Capítulo 10

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El aire nocturno estaba tranquilo cuando abrí la puerta de las escaleras y salí al techo de las instalaciones. Los humanos me esperaban cerca del borde y me dirigí hacia ellos, ajusté mi casco para que quedara recto sobre mi cabeza.
-Confío en ti, Uno-Siete-Ocho -el oficial Mayer puso las manos en sus amplias caderas y me vio con una mirada que decía que debía responder a eso.
-Gracias -dije en automático. El oficial Mayer me decía que confiaba en mí cada vez que me veía, como si tratara de convencerse a sí mismo. Yo era la única Reiniciada que tenía contacto regular con el oficial al mando.
Dudaba que alguien lo envidiara.
Lo veía a menudo, ya que la unidad más grande era la de Rosa y él tenía una oficina ahí. Muy rara vez veía a la mujer parada junto a él, Suzanna Palm. Era la presidenta de CAHR, y yo no tenía la menor idea de lo que hacía exactamente, pero su presencia esta noche no podía significar nada bueno.
-Quiero creer que... ¿te dijeron que esta misión es confidencial? -preguntó Suzanna. Me miraba de una manera que parecía desaprobatoria. Quizá solo se sentía incómoda con sus ridículos tacones. O quizá le molestaban esos rizos indómitos con rayos plateados que volaban por todos lados. A mí me habrían molestado.
Asentí mientras el transbordador aterrizaba en el techo. El oficial Mayer dio un paso atrás cuando la puerta se abrió, y me miró de una manera que trataba de ser alentadora. No me sentí alentada. Lo último que quería hacer esta noche era ir a una misión sorpresa a solas. Pero tenía que admitir que esperaba que me hubieran asignado a un corredor. No me molestaría aplastarle el rostro a un humano contra el suelo esta noche.
La visión del rostro sangriento de Veintidós navegó frente a mis ojos, e hice la imagen a un lado. Pero no se quedaría lejos por mucho tiempo. La había visto todo el día y sentía el peso en mi pecho. Quería decirle a mi cerebro que parara de ser tan estúpido. Él debía haber sanado desde hacía horas, no era para tanto; como si le hubiera ocasionado daños permanentes.
Leb se retorció las manos al tiempo que yo subía al pequeño transbordador, y apenas me volteó a ver. Su incomodidad era tan palpable que casi me puso nerviosa. Las misiones solitarias del oficial Mayer rara vez eran buenas, pero casi siempre tenían a Leb como oficial de servicio para llevarlas a cabo. Al parecer también

«confiaban» en él.
Usaríamos un solo transbordador esta noche, así que el prisionero regresaría con nosotros. Tomé uno de cuatro pequeños asientos frente a Leb y deslicé los cinturones sobre mi cuerpo; traté de ignorar la mirada ansiosa en su rostro. No me gustó esa mirada. Me concentré en mi nota de misiones, que simplemente decía: Milo, treintañero, 1.77, cabello castaño. No se mencionaba por qué lo estaba arrestando. Sabían que yo no preguntaría.
Me pasó por la mente el comentario de Veintidós sobre cómo deberíamos saber lo que el humano hizo para justificar que lo capturaran. Lo hice a un lado. Podría preguntarme por todos los crímenes humanos que quisiera, pero CAHR nunca daba esa información durante las misiones solitarias.
Volamos en silencio sobre Rosa, hasta que el transbordador aterrizó y se acomodó en el suelo. La puerta se recorrió y reveló el corazón de los barrios bajos; me desenganché los cinturones y me puse de pie. Un camino de terracería serpenteaba entre las diminutas casas de madera, cada una estaba oscura y silenciosa; ya había comenzado el toque de queda.
Nos detuvimos muy cerca de la casa asignada. El oficial Mayer no corría riesgos; no disfrutaba la persecución como yo.
La casa estaba igual de derruida y triste que las demás, con una excepción notable: las ventanas. Dos ventanas cuadradas, al frente de la casa, no estaban cubiertas por absolutamente nada. Cualquiera podría pasar por ahí y ver todo lo que tenían. La mayoría de las casas en Rosa no tenían ventanas, o si las tenían, eran pequeñas y estaban bloqueadas. El robo estaba fuera de control. Las ventanas eran una invitación.
Este humano era un completo idiota.
Di un salto fuera del transbordador y corrí por la tierra hasta los escalones frente a la casa. Los tablones crujieron bajo mis pies mientras me acercaba a la puerta y me detenía. Incliné mi cabeza hacia la casa. Estaba en silencio, el único ruido era el murmullo de las hojas del árbol en la casa contigua.
No se requería que tocara la puerta en las misiones especiales del oficial Mayer, así que la derribé, pateándola con todas mis fuerzas, y se abrió para revelar la oscuridad.
Di un paso dentro, examiné hacia mi izquierda, donde podía ver el contorno suave de un sofá y unas cuantas sillas. Había un pasillo justo después de la sala, pero no vi señal de vida en las otras habitaciones de la casa. Quizá tuve suerte y el humano tenía el sueño pesado.
Mis botas hicieron un sonido ligerísimo contra la madera mientras pasaba con cautela atrás del sofá y por el pasillo. La primera puerta a mi izquierda estaba abierta: era un baño. La única otra puerta estaba justo al otro lado, presioné las puntas de mis dedos contra ella y aferré el picaporte con la otra. Chirrió cuando lo giré, e hice una mueca de dolor con el sonido.

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