Capítulo 6

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Ever estaba pálida cuando volví a nuestra habitación, justo antes de la cena. La había estado evitando, pero ahora me costó trabajo quitar la mirada de su piel macilenta y sus manos temblorosas. Si hubiera sido humana, habría pensado que estaba enferma.
Levantó su mirada hacia la mía cuando caminé hacia mi vestidor para ponerme una sudadera.
-Hola -intentó sonreír y tuve que desviar la mirada. Ella no lo sabía. ¿No debería saberlo?
Dijeron que no dijera nada. Fue una orden.
Me detuve a la entrada e hice una pausa cuando se quedó sentada en la cama, torciendo las sábanas blancas alrededor de sus dedos.
-¿Vienes? -pregunté.
Levantó la mirada con una sonrisa más amplia en su rostro. Ella me esperaba a mí; yo nunca la esperaba a ella. Parecía gustarle.
Sus piernas temblaron cuando se paró, y quería preguntarle si estaba bien.
Pregunta estúpida. No lo estaba. CAHR le había hecho algo. Bajamos en silencio por las escaleras hacia la cafetería.
Después de llenar nuestras charolas tuve la loca ocurrencia de irme a sentar con ella, pero se dirigió al otro lado de la cafetería y se metió un trozo de filete en la boca. Caminé fatigosamente a la mesa de los Ciento-Veinte.
Miré cuando Ever se dejaba caer frente a Veintidós, quien levantó la mirada y me sonrió. Su sonrisa se desvaneció al ver a Ever meterse carne desesperadamente a la boca. Arrugó la nariz, dirigiendo la mirada hacia mí y hacia ella, como diciendo:
¿Qué le pasa?
Yo no tenía la menor idea.
Le hice señas de que se acercara, pero sin duda no podía hacer eso. Bueno, sí podía. No era una regla. Pero sería extraño.
Veintidós le dio unas palmadas a la silla junto a él y yo fruncí el ceño y negué con la cabeza. Ever volteó para ver a quién le hacía señas; su mirada brincó hasta la mesa de los Ciento-Veinte. Rio y giré para advertir que todos los entrenadores me observaban; todos con la misma expresión confundida en el rostro.
Lissy abrió la boca y me levanté y recogí mi charola. No quería más preguntas ni

miradas raras. No había ninguna regla que me obligara a sentarme con ellos. Podía hacerlo donde quisiera.
Crucé la cafetería de varias zancadas y tiré mi charola en la mesa, junto a Ever.
Veintidós levantó la mirada, sus oscuros ojos chispeaban.
-Ah, qué gusto verte, Wren.
Ever me miró asombrada cuando me dejé caer en la silla. Di un vistazo rápido a la charola de Veintidós y no vi nada más que un trozo sin tocar de pan y un pastelillo de chocolate.
-¿Qué es eso? -pregunté-. ¿Ya comiste una cena de verdad? Bajó la mirada a la comida.
-No. No tengo mucha hambre. O por lo menos, creo que no. Me cuesta trabajo saber.
-Te darás cuenta si pasas hambre por demasiado tiempo -le dije-. No es divertido -las señales de hambre para los Reiniciados no llegaban tan rápido como para los humanos, pero cuando llegaban, eran intensas. Nuestros cuerpos podían sobrevivir indefinidamente sin comida, pero no lo apreciábamos. Yo no comí casi nada durante los primeros días que pasé en las instalaciones, y un día me desperté tan débil y hambrienta que casi tuve que ir a rastras hasta la cafetería.
-Me queda claro que tú tienes hambre -le dijo riendo Veintidós a Ever, y apuntó hacia sus mejillas enormes. Parecía como si hubiera tratado de meterse cada trozo de carne en la boca de una sola vez. Logró mostrar una sonrisa débil mientras tragaba.
Debo haber parecido preocupada, porque bajó la mirada rápidamente a su charola vacía y luego hacia mí.
-Me siento rara -dijo por lo bajo; la angustia era evidente en su voz.
-¿Rara cómo? -pregunté.
-Como muy hambrienta. Y medio confusa -frunció el ceño-. No puedo estar enferma, ¿o sí?
Me miró con expectación y no dije nada. Volvió la mirada a su plato, decepcionada.
-Pero la comida me hace sentir un poco mejor. Menos temblorosa -agregó.
Sentí una punzada de algo, quizás esa sensación de culpa otra vez, y rápidamente deslicé mi carne sobre su plato. Alzó la mirada y me sonrió con gratitud.
-Puedes tomar mi comida también -dijo Veintidós, comenzando a deslizar su charola hacia ella.
Tomé el borde de la charola y la empujé de vuelta hacia él, advirtiéndole con la mirada.
-Por lo menos come un poco. Necesitas tu fuerza para entrenar.
-¿Y por qué tú si puedes? -indicó hacia donde había estado antes mi comida.
-Porque yo te digo qué hacer, y no al revés.
Ever soltó una risita, mientras se metía un enorme trozo de carne en la boca.

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