volvemos a casa.

—No tenemos casa ¿Recuerdas? —Sigue cruel.

—Por favor... necesito a mi hermano.

Enciende la luz de la mesilla de noche.

—¿Qué pasa? Mia ¿Estás bien?

—No hay boda, vámonos —suplico—. Necesito a mi hermano —se me quiebra la voz.

—Mia... —me abraza, no recuerdo el momento en el que mi hermano creciera tanto como para rodearme con sus brazos—. Dime qué ha pasado.

—Quiero volver a mi vida, Oliver.

—Haremos lo que quieras —me da un beso en la frente.

Lloro entre los brazos de mi hermano pequeño como él ha hecho muchas veces.
—Tu vida es una telenovela —dice en un susurro.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora