[Día 4] Pedofilia

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No hay nada explícito. Tampoco me gustó escribir sobre el tema, pero termina bien, al menos para Bakugou, supongo.

Nunca había tenido un propósito en la vida.

Sus padres murieron desde jóvenes, no tenía familia alguna a la cual acudir. Siempre fue él y solo él, cuando ganaba un diploma, o cuando era bueno en algún deporte, nunca fue reconocido, siempre faltó algo, solo era él y su nombre, el único recuerdo de su antigua familia.

Kirishima Eijirou.

El nombre de su padre lo llevaba puesto, y aunque le dolió dejar su apellido, cambiar a "Kirishima" siempre le había hecho recordar a su madre. Aquella mujer que lo vio crecer, que lo cuidó, que tanto lo amo.

Que murió, a base de una falla en la corriente.

Que fue quemada viva en frente suya.

Pero... no quería detenerse a recordar esas cosas.

Tiene treinta y ocho años, un título en derecho sin uso alguno y una pequeña tienda de flores que se ha convertido en su hogar y escape de la realidad. De aquella mansión vacía y carente de afecto, a pesar de ser esperado por algunos sirvientes que lo apreciaban un poco.

Pero no le importaba, pues siempre, siempre había vivido en una soledad que no soportaba.

Hasta que llego él.

Un pequeño niño entró un día cualquiera su florería, con pequeños raspones en la cara y unas curitas en las rodillas, llevaba en su mano algunas monedas que le tomó poca importancia, pues quedó embelesado.

Su belleza lo cautivó, lo cautivó de una manera que nunca había sentido.

Sus cabellos rubios explotando por todos lados como un flor de león, aquellos ojos rojos y fieros que lo veían debajo del mostrador, colocando ahí algunos narcisos blancos que había tomado de camino y unas cuantas monedas que alcanzaban mínimamente su precio. Sus brazos, sus piernas, aquella piel tan blanca que a pesar de estar manchada con algunas heridas la sentía sin imperfecciones.

Algo pasaba, y ese algo era repugnante.

No podía solo mirar a un niño y pensar de esa manera. ¿En qué estaba pensando?

—¡Quiero estas flores! ¿¡Alcanza!? —Escuchó sus gritos infantiles, bajó la mirada tratando de recomponerse y contó con precisión las monedas.

Parecía ser un ahorro del niño, en los cuales se encontraban solo setenta y cinco centavos, algo que solo alcanzaba para comprar una mísera margarita.

Pero no se lo dijo, solo tomó las flores y empezó a hacer un ramo.

—¿Se podría saber para qué quiere estas flores un niño tan aguerrido como tú? —preguntó amarrando los narcisos y colocando un moño alrededor de ellos, el niño lo miró.

—No soy un niño agerodido o lo que sea que signifique. ¡Soy Katsuki! Y las flores... Son para mi madre, está enferma. —Murmura y baja la mirada con tristeza, su voz pareció apagarse.

Kirishima se entristeció.

—Puedes llevare esto... Son un regalo de la casa. —responde con alegría mientras a parte de las flores, le entrega al pequeño niño una bolsa en donde se encontraba su almuerzo, el pequeño lo ve asombrado.

—¿¡Enserio!? ¡Wow!

Y el pelirrojo sintió su corazón encogerse.

[ . . . ]

Ver al pequeño rubio ya era normal para cualquier persona que conociera la tienda, ayudar al pelirrojo en cualquier cosa se hacía costumbre y el florista no podía estar más feliz. Aquellas tristes memorias de soledad fueron remplazadas por recuerdos nuevos donde la sonrisa del niño estaba presente.

Aquel niño que lo salvó, aquel niño del cual estaba jodidamente obsesionado cada vez más.

Cada día que el pequeño venía y le mostraba una faceta más de su inmaduro carácter se enamoraba, cada vez más y más al punto de creerse enfermo.

Y bueno, eso era lo que era. Un enfermo.

¿Alguien en su sano juicio podría enamorarse de un niño de tan solo nueve años que ni siquiera tenía la personalidad desarrollada? Definitivamente no, era insano. Era asqueroso.

Y eso lo sabía perfectamente.

Pero su sonrisa inocente lo cegaba de cualquier pensamiento racional sobre la moral. Se sentía tan mal pero era tan bueno. Solía aprovecharse de las situaciones al tocarlo o abrazarlo, y todo se descontrolaba al hacerlo

Tanto que después de un tiempo incluso confundió a Bakugou.

—Me gustas Señor Kirishima... Me gustas así, de gustar gustar. —Soltó una tarde de verano cuando este se había quedado a ayudar con los cultivos nuevos en su jardín, después de una gran sesión de abrazos que hacían al pequeño sonrojar por lo bien que se sentía. Él pensaba que así se sentía el amor, ¿No? Su madre siempre le contaba que si alguien le gustaba amaría el contacto físico con esa persona, por lo que reunió el valor suficiente para confesárselo,

Pero Kirishima se sintió tan pésimo.

—Katsuki... Sabes que tú y yo no podemos tener ese tipo de relación... ¿Verdad? —Murmuró con las lágrimas en los ojos de aquel repugnante amor inesperadamente correspondido. —Nuestra diferencia es muy grande. No creo que...

—¡No lo digas! ¡¡Yo ya no soy un niño!! —Grita, pero el pelirrojo sigue hablado.

—Katsuki...

—¡No me trates como si no supiera nada!

El pelirrojo se agachó al ver al pequeño rubio llorar, estando ya en cuclillas sus manos fueron a parar a las mejillas del contrario para limpiar sus lágrimas. —Yo no podría tratarte como un niño, Katsuki. —Dice abrazándolo. —Pero la sociedad en que vivimos sí, y ese amor del cual tú me dices sentir es... Malo. Porque eres demasiado... puro para aguien tan horrible como yo. —Ahora siente las lágrimas del pequeño en su camisa y sus puños tomarla con fuerza, un suspiro doloroso surcó sus labios. —Deberías enamorarte de una chiquilla de tu edad... O un chico también, que no pase tantos años de diferencia, no como yo.

—Pero yo no...

—Hazme una promesa. ¿Sí? —El rubio dirigió su mirada al adulto que le sonrió, por lo que sus mejillas se colorearon. —Vive tu vida al máximo y sé feliz, vive normal. Y en tu otra vida, cuando renazcas, dejaré que seas más que mi amigo.

— ¿E-En mi otra vida?

—Sip, ahí serás tan alto como yo y podremos hacer una florería incluso más grande que esta. —Katsuki lo miró emocionado. —¿Me lo prometes?

—¡Sí! —Dijo el niño sonriendo con inocencia. Desde ese día Katsuki empezó a creer en la vida eterna.0

Desde ese día Kirishima le empezó a rogar a aquel Dios en el que no creía por un milagro.

«No lo hagas por mí, hazlo por él. Desearía poder seguir vivo a su lado en alguna otra existencia.» Pensaba de manera torpe cuando llegó la hora de despedirse del pequeño que salía corriendo después de darle un dulce beso en su mejilla. Kirishima cerró su tienda y tiró las llaves por ahí, caminando a paso lento hasta su enorme casa en donde un feliz mayordomo lo recibió.

Sus sirvientes le recibieron con lujosas comidas y brillantes decoraciones, su casa estaba como la recordaba, ellos se habían encargado de mantenerla intacta todo este tiempo. El pelirrojo realmente no tenía hambre, por lo que después de un pequeño platillo degustado se retiró a la habitación de sus padres.

Miró con tristeza un marco familiar en donde estaba él de pequeño con su padre cargándolo y su madre sonriendo a un lado, tomó algo de un cajón cercano y un pensamiento surcó su mente al ver el color metal en su mano.

—Ojalá todo sea mejor en la siguiente... —Dijo mientras se sentaba en la cama de sus padres con las manos temblando, imaginándose una vida de ensueño con ese niño si es que hubiera tenido su edad.

Estúpida, esa idea era increíblemente estúpida,

Pero por lo menos, más esperanzada que la pistola que empezaba a llevarse a la cabeza.

Hecho de Explosiones de RocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora