Capítulo 2

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-¿Crees que esta vez haya alguno que esté bueno? -me preguntó Ever, mientras
alisaba mi playera negra sobre los pantalones.
-¿No te pareció guapo Siete-Dos? -Me di la vuelta para lanzarle una mirada
divertida. A ella le gustaba cuando algo me parecía divertido.
-Una especie de patán -me dijo.
-De acuerdo.
-Y siento como que hemos pasado por una temporada de sequía.
Me até las botas y una genuina diversión chispeó dentro de mí. Los nuevos
Reiniciados llegaban, más o menos, cada seis semanas y era un momento que muchas veían como una oportunidad de renovar novios.
No nos permitían salir con nadie, pero el chip de control de natalidad que desde el primer día les insertaban a las mujeres en el brazo, sugería que sabían que esa era una regla que, en realidad, no nos podían hacer cumplir.
Para mí, los nuevos Reiniciados solo significaban el inicio de un nuevo ciclo de entrenamiento. Yo no salía con nadie.

Como cada mañana, a las siete, el seguro de la puerta de nuestra habitación se
abrió con un chasquido y se corrió la puerta transparente. Ever dio un paso afuera y ató su largo pelo castaño en un nudo y aguardó. En las mañanas, a menudo me esperaba para que pudiéramos ir juntas hasta la cafetería. Supongo que era una cosa de amigas. Yo veía a las otras chicas hacerlo, así que le seguía la corriente.
La alcancé en el pasillo y la humana pálida que estaba parada justo afuera de nuestra puerta se encogió con solo verme. Apretó más cerca de su pecho la pila de ropa que cargaba, esperaba a que nos fuéramos para poderla dejar sobre nuestras camas.
Ningún ser humano que trabajara en CAHR quería entrar a un espacio
pequeño y cerrado conmigo.
Ever y yo nos dirigimos por el pasillo mirando hacia el frente. Los humanos
construían muros de cristal para poder ver cada movimiento que hacíamos.
Los Reiniciados trataban de permitirse un poco de privacidad los unos a los otros. Por las mañanas los pasillos estaban en silencio, solo había un ocasional murmullo de voces y el suave zumbido del aire acondicionado.
La cafetería estaba en el siguiente piso hacia abajo, pasando por un par de grandes puertas rojas que advertían sobre los peligros adentro. Entramos al recinto, que era cegadoramente blanco, con excepción del cristal transparente de la parte superior de una pared. Los oficiales de CAHR estaban posicionados del otro lado, atrás de las armas que tenían montadas sobre el cristal.
La mayoría de los Reiniciados ya estaba ahí; cientos de ellos sentados en sus
pequeños asientos redondos ante las largas mesas. Las filas de brillantes ojos que
resplandecían contra la piel pálida parecían un hilo de luces que se extendía por cada mesa. El olor a muerte flotaba en el aire y hacía que la mayoría de los humanos que entraba al lugar arrugara la nariz. Yo rara vez lo notaba.
Ever y yo no comíamos juntas. Una vez que teníamos nuestra comida, ella se
largaba a la mesa para los menores de sesenta con su charola; yo me sentaba en la mesa para los de ciento veinte y más. El único que se acercaba a mi número era Hugo, Uno-Cinco-Cero.

Marie Uno-Tres-Cinco asintió con la cabeza mientras me sentaba, al igual que unos cuantos más; los Reiniciados con más de 120 minutos de muertos no eran
conocidos por sus habilidades sociales. Rara vez se hablaban. Sin embargo, el resto del cuarto era ruidoso; la charla de los Reiniciados llenaba la cafetería.
Mordí un trozo de tocino y, en ese momento, al fondo del cuarto, las puertas rojas se abrieron y entró un guardia, seguido por los novatos. Conté catorce. Escuché el rumor de que había humanos que estaban trabajando en una vacuna para evitar el Reinicio. Al parecer, todavía no la conseguían.
No había adultos entre ellos. A los Reiniciados mayores de veinte años los
mataban tan pronto como Reiniciaban. Si es que Reiniciaban. No era muy común.
-No están bien -me dijo alguna vez un maestro, cuando le pregunté por qué
ejecutaban a los adultos-. Los niños ya no están del todo ahí, pero los adultos... no
están bien.

Incluso a la distancia podía ver cómo temblaban algunos de los novatos. Iban
desde los once o doce años de edad hasta adolescentes mayores; el terror que irradiaban era el mismo. Habría pasado menos de un mes desde que Reiniciaron, y a la mayoría le tomaba mucho más que eso aceptar lo que le había ocurrido. Durante algunas semanas los colocaban en sitios de retención, en el hospital de su localidad,
para que se ajustaran, en lo que CAHR les asignaba una ciudad. Al igual que los humanos, seguíamos envejeciendo, así que a los Reiniciados menores de once años
los retenían en las instalaciones hasta que llegaran a una edad útil.
Yo solo tuve que pasar unos cuantos días en el sitio de retención, pero fue una de las peores partes de Reiniciar. El edificio en donde nos tenían no estaba tan mal en sí,
simplemente era una versión más pequeña del lugar donde vivía ahora. Pero el pánico era constante, obsesivo. Todos sabíamos que existía una gran posibilidad de que nos Reiniciáramos si moríamos (era casi una certeza en los barrios bajos), pero aún así, la realidad de ello era aterradora.
Por lo menos al inicio. Una vez que se me pasó la conmoción y logré completar el entrenamiento, advertí que estaba mucho mejor como Reiniciada de lo que alguna vez estuve como humana.

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