La desilusión me oprimió el pecho mientras Callum parpadeaba y veía hacia el lugar donde habían estado parados sus padres. Pensé que quizá yo había tenido razón acerca de ellos.
Extendí mi mano hacia él, pero estaba solo, en otro mundo; había olvidado que yo existía. Deslicé mi mano en la suya y se sobresaltó.
—Vamos —dije, le jalé el brazo con suavidad.
Dejó que lo guiara por el pasillo y las escaleras, pero seguía mirando hacia atrás, incluso cuando la puerta ya no era visible. Me preocupó que se alejara rápidamente de mí y que lo intentara de nuevo, así que apreté sus dedos con más fuerza y nos abrimos paso hacia el fresco aire nocturno.
Callum se detuvo frente al edificio; su chamarra se abría con el viento cuando volteó a mirarme. Estaba tan inmóvil, tan tranquilo, que temí moverme por temor a romper el momento.
Pero estábamos al aire libre, rodeados de departamentos con humanos curiosos que presionaban sus rostros contra las ventanas. Podía ver a David dos pisos arriba, con las manos contra el vidrio sucio y su boca muy abierta.
Así que jalé con suavidad la mano de Callum y me siguió cuando empecé a correr. Nos dirigimos de vuelta a la calle larga y volvimos a pasar junto a las casas pintadas de colores brillantes. Yo no sabía a dónde iba, pero, cuando nos acercamos al mercado, Callum se desvió. Apretó su mano contra la nuca y se dirigió hasta el otro lado del edificio de madera; lo seguí en silencio.
Estiró la mano y tocó la pared con las puntas de sus dedos, soltando un pesado suspiro.
—Necesito un minuto.
Él había cerrado los ojos, pero de todos modos asentí, porque no sabía qué más hacer. Debería haber considerado maneras de consolarlo. Yo me lo esperaba. ¿Por qué no lo había pensado más?
Sin duda, pararme ahí y mirarlo no era lo que debía hacer. Extendí mi brazo alrededor de su cintura y apreté mi mejilla contra su hombro.
—Lo siento —susurré.
Unas cuantas lágrimas cayeron cuando abrió los ojos y me plantó un beso suave en la frente. Se aclaró la garganta y se apartó; limpió sus ojos con los dedos, tenía una
expresión teñida de vergüenza y trataba de eliminar toda evidencia de su llanto.
Se me ocurrió que era más vergonzoso no poder llorar en absoluto.
—Tenemos que ir por Adina, ¿no? —preguntó.
Tomé eso como una negativa para hablar del tema. No lo podía culpar.
Cuando deslicé mis dedos entre los suyos, sus manos temblaban con violencia.
Respiré profundo. Podría ser que estuviera devastado por lo de sus padres.
O podía ser que estaba por perder la cordura.
De cualquier manera, me rehusaba a dejarle ver mi temor. Sujeté su mano con más fuerza, salimos del callejón y nos apresuramos a seguir por la calle. En esta parte de la ciudad todas las casitas estaban formadas una junto a otra, con uno que otro complejo de departamentos al final de la calle. También estaban pintadas, algunas con dibujos coloridos, otras, con palabras. Palabras de lucha. Palabras que, en Rosa, provocarían un arresto inmediato.
Retoma Texas.
Texanos por la libertad.
Callum entornó los ojos cuando pasamos.
—Esto es extraño aquí —masculló.
Tenía razón. Yo no recordaba nada limpio, ni colorido, ni rebelde del Austin donde crecí. Algo había cambiado.
El rugido del transbordador me hizo voltear. Aterrizó al final de la calle Guadalupe, y nos escondimos al lado de una casa, al momento en que salieron cinco Reiniciados. Todos se veían iguales con ropa negra, pero podía ver una cola de caballo, larga y oscura, que salía por debajo de uno de los cascos.
—Creo que esa podría ser —dije, asomándome por la esquina de la casa cuando los Reiniciados se separaron. La chica de pelo oscuro se dirigió por la Calle Primera y desapareció de nuestra vista.
Salimos tras ella a paso lento, corríamos detrás de las casas para mantenernos alejados de los otros Reiniciados. Cruzamos sobre la Calle Primera y vi a Adina parada frente a una casa, miraba su nota de misión.
Callum se desplomó junto a una cerca de alambre, respiró pesadamente y apretó sus brazos contra su estómago.
—Creo que no debería ir hacia allá con un humano. Vacilé, mirando de él hacia ella. Tal vez tenía razón.
—Está bien. No te muevas, ¿está bien? Grita si te sientes… raro. Y prepárate para correr cuando volvamos.
Asintió, e hizo señas con la mano. Adina estaba en la puerta delantera de la casa y tocaba. En ese momento me apresuré a ir en silencio por el jardín. Levantó el pie y rompió la puerta de entrada.
No se escucharon gritos humanos y subí con lentitud por las escaleras siguiéndola. Estaba parada en medio de la pequeña sala, con las manos sobre las caderas, examinaba de izquierda a derecha. La casa parecía vacía.
La tomé de la cintura y dejó escapar un grito ahogado. Mi otra mano encontró su cámara y la arranqué del casco, aventándola contra la pared.
Me retiró el brazo de su vientre y me lanzó un gancho, apenas rozándome la mejilla. Traté de llamar su atención, pero de nuevo volvió contra mí, dura y rápida. Me agaché y lancé mis pies contra sus piernas. Saltó sobre ellos y golpeó su puño derecho contra mi mejilla.
Parpadeé, sorprendida. Era buena para un Tres-Nueve.
Evité su siguiente golpe, tomé su brazo y lo torcí detrás de su espalda. La jalé más cerca de mí, hasta que su rostro estuvo a centímetros del mío. No quería hablar mientras su intercomunicador siguiera en su oído, así que la miré directo a los ojos.
Arrugó el rostro por la confusión y me empujó a un lado, levantó sus brazos como si fuera a seguir luchando contra mí. Levanté mis manos para rendirme, apunté un dedo hacia mi código de barras.
Dio un paso vacilante hacia adelante, movió su casco más arriba y esto reveló mechones de pelo largo y castaño… Sus grandes ojos café con vetas doradas miraron a los míos, llenos de sospecha y curiosidad.
Metí la mano al bolsillo y me sujetó por la cintura, enterrándome los dedos en la piel. Le lancé una mirada molesta y me la quité de encima, sacando la nota de Leb. La extendí hacia a ella y frunció el ceño por varios segundos antes de tomarla de mis dedos.
Sus ojos revisaron rápidamente las palabras, su expresión fue ilegible. Cuando me volvió a mirar alcancé el auricular del intercomunicador en su oído. Me dejó sacarlo y lo apreté en mi puño.
—¿Quieres venir conmigo? —susurré.
—¿A esa cosa de la reservación? —Miró la nota.
—Sí —di un rápido vistazo detrás de mí, hacia la puerta del frente. Callum seguía desplomado contra la cerca, con el rostro levantado hacia el cielo.
No contestó por varios segundos. Apretó los labios, tenía las cejas bajas, estaba pensando. Cuando volvió a levantar la mirada estaba casi segura de que diría que no. Hace unas cuantas semanas, antes de conocer a Callum, yo habría dicho que no.
Apenas asintió.
—¿Sí? —pregunté.
—Sí —dobló la nota con cuidado y la deslizó en su bolsillo.
Apreté el auricular en mi mano y solté los trozos en el suelo. Saqué el localizador de rastreadores de mi bolsillo y lo pasé por su cuerpo hasta que se encendió justo arriba de la clavícula izquierda.
—Tu rastreador —susurré, saqué el cuchillo de mi bolsillo y corté justo bajo su cuello. Ella no se inmutó mientras sacaba el rastreador y lo ponía en el suelo con cuidado.
—Wren —dije.
—Addie —dijo—. ¿Conoces a mi papá?
—Sí, pero tenemos que correr. Ellos…
Un grito estrangulado y aterrado atravesó la noche. Me di la vuelta para mirar el frente de la casa; mis ojos buscaban a Callum.
Había desparecido.
Salí corriendo; los pasos de Addie me seguían, al tiempo que volaba por los escalones y sobre el pasto.
La puerta de la reja estaba abierta.
La puerta de entrada estaba rota en pedazos.
Corrí por el patio y lo que quedaba de la puerta. La cocina estaba en total desorden, las sillas esparcidas por la habitación, la mesa volteada.
—¿Callum? —grité.
Llegó un gruñido del cuarto de atrás y corrí por el pasillo. Me detuve de repente en la puerta del dormitorio.
El humano estaba tirado en el suelo, con las manos de Callum alrededor de su cuello. Los ojos de aquel hombre miraban inexpresivos más allá de mí.
Estaba muerto.
Callum lo soltó y abrió bien la boca, listo para arrancarle un gran trozo del cuello. Me lancé al otro lado del cuarto, empujando a Callum para quitarlo de encima del humano antes que pudiera hundir los dientes. Golpeamos el suelo juntos, sus dientes rasguñaron mi brazo; gruñía y se sacudía. Empujé sus brazos contra la madera y me
impulsé encima de él.
—Callum —dije entre dientes, golpeé sus brazos hacia abajo al tiempo que luchaba contra mí.
Miré hacia el hombre muerto y hacia Callum. No podía dejarlo ver eso. Si lo sacaba del cuarto no tendría que decirle nada. No tendría que saberlo.
—Toma sus pies —le dije a Addie, y agarré a Callum por debajo de los brazos. Hizo lo que le dije; juntó los pies de Callum cuando intentó patearla.
—¿Es un Menos-Sesenta? —preguntó cuando lo levantábamos del suelo.
—Sí. Veintidós.
¡Se fue! ¡Tres-Nueve se fue!
El grito de un hombre desde la casa contigua nos hizo levantar las cabezas de golpe. Nos teníamos que apurar. Addie corrió por el cuarto hacia la puerta trasera de la casa, volteando rápidamente cada pocos segundos para ver por dónde iba mientras arrastrábamos a Callum con nosotras.
La puerta delantera se abrió de golpe, en el instante en que salíamos por atrás y buscábamos desesperadamente un escondite. No podíamos correr lejos con Callum así; no con ellos justo detrás de nosotros.
El patio trasero estaba cercado con madera podrida y corrí al otro lado del pasto, con Callum rebotando en mis manos. Ya no luchaba. En vez de eso, parpadeaba y sacudía la cabeza, como si tratara de aclarar sus ideas.
Addie desenganchó la reja y entramos rápidamente al callejón; los gritos y
pisadas no estaban muy lejos. Enterré mis dedos en los hombros de Callum, sostuve su peso, al tiempo que corríamos. No podía haber llegado tan lejos y dejarme atrapar.
Addie dio una vuelta cerrada en el momento que nos acercábamos a una calle mal pavimentada, salpicada de casas destartaladas y unas cuantas tiendas. La dejé que nos guiara, pues conocía la ciudad mejor que yo; además, ninguna brillante idea acudía a mí.
Los gritos se volvieron más fuertes cuando ella iba a toda velocidad por un patio y hasta la parte posterior de una casa. Una luz tenue titilaba dentro, y traté de correr lo más silenciosamente posible.
Nos dirigíamos hacia un cobertizo, diminuto, de forma rectangular y, al parecer, apenas lo suficientemente grande como para que cupiéramos los tres. Addie soltó las piernas de Callum y él trastabilló contra la tierra hasta que encontró el equilibrio. Me hizo a un lado con suavidad, encogiéndose de hombros; lo solté mientras Addie abría de golpe la puerta del cobertizo.
Corrimos dentro y me tropecé contra un rastrillo y una caja de herramientas antes de encontrar un lugar contra la pared. Callum se deslizó junto a mí; le quería decir que no se sentara, que se preparara para correr, pero parecía tan fuera de sí que no encontré las palabras.
Addie trató de cerrar la puerta pero parecía que había roto el candado, así que se dio por vencida y sujetó el picaporte manteniéndola cerrada. Después de un momento se inclinó hacia delante para escuchar. Se oían gritos cercanos y cerré mis dedos sobre la pistola que llevaba a la cadera.
—¿Esa es Adina? ¿Qué pasó? —susurró Callum volteando su rostro hacia mí. Sus ojos se veían enormes y preocupados, como si sospechara algo.
—Allá atrás perdiste el control por un rato —le susurré; las voces afuera comenzaron a perderse.
—Y sí, soy Addie —dijo ella.
Callum la miró, pero ella siguió concentrada en lo que había afuera. Él volteó de nuevo hacia mí y tuve que bajar la mirada porque no quería que viera mi miedo.
—Wren —su voz era firme, controlada—. ¿Qué acaba de ocurrir?
Debí haber dicho una mentira. Contarle una historia que llenara los huecos. Quizá solo podría decirle que atacó a alguien y que lo aparté justo a tiempo.
Pero esa mentira me hacía sentir enferma. Me lo agradecería, y su gratitud de seguro me haría vomitar.
Esperé demasiado tiempo para responder, y me miró como si supiera que algo terrible había ocurrido. Yo temblaba un poco al cruzar los brazos sobre mi pecho.
—Lo siento —susurré—. No debí dejarte.
—¿Lastimé a alguien?
Asentí. La garganta me volvió a arder y traté de tragar. Eso no me ayudó.
—¿Maté a alguien?
—Sí —solté la palabra, me ahogaba. Permaneció en silencio y alcé la mirada.
Estaba completamente estático, y el horror iba cubriendo sus rasgos.
—No es tu culpa —dijo Addie—. He visto lo que hacen las inyecciones y me ha tocado a mí…
Callum levantó la mano y ella cerró la boca, levantando sus hombros hacia mí, como si no supiera qué más decir.
Yo tampoco. Las pisadas de afuera desaparecieron, así que me deslicé por la pared para estar junto a él. Sus ojos estaban cerrados, sus manos entrelazadas en la nuca.
—Lo siento —susurré—. Es mi culpa. Dije que no dejaría que te lastimaran, y lo hice.
¿Qué era un cuerpo más sumado a mi cuenta? Quería subrayar eso, recordarle que yo había matado a más gente de la que él mataría jamás. Pero dudaba que eso fuera reconfortante.
Movió la cabeza, soltó las manos de su cuello y me miró directo a los ojos. Pensé que estaría triste, pero su mirada era dura y llena de enojo. Me preparé, pensé que me iba a gritar, pero deslizó su mano en la mía y la apretó.
—No es tu culpa —dije—. Es culpa de CAHR.
Addie masculló algo que sonaba a que estaba de acuerdo. Levanté la cabeza con rapidez. En ese momento se me ocurrió que ella podría estar en la misma situación que Callum.
—¿Estás bien? —pregunté—. ¿Te inyectaron?
—Sí. Pero por ahora estoy bien. Estoy entre rondas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Callum.
—Te aplican múltiples dosis —dijo Addie—. Tú debes estar en la primera.
—Supongo. Solo llevaba unas cuantas semanas ahí.
—Sí, entonces probablemente en la primera. Comienzas a perder la cabeza y entonces te dan algo que otra vez te hace sentir normal. Algún tipo de cura, o antídoto, o algo así. Luego empiezan de nuevo.
Los ojos de Callum se abrieron con esperanza al igual que los míos.
—No lo puedo asegurar —dijo rápidamente Addie—. Pero mis amigas me dijeron que la semana pasada estaba hecha un desastre y ahora estoy bien. Por cierto, calcularon perfecto el tiempo. Gracias por eso.
—Es posible que tu papá lo supiera —dije. Podría ser que fue por eso que se había tardado tan poco en conseguirnos el localizador de rastreadores. Cerré los puños y enterré mis dedos contra mis palmas. Leb no se había molestado en verificar el estatus de Callum.
—Si existe un antídoto, quizá los rebeldes lo tengan —dijo Callum, esperanzado
—. O nos lo puedan conseguir.
Le lancé una mirada insegura. A duras penas logré persuadir a Leb para que nos ayudara, y solo a cambio de algo.
—No me puedo quedar así —tragó saliva, volteó hacia Addie—. Solo empeoraré,
¿correcto?
—Es probable —dijo en voz baja—. Los que no recibieron rondas múltiples, o los que dejaron el tratamiento… sí, nunca mejoraron.
El nudo en mi garganta fue inesperado, y tuve que tragar saliva varias veces antes de poder hablar.
—Por lo menos tenemos que preguntarles a los rebeldes —dijo él. Asentí.
—Lo haremos. Y cuando digan que no, nosotros lo conseguiremos. Addie arqueó las cejas.
—¿En serio? Sabes que tendrías que entrar a CAHR para conseguirlo.
—Sí.
Apretó los labios y dio un paso hacia mí.
—Me acabas de liberar y ahora quieres que…
Un sonido afuera nos hizo girar. La puerta del cobertizo se abrió de golpe. Era un oficial de CAHR.
Nos apuntaba con una pistola.
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Reiniciados
Science FictionReiniciados - Amy Tintera Cinco años atrás, la joven Wren Connolly recibió tres disparos en el pecho, ahora ha regresado como una Reiniciada «Reboot». Es una guerrera más fuerte, insensible y capaz de curarse a sí misma. A medida que los Reiniciados...