Capítulo 9

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Veintidós estaba sentado, desplomado sobre su desayuno y picando la avena con su cuchara. Su mano descansaba contra su mejilla y sus ojos permanecían entrecerrados. Su cabeza prácticamente estaba sobre la mesa de la cafetería.
Ever y yo nos sentamos frente a él; ella me dirigió una mirada de preocupación al advertir de un vistazo la expresión hosca de Callum. Hoy ella se veía algo mejor. No había habido gruñidos por la noche. De hecho, hasta me quedé dormida.
-¿Estás bien? -le preguntó Ever a Veintidós. Deseé que no lo hubiera hecho. Era evidente que no estaba bien. Los novatos rara vez lo estaban después de su primera asignación.
-No tiene ningún sentido -masculló.
-¿A qué te refieres? -preguntó Ever. Veintidós levantó la mirada hacia mí.
-Estás desperdiciando tu tiempo conmigo. Debiste haber escogido a Uno-Dos- Uno. Nunca podré hacer eso.
La mirada de Ever se dirigió hacia mí y después hacia él; su ceño fruncido indicaba preocupación.
-Todo mejora -dijo. Podía notar que estaba mintiendo.
Veintidós también advirtió la mentira. Frunció el ceño, después volteó la cabeza; la mirada en sus ojos oscuros era dura y enojada.
-Ese tipo te disparó cuatro veces -dijo-. Ni siquiera parpadeaste. Era como si ni siquiera te hubieras dado cuenta.
-Me han disparado muchas veces. Te adaptas -dije.
-Tú te adaptas. Yo no puedo hacer eso.
-El entrenador de ella le disparó una y otra vez -dijo Ever tranquilamente, y yo me puse tensa-. Recordé que también ella había tenido miedo, así que aquel instructor y sus guardias le dispararon hasta que ya no lo tuvo.
Era cierto, pero miré mal a Ever por compartirlo. Al principio, al hacerme recordar mi muerte humana, las balas me paralizaban y para mi entrenador eso era inaceptable. Le dio instrucciones a los guardias de dispararme hasta que me desensibilizara.
Parte del enojo se había desvanecido del rostro de Veintidós cuando giró hacia mí.
-¿Quién fue tu entrenador? -preguntó con disgusto en cada palabra. No debería haber sentido disgusto. La única razón por la que hoy estaba viva era porque tuve un

buen entrenador.
-Uno-Cinco-Siete. Murió en el campo de operaciones hace unos meses, o por lo menos, eso es lo que me dijo Leb. Tenía casi veinte años.
-Qué lástima que no pude conocer a ese tipo -masculló, cruzando los brazos sobre su pecho.
-El punto es que la cosa mejoró para ella -dijo Ever, ignorando mi mueca-.
Mejorará para ti.
-No quiero que mejore. No lo quiero hacer en absoluto -con esos brazos cruzados me recordaba a un niño de tres años haciendo pucheros. Era casi adorable.
-No tienes opción -le dije.
-Debería. Nada de esto es mi culpa. Yo no pedí morir y levantarme de la muerte.
Mis ojos miraron fijamente alrededor de la habitación. Esperaba que los humanos no estuvieran escuchando. Ese era el tipo de cosas por las que eliminaban a los Reiniciados.
-Contrólate -bajé la voz-. La primera vez es la más dura. Te adaptarás.
-No me adaptaré. No me quiero convertir en una especie de monstruo que disfruta cazando a la gente.
Y luego hizo un gesto hacia mí.
Un cuchillo me atravesó el pecho. Parpadeé, sin estar segura de cómo entender aquel dolor. Sus palabras hicieron eco en mis oídos, y de repente fue difícil respirar.
Un especie de monstruo que disfruta cazando a la gente. No me gustaban las palabras; no quería que él pensara eso de mí.
¿Desde cuándo me importaba lo que pensaban mis aprendices sobre mí?
-¿Por qué no te vas a mear a otro lado? -La voz de Ever fue dura y helada, hizo que alzara la vista. Fulminó a Veintidós con la mirada, mientras aferraba su tenedor como si estuviera pensando usarlo como arma.
Él agarró su charola y se puso de pie. Le eché una mirada furtiva y vi confusión y sorpresa en su rostro. No estaba segura de dónde venía cualquiera de las dos emociones. Abrió la boca, miró a Ever, y pareció pensarlo dos veces. Se dio la vuelta y se escabulló.
Ever exhaló y empuñó el tenedor con menos fuerza.
-Eso es mierda. Lo sabes, ¿verdad? Absoluta mierda.
-¿Qué? -Todavía me estaba costando juntar aire en mis pulmones. Sus palabras seguían dando vueltas por mi cerebro, mofándose de mí.
-No eres un monstruo que disfruta cazando gente.
Fruncí el ceño. Esa evaluación parecía justa. Podía entenderlo.
-Oye, Wren.
Levanté la mirada hacia Ever y ella puso su mano sobre la mía.
-Se equivoca. ¿De acuerdo?
Asentí y deslicé mi mano fuera de la suya. Su piel era cálida, mucho más que la mía, e hizo que la tensión en mi pecho empeorara.

-Todavía no puedo creer que hubieras escogido a Callum -tomó un bocado de su avena.
-Es un desafío, supongo -dije.
-Pero siempre escoges el número mayor -dijo-. Siempre haces todo exactamente igual.
Levanté mis ojos hacia los suyos para encontrar que me miraba atentamente. Me había estado mirando así desde nuestra conversación en la regadera. No parecía estar segura sobre qué pensar de mí.
-Él me pidió que lo escogiera.
-¿Eso es todo? Te lo pidió, ¿y lo hiciste?
-Me necesitaba más.
Arqueó las cejas y me sonrió lentamente.
-Cierto -se metió un trozo de tocino en la boca-. Además, está bastante guapo cuando no se está comportando como un imbécil.
-Él no... -no sabía para dónde iba eso. No podía decir que no lo estaba. Eso no era cierto. Cualquiera podía ver que era guapo. Cualquiera podía ver esos ojos y esa sonrisa.
Sentí un calor en mi rostro. ¿Me estaba sonrojando? Nunca había tenido ese tipo de pensamientos sobre un chico.
Ever se quedó con la boca abierta. Había estado bromeando sobre lo «guapo». Era claro que jamás esperó que yo estuviera de acuerdo. Soltó una carcajada y la sofocó con la mano.
Me encogí de hombros, avergonzada de haberme delatado. Avergonzada de tener esos sentimientos, para empezar.
Pero era claro que a Ever la complació. Hacía días que no lucía tan feliz, y le devolví la sonrisa.
-Debilucha -bromeó en voz baja.

Entré al gimnasio solo para ver a Veintidós parado en un rincón, solo, de espaldas a los otros entrenadores y novatos. Todavía llevaba la misma expresión miserable.
Me sobresaltó el rayo de ira que de golpe recorrió mi cuerpo. Tan solo de verlo, mi corazón comenzó a latir de forma extraña; hizo que la furia subiera hormigueando por mi piel. ¿Qué derecho tenía de sentirse miserable, cuando era él quien me llamaba a mí un monstruo? Quería zarandearlo y gritarle que no tenía derecho a juzgarme.
Quería reventarle la cara hasta que retirara lo dicho.
Alzó la mirada cuando me acercaba con pisadas fuertes, y su expresión se suavizó apenas un poco.
-Wren, yo...
-Cállate y ponte en posición.

No se puso en posición. Permaneció en su lugar y extendió la mano para tocarme.
Di un paso atrás rápidamente.
-Lo siento, no era mi intención...
-¡Levanta los brazos! -grité tan fuerte que saltó. No me gustó la sonrisa vacilante que me brindó.
No levantó los brazos, así que le di un puñetazo rápido y fuerte en la cara. Se tambaleó y cayó de nalgas.
-Ponte de pie y levanta los brazos -dije tensa-. Bloquea el siguiente.
Se veía mareado y le goteaba sangre de la nariz, pero se levantó y metió los brazos frente a su cara.
Le lancé golpes a propósito que no pudo bloquear. Fuertes, rápidos, enojados. Mi pecho ardía de una manera que nunca antes había sentido. La garganta me dolía por el nudo que crecía.
Cayó en el tapete por décima vez, su rostro era un desastre sangriento apenas reconocible. Esta vez no se levantó. Se colapsó, jadeando.
-Tienes razón -le dije-. Debí escoger a Uno-Dos-Uno. Pero ya no me puedo librar de ti, así que te sugiero que le pares a tu gimoteo y que te controles. Ya no hay opciones, niño rico. Esto es lo que hay, y para siempre. Vete acostumbrando.
Me di la vuelta y salí hecha una furia del gimnasio, los ojos de los demás entrenadores y novatos estaban clavados en mí.
-Buen trabajo, Uno-Siete-Ocho -me dijo un guardia, asintiendo con la cabeza.
Me inundó una sensación de asco. Había escuchado esas palabras muchas veces durante mis cinco años en CAHR, pero esta vez no había ni orgullo, ni satisfacción de mi parte.
Giré bruscamente hacia las regaderas y corrí al lavabo. Limpié la sangre de Veintidós bajo el grifo mientras lo abría con torpeza.
El agua corrió roja mientras goteaba desde mis dedos; apreté bien los labios y me di la vuelta. Nunca había sido quisquillosa para ver sangre, pero esta era distinta. Vi su rostro en ese color rojo.
Me lavé las manos cuatro veces. Cuando acabé, levante la mirada a mi reflejo. No podía recordar la última vez que me había visto en el espejo. Habían pasado años.
Los recuerdos humanos se desvanecían con más rapidez cuanto más joven moría un Reiniciado. Recordaba pincelazos amplios de mi vida antes de los doce años, pero los detalles eran borrosos. Recordaba mis ojos. En mi cabeza, mis ojos tenían el mismo azul claro que tenían antes de que muriera.
Mi reflejo era distinto. El azul era brillante, penetrante, antinatural. Inhumano. Yo habría supuesto que mis ojos eran temibles. Fríos y carentes de emociones. Pero eran... ¿bonitos? Parecía extraño describirme así. Pero mis ojos eran grandes y tristes, y el profundo color azul en realidad era bastante lindo.
A primera vista no intimidaba. Hasta era bonita. Era la persona más bajita en casi cualquier habitación, a menudo más baja que los novatos de trece y catorce años. Un

mechón de pelo rubio salía de mi cola de caballo; pelo que yo misma cortaba para que quedara justo arriba de mis hombros.
No daba tanto miedo como imaginaba. Casi ni daba miedo, a decir verdad. Desde luego, no parecía un monstruo que gozara cazando gente.

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