[Día 6] Omegaverse

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Se conocieron desde niños.

Kirishima era amigo de Katsuki literalmente desde que tenía conciencia, pues, sus casas estaban en frente una de la otra y sus padres eran muy buenos amigos.

Ambos siempre lograron llevarse bien, dehecho, espléndidamente bien. Katsuki casi nunca le gritaba y Kirishima siempre le hablaba y jugaba con él diario, tenerlo en la casa era una alegría y salvación para la familia Bakugou al notar que gracias al pequeño pelinegro su único hijo podía permanecer tranquilo.

Vivieron una infancia de ensueños juntos, por lo menos un buen tiempo hasta que una devastadora noticia dejó marcada a la familia Kirishima

«Tu padre me abandonó, todo por un maldito cuento del estúpido destino, por un asqueroso alfa. »

A los 7 años Eijirou pudo comprender lo que era el verdadero odio hacia una persona.

El de su querida madre, hacia el compañero predestinado de su padre.

Hacia los Alfas

Y su madre decidió que ambos tenían que mudarse lejos, muy lejos de aquella calle que lo vio crecer, cosa que lo entristeció un montón, ya que no podría ver a Katsuki más. Sentía que quería hacer rabietas con solo pensarlo.

Lloró y lloró, pidió poder quedarse incluso con la familia Bakugou, pero su madre estaba dolida y necesitaba un cambio de aires. Ella no quería saber nada de aquella casa, menos de la familia del mejor amigo de él.

—No te vayas Ei. —Esa última noche en la que Eijirou quedó en el cuarto de Katsuki a dormir este lo abrazó por primera vez en la vida, pidiéndole una sola cosa en un susurro. —Por favor... Sé que grito mucho y soy tosco, pero... No...

—Suki. —El azabache ya sollozaba con gruesas lágrimas en sus mejillas, no podía con tanto dolor en su pequeño corazón, le resultaba difícil imaginarse una vida sin su amigo, sin verlo en su escuela o correteando por su barrio. —N-No te olvides de mí, regresaré ¿Sí?

—Eres un tonto. —El rubio se aguantó las lágrimas, no le gustaba llorar y mucho menos verlo llorar a él. —Y tu mamá también es tonta, ¿Por qué Tía Kimi quiere cambiar de casa? ¡Ustedes están muy bien ahí!

—M-Mi mamá... —Habló entre hipidos. —Ella está muy triste desde que papá conoció a su predestinado... O algo así...

—¿Predestinado? ¿Y eso es malo?

—¡N-No! —Se apresuró a decir el muchacho. —¿O sí...? —Se contradijo. —Bu-bueno no sé, mamá dice que los predestinados son las personas con las que te empareja el destino, tu mayor complemento, pero nunca tu mayor felicidad.

—Ohhh, ¿Como esos alfas y omegas que se la pasan acaramelados y juntitos? Baaah, eso es muy... no me acuerdo esa palabra, pero qué asco. —El rubio sacó la lengua al pensar en él mismo con alguna persona realizando aquellas cosas. Asco. Pensó

—A mí tampoco me gustaría tener un compañero... Suena que viviría toda una vida esperándolo... ¿Y si al final el destino se equivoca...?

—¡El destino es tonto!

—¡Sí! Tienes razón Suki. —Se dijo más animado y soltando una sonrisa convencida.

Ambos se olvidaron de todo mientras jugaban en aquella última noche juntos. Siendo los mismos mejores amigos de siempre, tratando de borrar todo recuerdo triste sobre sus horas contadas. A la luz de la luna, en un cuarto lleno de pequeñas figuras de súper héroes, ambos decidieron encontrarse de nuevo.

—¿Vendrás todos los fines de semana verdad?

—Eso dice mi mami pero no lo sé... quiero venir aquí todas las tardes.

—¡Díselo! Sé que a mi mamá no le molestaría, y yo quiero que estés aquí.

La mirada de Kirishima brilló por unos instantes, pero luego la bajó.

—Katsuki... Tú... Nunca me dejarás por un predestinado... ¿No?

—¿Tú eres tonto o te hiciste más tonto ahora que tienes siete? ¡Claro que no! Los predestinados pueden irse a... a... ¡Morir!

—¡Pero morir es feo!

—¡Los predestinados son feos!

Todo quedó silencio.

Kirishima murmuró. —Espero no ser alfa... ¡Quisiera ser beta o hasta omega! Mi mamá no soportaría que su hijo también pueda abandonarla... creo, o algo así escuché cuando hablaba con tu mamá.

—Mmmmm... entonces yo tampoco quiero ser alfa, pero omega tampoco... los omegas parecen tener la vida muy mala. ¡Deseo ser beta!

—¡Los dos seremos betas! Así no hay predestinados y podremos hacer lo que queramos. ¿No?

—¡Está decido! —Y ambos se sonrieron.

Lástima que aquella sonrisa fuese a causa de una ilusión infantil sobre sus sueños.

El destino puede equivocarse, ser tonto o hasta inefable, pero es inteligente, cruel, y el jodido dueño de todo lo que le rodea.

Eso lo aprendió Katsuki, cuando nunca volvió a ver a Eijirou después de su mudanza, ni siquiera cuando sus padres dejaron de hablar de él.

Hecho de Explosiones de RocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora