[Día 16] Reencuentro

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Continuación, Día 6: Omegaverse.

Kirishima Eijirou no creía en el destino.

Su madre desde pequeño lo crió bajo la frase "Los destinados son una tontería, nunca traigas a un omega a esta casa"  Y bueno, en aquel tiempo no le tomó mucha atención, pues su preocupación de infante estaba concentrada en una sola persona.

Su antiguo mejor amigo.

No recuerda mucho de su infancia, sin embargo en cualquier recuerdo de sus años primarios se encontraba aquel niño rubio de nariz pequeña y de enormes ojos rojos, tan intensos como los suyos pero mucho más hermosos.

Se acordaba de llamarlo Suki, sin embargo cuando quería recordar su nombre completo este parecía estar borrado por completo de su mente, por lo que no podía solo buscarlo por Internet como de hecho había intentado en todos estos años de separación.

El tiempo podía pasar y aun así recuerda a su madre llorar vívidamente cada noche, además de intentar sonreírle cada mañana cuando él se iba al colegio. Él nunca quiso ver a su madre triste, siempre la ayudó, por más que le costó intentó sacar buenas notas o ser primeros puestos en su clase, prefería no salir mucho y tampoco causar gastos innecesarios en la mujer.

Sin embargo cuando el pediatra le dijo que él era un alfa, la cariñosa mirada de su madre se volvió fría con él, como si todos estos años con ella no fueran nada ante esa palabra.

Ojos tan rojos como los de su padre, cabello tan negro igualmente sacado a él, aparte de aquel parecido ahora se daba cuenta de que era alfa, un jodido alfa.

Una persona destinada a un omega, un miserable ser que le quitó la felicidad a su familia por un inútil "Eres mi destinado."

Llegó a odiar tanto su naturaleza que el suicidio estuvo presente en su mente hasta los dieciséis años, osea, hace unos cuantos meses del año. Su madre dejó de llamarlo con frecuencia, ahora pareciendo un fantasma que se veía obligada a trabajar para mantenerlo. Obligada, aquella palabra le causaba escalofríos de solo pensarla.

Y decidió hacerse un cambio por completo.

Tiñó sus largos cabellos negros y los pintó de un intenso color rojo, tanto como los ojos de aquel niño renegón que fue su compañero de juegos en su infancia, cambió de estilo de peinado y su personalidad se hizo más abierta y extrovertida, deseando conocer gente que lo ayudaran a no volver a sentirse solo.

Porque quería hacerle saber a su madre que un destinado no era necesario, que él podía demostrarlo.

Sin embargo, cuando miró aquellos ojos tan vagamente conocidos dudó de su vida completa.

Él estaba ahí, sentado en la fila del frente de su salón, con unos audífonos a sus costados y su boca tarareando una fina melodía. Sus hormonas se alteraron al tan solo sentir su presencia dulce y ácida a la vez. Tenía un delicioso olor a cítricos, específicamente naranja y un toque de menta.

Atractivo, extravagante, inusual y al mismo tiempo tan... conocido.

El chico también pareció darse cuenta de su llegada, pues inmediatamente sus ojos chocaron a los segundos de entrar en su nuevo salón. Rojo y rojo. Escarlata y Rubí.

Y lo reconoció.

De repente el nombre que por años parecía haberse borrado de su mente salió disparatado como si recordara algo realmente obvio después de largos años de amnesia, un sentimiento nuevo lo invadió y las ganas de querer degustar ese nombre con sus labios fueron demasiadas.

Era Bakugo Katsuki.

— ¿Ei...jirou? —Al acercarse solo pudo escuchar aquel balbuceo de su nombre, el salón entero ahora estaba inundado en feromonas tanto de un alfa como de un omega excitados, los betas empezaron a correr llamando a los profesores por la posible reunión de dos predestinados, los alfas empezaron a salir de ahí para no herir a nadie por si el omega entraba en celo. Aun así el salón entero parecía estar al pendiente de su reencuentro, era obvio lo que sucedía. No se lo esperó, tampoco le importó. —Tú...

—Hey Katsuki. —Soltó con nerviosismo, no supo como continuar, pues sus planes se habían estrellado estrepitosamente contra una pared que nunca vio, bajo una droga que tampoco pensó en volver a recordar. El aroma cada vez era más dulce y atrayente, sus colmillos lucharon por salir de su boca.

Muérdelo. Mío. 

Mi omega.

De repente recordó el sentimiento de su amor infantil disfrazado de amistad, el deseo incontenible de una felicidad sin reglas sobre su vida, aquel aroma que nunca creyó antes disfrutar...

Y seguro su orgullo aún seguía batallando por alejarse de aquel lugar, pero su corazón y alma gritaban un camino distinto.

Un camino en el que estaba un lindo rubio de ojos rojos pareciendo querer llorar.

Hecho de Explosiones de RocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora